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domingo, 21 de octubre de 2007

"Los siete sabios" de Laercio (IV)

Canto cuarto: Solón

Surcando las tumba marina de Egeo, la furia de Poseidón arremetío contra el navío ocasionado que éste perdiese el rumbo. El vaiven de las olas y la densidad de la lluvia hicieron que el barco se inundara y que muchos hombre resbalaran de la cubierta y cayeran a las profundidades del embrabecido mar. El anciano Bías, aconsejó a sus amigos que se amarrasen al mástil para evitar caer del barco, y tanto Tales como Pítaco siguieron sus prudentes consejos. Sin embargo, la fatalidad hizo que el bolso de piel ovina que el sabio de Priene cargaba bajo el brazo fuera devorado por las aguas hasta hundirse totalmente. Aplacado el temporal, los tres viajeros permanecieron callados pensando en la forma de encontrar el trípode. Roto el timón y rasgadas las velas, los marineros también se pusieron en acción, tomaron los remos y buscaron la isla más cercana para poder desembarcar y refaccionar la nave.
Cuando el día declinaba ante Nix (la noche), el vigía del mástil distinguió dos grandes bloques de tierra hacia adelante, y en medio de ambos, un estrecho canal de agua. Bías, que había arribado innumerables veces a aquellos estados flotantes, les explico dónde estaban. Para el lado del corazón aparecia la inmensa Naxos, isla desde la que Ariadna había maldecido a Teseo por abandonarla; y para el otro, Paros "la isla de la piedra blanca" con la que los artesanos imitaban la vida sin movimiento. Pítaco, enterado de las pretenciones expancionistas de los naxios convención a la tripulación de tocar la amplia bahía de Paros, y estos no tuvieron mayor inconveniente en aceptar su propuesta. Conforme se aproximaron a la bahía, una estela de barcos destrozados les daba la bienvenida. La sospecha del antiguo tirano de Mitiline era corroborada, había comenzado una guerra entre las dos islas. Con los pies en tierra, la otrora próspera polis de Paros fue comtemplada con pavor por los extranjeros. Saqueada y en llamas ofrecía un espectaculo macabro de luces danzando en la oscuridad. Un sólo hombre estaba en pie para recibirlos. Arquíloco miraba el cielo con la cara ensangrentada. Nadie se acerco a él porque temieron que fuera un fantasma; nadie excepto Bías, quien le pregunto acerca de la desgracia. El herido le contó sobre el inicio de las hostilidades, sobre la defensa del puerto, sobre la perdida de la armada, sobre la destrucción de su patria; y Bías por su parte, le comentó de su misión y de la perdida de aquel valioso objeto que portaba. Arquíloco, lo miró unos instantes y luego lo condujó al templo de Dionisio, allí, en el altar de las ofrendas una pieza de oro brillaba por encima de la noche. Sí, era lo que buscaba, había llegado traído por el mar hasta las costas de Paros justo antes del inicio del combate, y él lo había guardo en la casa de su dios protector. Arquíloco le dijo a Bías que una nave había quedado intacta y lista para zarpar, la suya. Era pequeña pero cabrían sus compañeros en ella, y era necesario que abandonaran rápido la isla porque pronto volvería los naxios. Bías lo invitó a acompañarlos, pero él se rehusó, moriría defendiendo su hogar. Antes de despedirse del viajero, Arquíloco le dío un pedazo de cuero enrollado, y después, se interno en el templo para orar. El anciano de Priene hizo todo lo que le había dicho el sobreviviente con discreción para no llamar la atención de los marineros. Ya a lo lejos, en dirección a Atenas, los tres dejaban a un amigo, a un poeta y a un héroe:
"Corazón, corazón, agitado por penas sin remedio,
¡resurge!, defiéndete de los malvados con tu pecho
plántate firmemente ante la emboscada de tus enemigos,
y ni, venciendo, te jactes ostentoso,
ni vencido, gimas postrado en tu morada.
Alégrate en la dicha y enójate en la desgracia,
no en exceso. Conoce el curso de la vida humana. "
Y una tarde respiraron el aire jonio de la polis ateniense. Sólon que paseaba frente al areópago en compañía de algunos juristas de la ciudad vio venir a sus viejos amigos. De la guerra, de la ciencia y de la sabiduría, cada uno le trajo a la memoria tiempos difíciles, agitados y felices, pero tiempos al fin y al cabo. El sabio de Atenas los agasajo en su casa con saludables manjares, propios de la mesura helena. Luego, la plática tocó la razón de su encuentro y como temían los viajeros, su anfitrión también rehusó el titulo y el trípode. Uno de los juristas, que trabajaba con Solón en una nueva constitución para la polis dadas las severas leyes que había implantado Dracon, tomó la palabra para elogiar a su maestro: "Solón no es sólo un gran soldado bendecido con el valor de Ares, tampoco un insigne pedagogo dotado de la inteligencia de Atenea, mucho menos un gobernante notable como lo es Zeus del universo; Solón es un amigo que perdona las ofensas de sus enemigos. De joven, paladín frente al ejercito de Lesbos; de hombre, estudioso de los secretos de Egipto durante el gobierno del rey Amosis, quinto miembro de la dinastía de Sais, y de Megara, ciudad en la que se invento el buen reír (la comedia). En esta última polis, propaga por primera vez sus ideas sobre el gobierno de los pueblos. La participación de los ciudadanos para él es indispensable, el "demo" y su opinión valen tanto como la de los aristócratas y reyes. Allí se vuelve odioso a los ojos del poeta Teognis, noble de Megara. Sin embargo, logra implantar la democracia en dicha tierra y ahora, ha vuelto para mejorar con su sapiencia el sistema de leyes de la Acrópolis. Teognis quefue desterrado de su patria por ser contrario al progreso de la polis, ha sido acogido por el benevolente Solón aquí, en Atenas. Diganme prudentes extranjeros, si esto no es digno de admiración y alabanza." Todos estuvieron de acuerdo con lo que había dicho el joven jurista. El anciano jonio les dijo que el no era tan inteligente como su discípulo lo había descrito, y les pidió que aprovechando el tiempo de su visita lo ayudaran a terminar la nueva constitución de la ciudad. Así, los peregrinos descansaron de tan largo viaje y pasaron algunos meses en compañía de Solón, brindándole cada uno su consejo y su experiencia. Terminada la ardua labor, en fiesta solemne se presentaron las leyes al pueblo que aplaudía y danzaba a causa de la felicidad. Sabían que esas normas los protegían de la barbarie, haciéndolos más libre y más humanos.

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