Para Immanuel Kant (1724-1804),
la imaginación es una actividad que “guarda un estrecho nexo con el
conocimiento o con las facultades que lo producen” (Cañas 1998: 591). Por ello,
al colocarla al lado de otras facultades cognoscitivas, la separa de su sentido
más gregario, vinculado a la “fantasía”, ya que esta última procede sin ninguna
base real (ex nihilo). En los párrafos que siguen, mostraremos cómo esta facultad se relaciona con el entendimiento y las
Ideas de la razón, para formar dos conceptos importantes del sistema estético
kantiano: lo bello y lo sublime.
En
principio, Kant distingue dos clases de imaginación. Por un lado, se encuentra
la imaginación reproductora (exhibitio
derivata), cuya función es realizar una nueva presentación de las imágenes.
Así, esta “no puede crear una representación sensible que no estuviera dada de
antemano a la sensibilidad” (Cañas: 592), por lo que es posterior a la
experiencia y pertenece al campo de estudio de la psicología. Por otro lado,
existe otro tipo de imaginación a la que el autor denomina productiva (exhibitio
originaria), la cual realiza una síntesis a priori de los fenómenos en la intuición y es la que ocupa el
centro de nuestra reflexión.
Precisamente,
una de las operaciones de la filosofía kantiana consistió en establecer las
relaciones de este tipo de imaginación (productiva, creadora) con otras dos
facultades del conocimiento: el entendimiento y la razón.
De la
primera relación se ocupó en dos obras distintas: la Crítica de la razón pura (1781) y la Crítica de la facultad de juzgar (1790). En la primera de ellas,
destinada a responder a la pregunta ¿qué se puede conocer?, la imaginación está
al servicio del entendimiento. En este texto, aquella facultad cumple una
función trascendental (universal), porque enlaza los conceptos puros del
intelecto con la diversidad de la experiencia sensible. La imaginación trascendental crea “esbozos mentales” de manera
espontánea, pero siguiendo los modelos dictados por el intelecto, para producir
reglas que serán aplicadas a futuras asociaciones entre categorías y fenómenos
concretos.
En
cambio, en la segunda obra, en la parte que busca responder sobre la
complacencia de lo bello, el esquema se invierte, pues el entendimiento
está
-parcialmente, como veremos más adelante- subordinado a la imaginación.
Conviene, al respecto, citar al mismo autor en extenso:
Pero
en el uso de la imaginación con vistas al conocimiento ella está sometida a la
coartación del entendimiento y a la restricción de ser adecuada al concepto de
este; y siendo, en cambio, en sentido estético, libre la imaginación para
proporcionar, más allá de ese acuerdo con el concepto, aunque de manera no
buscada, un rico material sin desarrollar para el entendimiento, que este no ha
tomado en consideración en su concepto, como subjetivamente con vistas a la
vivificación de la fuerzas de ánimo, aplica de modo indirecto y, por tanto, en
todo caso, con vistas a conocimientos (KU
49, 198).
Este
“acuerdo subjetivo” entre ambas facultades es el que permite, a la obra de arte
bello, el “parecer tan libre de toda sujeción a reglas arbitrarias como si
fuera un producto de la mera naturaleza” (KU
45, 179). A partir de este razonamiento, uno podría suponer que, en el plano
estético, la imaginación no está obligada a seguir leyes o conceptos
determinados, lo que nos conduciría directamente a la figura del genio trazada por el propio autor[1]; y, sin embargo, Kant,
“por querer dotar simultáneamente a la estética de principios a priori y de libertad, termina
sacrificando a esta última” (Cañas: 594).
Sin
lugar a dudas, esta coartación de la libertad imaginativa se realiza desde §44
de la Crítica a la facultad de juzgar.
Aunque, en esta sección, el autor ubica al arte bello del lado de la crítica y
no de la ciencia[2],
con lo que caracterizar a un objeto como tal implica la formulación de un
“juicio de gusto” y no de “argumentos probatorios”; mantiene, precisamente gracias
al concepto de gusto, el predominio
del entendimiento en la esfera de lo artístico. Lo que sigue es la reafirmación
de su primacía ante la imaginación reproductora, a través de la condena del arte mecánico, y el muy sutil
desplazamiento de la imaginación productiva, propia del arte estético, en el cual distingue dos niveles: un arte agradable, puramente sensorial y
lúdico, y un arte bello, superior,
que “tiene por medida la facultad de juzgar reflexionante[3] y no la sensación de los
sentidos”.
Más
adelante, en §50, cuando opone la dos facultades a las que nos hemos estado
refiriendo, la imaginación y el entendimiento, representadas respectivamente
por el genio y el gusto, el filósofo ratificará lo que venimos señalando:
“Cuando, pues, en el antagonismo de ambas propiedades en un producto, debe ser
sacrificado algo, tendría que ocurrir ello, antes, del lado del genio, y la
facultad de juzgar, que en asuntos del arte bello sentencia a partir de
principios propios, permitirá que se quebrante la libertad y la riqueza de la
imaginación antes que el entendimiento” (KU
50, 203).
Antes
de finalizar, cabe agregar, con fines de exhaustividad panorámica, cuál es el
papel de la imaginación en relación con una facultad distinta: la razón. Como
señala Roberto Cañas, lo sublime en Kant nace de la inadecuación entre la
imaginación, cuya capacidad creadora -como lo hemos visto- es infinita, y la
razón que tiene una pretensión de alcanzar las Ideas (totalidades absolutas
como en Platón). Como la imaginación no puede aprehender esa totalidad
ilimitada que le proporcionan las Ideas de la razón, engendra un sentimiento de
placer (o displacer) en el sujeto que ve desbordada la capacidad de esta
facultad. Desde este punto de vista, lo sublime es ese fracaso de la
imaginación al tratar de representar las Ideas, por lo que su acción es
cumplida con seriedad y genera admiración o respeto.
En
síntesis, de las líneas anteriores se colige que la imaginación cumple un papel
destacadísimo en el sistema filosófico de Kant, tanto en el plano cognitivo
como en el estético y, en este último, especialmente, a través de su
confrontación con el entendimiento y la razón, lo que produce lo bello y lo
sublime, en cada caso. No obstante, nunca logra emanciparse del todo del yugo
de aquella “doctrina del conocimiento”, cuyo rastro Panofsky reconstruyó desde
la Antigüedad y en la que ubicó a Kant del lado de las Ideas. Pero esa es otra
historia.
Bibliografía:
Cañas, Roberto
1998 “La imaginación y las
Ideas estéticas en la filosofía de Kant”. En Revista de Filosofía Universitaria, 36, 90, pp. 591-600. Costa
Rica: Universidad de Costa Rica.
[1]
Kant describe al genio como esa “feliz relación que ninguna ciencia puede
enseñar y ninguna laboriosidad aprender, de descubrir ideas para un concepto
dado y, por otra parte, encontrar la expresión para ellas a través de la cual
puede ser comunicado a otros el temple subjetivo del ánimo por ese medio
efectuado, como acompañamiento de un concepto” (KU 49, 198).
[2]
Todo este parágrafo es una respuesta crítica al proyecto de la Estética de
Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762) quien, a mediados del siglo XVIII, la
inició como disciplina filosófica “relacional y extensiva”, en oposición a la Lógica,
“universal e intensiva”. La estética pretende dar cuenta de las verdades poéticas, cuya razón es
ana-lógica.
[3]
Este es uno de los conceptos más discutibles de su sistema: un juicio reflexionante, a diferencia de un
juicio determinante que es universal
y objetivo (ciencia), es universal pero subjetivo (estética). Este tipo de
juicio es la base de lo que Kant llama idea
estética.