A propósito de los acontecimientos que remecieron a nuestro país hace casi un mes –y que mostraron lo fragmentada que es en realidad la Nación peruana y lo difícil que resulta para muchos personas el aceptar está pluralidad tan contradictoria– me enteré de una agradable noticia cuando supe de la existencia de los no-contactados. Al poco tiempo también tuve conocimiento de que muchos de ellos se habían desplazado por la tala ilegal de la amazonía hacia Brasil y que estaban en riesgo, todo lo cual ya no es nada agradable.
Desde hace un par de años había comenzado a pensar que en los tiempos que corren, en medio del Facebook, el Youtube y el Twitter, no podía haber nadie no-contactado. Claro, porque uno sólo se entera de la existencia de los que lo están. Entonces me pregunté: ¿Y los que no lo están qué? ¿Existen para nosotros o no? ¿O será que acaso son invisibles?
Con el transcurrir de los días me di cuenta de que mis inquietudes primeras eran muy egoístas. No había notado un pequeñísimo detalle: Aquellos pueblos habían renunciado voluntariamente a lo que nosotros llamamos «civilización». Eso cambiaba la pregunta radicalmente: ¿Es que se puede hacer eso hoy? Y sí se hace, ¿por qué sería? Creo que es bueno que reflexionemos un momento en torno a este predicamento. Desde la sociedad pero sobretodo desde nuestra conciencia individual. Después de todo nosotros también buscamos contactar a los no contactados, a los marginados de la sociedad; sin embargo eso no debe privarnos de la capacidad para ver en ellos a personas con una vida y con un modo de pararse en el mundo: propio, original y, lo más importante, tan valido como el nuestro.
Desde hace un par de años había comenzado a pensar que en los tiempos que corren, en medio del Facebook, el Youtube y el Twitter, no podía haber nadie no-contactado. Claro, porque uno sólo se entera de la existencia de los que lo están. Entonces me pregunté: ¿Y los que no lo están qué? ¿Existen para nosotros o no? ¿O será que acaso son invisibles?
Con el transcurrir de los días me di cuenta de que mis inquietudes primeras eran muy egoístas. No había notado un pequeñísimo detalle: Aquellos pueblos habían renunciado voluntariamente a lo que nosotros llamamos «civilización». Eso cambiaba la pregunta radicalmente: ¿Es que se puede hacer eso hoy? Y sí se hace, ¿por qué sería? Creo que es bueno que reflexionemos un momento en torno a este predicamento. Desde la sociedad pero sobretodo desde nuestra conciencia individual. Después de todo nosotros también buscamos contactar a los no contactados, a los marginados de la sociedad; sin embargo eso no debe privarnos de la capacidad para ver en ellos a personas con una vida y con un modo de pararse en el mundo: propio, original y, lo más importante, tan valido como el nuestro.
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