El Trípode de Helena es un blog personal. En la parte superior de la columna izquierda, verán mi retrato y debajo una breve biodata. A continuación, están organizadas las entradas según los temas recurrentes y según la fecha en la que fueron publicadas. Si a alguno de ustedes le intriga el título del blog, de click aquí. Si están interesados en descubrir más acerca de la imagén del encabezado, entren aquí.

martes, 8 de junio de 2010

Tardes de Sardes

1

Tomadme en serio -por favor- cuando les digo que estoy bromeando.

De que nos sirve vivir en la Luna si es que soñamos todos los días con la Tierra; no sería más alto, más hermoso, más noble, inventarle un satélite a la Luna, una luna al satélite e imaginar que nosotros vivimos allí, simplemente, en la nada.

Y si polvo dicen que somos, si en eso creemos; porque no ser cometa en el firmamento, cabellera de estrellas, polvo de estrellas. Por que no ser la arena que inunda la plenitud del universo.

Si la vanidad es vana
y el dolor deficiente,
por qué no aceptar
que la Tierra y la Luna
son simples satélites.

¿Si todo hombre es un hombre
y de su condición se reciente
el amor no será
esa vanidad que le duele?

Durante mi vida he apreciado en su debida valía el afecto de unas cuantas mujeres. Aún recuerdo los besos inocentes, las caricias parricidas; y siento que como en la mayoría de los casos, mi primer amor fue mi madre. El verdadero problema nació cuando, de alguna manera, ella osó corresponder a mi sospechoso apego.

Al ave que aleve vuela,
privada de sentimientos,
le es propicia la primavera
y le es mortal el invierno.

2

Yo tenía una salud de porcelana que dilataba las fiebres en estío y contraía mis pulmones en el invierno de frío. Yo tenía una salud de porcelana. Dulce, de color melón claro como las muñecas que mi madre vestía cuando niña. Las paredes no eran lo suficientemente gruesas como para privarme de los padecimientos y de las desgracias ocasionadas, sutilmente, por esta mi salud de porcelana china.

Como los jarrones de las vitrinas
como las figuras con sombrillas.

Mis pasos eran leves como la música que se escuchaba en casa. Mis pasos no eran pisadas, yo flotaba. Flotaba. Mis movimientos eran pasos de una danza cruel que alegraba los corazones de las visitas: los parientes y los amigos. Los grandes amigos de siempre que venían como impulsados por el tren, prestos a soltar una risa estrepitosa.

El pito que anunciaba su fútil llegada,
su fútil partida,
y de nuevo
la casa vacía.

Así paso el reflejo del cristal por sobre nuestras coronas encendidas… así creció mi amor, suave al tacto, incoloro, listo para ser contaminado.

3

Mi madre tenía el nombre de una espía soviética, bisilábico y grave, fácil de aprender y de olvidar. Yo era su pálida sombra, su sombra pálida y desgarbada; y era fiel a su regazo como son fieles los frailes al vino de la misa. Mi madre era una espada en la palma de los normandos,

Un poema sin rima,
una nota sin melodía.

Pasábamos las tardes viendo germinar al ruiseñor de la rosa, viendo declinar al día en las vespertinas horas de un lejano verano. Las tardes sarracenas, otomanas y lidias en Sardes, capital de los que andan siempre descalzos, siempre flotando. Acuérdate, madre mía, de los hermosos crepúsculos mediterráneos cuando íbamos a una de esas tantas iglesias asiáticas, sin cúpula, rodeadas de dunas en donde habitaba el fuego prohibido de nuestro preciado amor. Acuérdate de los reproches silenciosos, acuérdate, que si tú pierdes eso por mí, yo me veré obligado a escribirlo por ti.

4

La vida es como los rieles de un tren, no solo el sol los dilata, también es capaz de prolongarlos el contacto de las incandescentes ruedas de metal. Metal amarrillo que se expande hasta el infinito
y más allá.

5

Mi padre era como el Coloso de Rodas, de color bronce musgoso. Mi padre, él era como el coloso que había en Rodas, anclado en una vetusta ínsula con la mirada tendida en línea recta hacia el País de los Atlantes. Mi padre en un minuto identifico a mi madre y decidió partir de su pétreo retiro, porque mi padre ya no quería ser más una vulgar Maravilla.

Ellos eran dos personas, como siempre he dicho, y nada más que dos personas.

6

Si uno se detuviera de improviso como un poste de teléfono en medio de la calle y pudiera frenar los latidos de su propio corazón entonces uno se daría cuenta de que lo que queda [el silencio] no es silencio no es ruido ni respiro ni pasos ni cláxones no es ni siquiera lo que les iba a contar.

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