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sábado, 25 de julio de 2009

El acertijo de la Esfinge: Comunicación, Información y Telecomunicación


Uno puede sumar el número de extremidades que emplea para la locomoción cuando es un bebé, luego cuando es un hombre maduro, dividirlo por la mitad y obtendrá la cifra mágica de las que necesitará durante la ancianidad (con la obvia referencia al bastón). Como se ve la respuesta no es una simple acumulación de las anteriores, ni su resta, es más bien un promedio, un justo medio muy a propósito como símbolo del estadio final de la vida. Se me antojaba hacer a mí un ejemplo de este tipo para abrir el modelo de la evolución del mundo humano –que es a la postre el único que nos interesa investigar–, por la sencilla razón de que establece las relaciones básicas de las que voy a tratar. Amplitud y horizontalidad en un primer momento, verticalidad y restricción en un segundo, y curvatura y oblicuidad en un tercero.

La historia de los medios se habré con el horizonte paleolítico muy anterior a la existencia del producto hombre con etiqueta y envasado, en el que la acumulación de experiencias es vivencial (auténticamente y no como la de nuestros postmodernos no intelectuales) y en la que la forma de trasmisión de mensajes intercerebrales, en el seno de las aisladas hordas humanoides, era comunicativa, entendida como un proceso de doble vía a través del cual los entes subjetivos intercambiaban contenidos altamente redundantes y poco informativos. Eran básicamente gestos vacíos como los llama a sus equivalentes actuales Žižek, en los que primaba la función fática del protolenguaje.

Conforme trascurrió el tiempo, nació el pensamiento metafísico con el cuál la acumulación de experiencias se desplazó de lo vivencial a lo doctrinario, y la forma de transmisión de ser comunicativa a eminentemente informativa. Primó como propiedad superior de los mensajes su contenido de verdad y, por tanto, la relevación de ese contenido que se estructuró rígidamente como la revelación por parte de una entidad superior, encarnada por la misma Verdad que se manifestaría paulatinamente a un grupo selecto de escogidos que a su vez repetirían este proceso de transmisión a las capas más extensas de los seres no iniciados. Este medio fue de una sólo vía, de arriba hacia abajo y aspiraba a develar objetivamente el mundo mediante las dos ramas que se decantaron del él y que hasta la actualidad continúan manifestándose –así como todavía se manifiestan en ciertas sociedades las formas de comunicación paleolítica–: la científica y la mística.Sobre la base de ambos y como una aparente superación de los mismos, surgió un tercer horizonte, de fuerte raigambre tecnológica, ocasionado por los avances técnicos en la transmisión de mensajes y cuyo primer gran logro fue la creación del libro. Esta etapa combinó la formas de una y dos vías para condensar un producto multidireccional y telecomunicativo en donde ya no son necesarios ni la proximidad física ni la intermediación de iniciados para decodificar el mensaje que puede ser interpretado por cualquiera. El horizonte tecnológico aspiró a educar al espécimen humano pero ese afán generó una red inabarcable de información que se confundió con los elementos meramente comunicativos, producto de eso surgió una saturación de la red y su posterior contaminación por lo que se ha dado en llamar: información basura. Se pueden distinguidor dos fases de este periodo: la fase moderna y la fase postmoderna. Ambos divididos por el nuevo gran logro de nuestro tiempo: el Internet. El nuevo contenido ya no aspira a ser ni subjetivo ni objetivo sino que apela a la intersubjetividad que legitima todo pensamiento objetivándolo parcialmente ante la comunidad global y virtual de los usuarios interconectados. Muchos futurólogos proveen que esté horizonte se prolongará en una tercera fase dominada por la biotecnología y en la que los medios externos de trasmisión de mensajes serán asimilados al organismo humano y convivirán con el medio más antiguo: el cerebro.

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