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viernes, 22 de agosto de 2008

"Existe un segador cuyo nombre es la Muerte y tiene los poderes de Dios."


Existe un monumento tan alto y tan perfecto que su esplendente reflejo puede perdurar por generaciones innúmeras sin decrecer en carácter, maravilla y dignidad. Tal es su poder y su majestuosidad que sus adversarios sucumben con solo mirarlo y con mirarlo buscan más. Es una obra del ingenio humano cuyas partes parecen más divinas que el artífice y más eternas que Dios. Es la inspiración totalizadora de la quintaesencia del neoexpresionismo cinematográfico. Es Berlin Alexanderplatz.
Casi 900 minutos de película hacen de esta obra -en cualquier sentido- una de las más grandes de todo el cine alemán. Considerado el testamento de Rainer Werner Fassbinder, filmada entre 1979 y 1980 en 16 mm., debe ser sin duda la mejor adaptación al cine de una novela (espero poder conseguir el libro de Alfred Döblin escrito en 1929 para ratificar mi opinión aunque eso sea difícil), sin embargo entre más trata Fassbinder de ser fiel al original impreso, más ideas, sueños y ambiciones deposita en el producto final.
En el marco del Festival de Cine la gente del Goethe Institut -con quienes siempre estaré agradecido, sobretodo al buen hombre que se encargaba del proyector- decidió presentar esta extensa película. El jueves tuve la suerte de asistir a la última función de las 7 programadas. Pero algo peculiar ocurrió en la sesión final, parece que alguien había visto mal el tiempo y había decidido exhibir sólo 13 capítulos. Al finalizar las dos horas de proyección, la gente se empezó a retirar (los cuatro gatos, recuerdo que la primera sesión había media sala llena), sin embargo cinco personas nos dimos cuenta de que faltaba el epílogo… le pedimos al encargado que lo pusiera y él accedió. Pensábamos que sería corto y resultó ser el capítulo más largo y más personal de la serie, que nos tuvo otras dos horas sentados. Así, después de cuatro horas de buen cine, salí de la sala a las 11:30 p.m. Estaba tan adormecido por el frío, la garúa y lo que había visto que esa noche no abrí la boca para nada. Creo que hasta mis sueños fueron mudos. Una frase que continuamente repetía Franz Biberkopf (nombre del protagonista de la ficción) cruzó mi mente toda la mañana siguiente:
Exite un segador cuyo nombre es la Muerte y tiene los poderes de Dios.

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