Estoy comiendo toffees y escuchando a Carmina Cannavino (le debo una entrada, pronto la escribiré), reconfortado porque he terminado de leer una de las novelas más raras que han caído entre mis ajadas manos, estoy hablando de À rebours (1884, traducida como Al revés o A contrapelo, aunque lo ideal sería un doloroso Contra natura). Es la vida y obra del excéntrico aristócrata Jean Floreissas des Esseintes, quien cansado de la vida moderna decide fugarse del mundo para crear su propia estancia artificial en las afueras de Paris en una pequeña casa ubicada en Fontenay-aux-Roses, no sin antes haber vendido el castillo familiar de Lourps.
Es necesario para que quede claro cual es el mensaje (algunos son lentos) que transcriba no una parte de este precioso libro, sino el epígrafe que abre la novela: Es preciso que yo me divierta / por encima del tiempo… aunque / el mundo sienta el horror de mi re- / gocijo y su grosería no sepa lo / que quiero decir. Esta cita pertenece a Rusbrock el Admirable, un sabio belga del siglo XIII que escribió sobre el misterio de la Trinidad.
Un primer episodio nos narra la desazón del hombre hastiado por el spleen que ya había identificado Baudelaire. En el segundo nos muestra el acondicionamiento de su nuevo hogar, en donde busca los colores, las pieles, las maderas, los metales más exquisitos que se vean bien con la luz artificial de las bombillas y no con el vulgar resplandor del sol. En el tercero, reflexiona sobre la vida moderna y el poder sagrado del artificio, de la imaginación. En el cuarto, hace un recuento de la literatura latina desde el siglo I a.C. hasta el X d.C. demostrando su gusto por los autores de la mal llamada decadencia. En el quinto, narra su gusto por los licores finos y los compara con los instrumentos musicales y habla sobre su única mascota, una tortuga a la que manda poner rubíes en el caparazón y bañar en oro. En el sexto, de sus gustos pictóricos, especialmente por Goya y por Gustave Moreau. En el séptimo, de cómo trata de pervertir a un jovenzuelo acostumbrándolo al trato de las prostitutas. Del catolicismo y su educación con los Padre jesuitas en la juventud en el octavo. En el noveno, de las flores más antinormales y de una pesadilla con el monstruo de la Sífilis. En el décimo, de sus amores perversos con una malabarista, una ventrílocua enana y un colegial vicioso. En el undécimo, de los perfumes y como crea nuevas formas olorosas. En el duodécimo, de su hipotético viaje a Inglaterra, que casi se concreta hasta que se dio cuenta de que podía evadirse con la fantasía y nada más. En el décimo tercero, de la literatura religiosa francesa del siglo XIX. En el décimo cuarto, del progreso de su enfermedad que lo lleva hasta permanecer en cama. En el antepenúltimo, de la literatura secular francesa del siglo XIX. En el siguiente, de sus refinadas inclinaciones musicales, que prefieren el canto gregoriano sobre la orquestación y la pompa, y sus lavativas nutricionales, peculiar forma de absorber el alimento desde el ano. Y en el último, de su forzoso regreso a Paris, en pro de su minada salud y de eliminar la terrible neurosis que lo persigue.
Ese es Des Esseintes… el mejor amigo espiritual que conozco. Un hombre que ha pasado por la lujuria y el satanismo de las misas negras y que, sin embargo, ruega al Señor perdón y fe en el párrafo postrero del libro. No sorprende que unos años después de la publicación, el autor (Joris-Karl Huysmans) se haya pasado al lado cristiano también. Solo en Dios se puede soportar la repugnancia real del mundo contemporáneo, privado del genio clásico y de la ingenuidad medieval.
Es necesario para que quede claro cual es el mensaje (algunos son lentos) que transcriba no una parte de este precioso libro, sino el epígrafe que abre la novela: Es preciso que yo me divierta / por encima del tiempo… aunque / el mundo sienta el horror de mi re- / gocijo y su grosería no sepa lo / que quiero decir. Esta cita pertenece a Rusbrock el Admirable, un sabio belga del siglo XIII que escribió sobre el misterio de la Trinidad.
Un primer episodio nos narra la desazón del hombre hastiado por el spleen que ya había identificado Baudelaire. En el segundo nos muestra el acondicionamiento de su nuevo hogar, en donde busca los colores, las pieles, las maderas, los metales más exquisitos que se vean bien con la luz artificial de las bombillas y no con el vulgar resplandor del sol. En el tercero, reflexiona sobre la vida moderna y el poder sagrado del artificio, de la imaginación. En el cuarto, hace un recuento de la literatura latina desde el siglo I a.C. hasta el X d.C. demostrando su gusto por los autores de la mal llamada decadencia. En el quinto, narra su gusto por los licores finos y los compara con los instrumentos musicales y habla sobre su única mascota, una tortuga a la que manda poner rubíes en el caparazón y bañar en oro. En el sexto, de sus gustos pictóricos, especialmente por Goya y por Gustave Moreau. En el séptimo, de cómo trata de pervertir a un jovenzuelo acostumbrándolo al trato de las prostitutas. Del catolicismo y su educación con los Padre jesuitas en la juventud en el octavo. En el noveno, de las flores más antinormales y de una pesadilla con el monstruo de la Sífilis. En el décimo, de sus amores perversos con una malabarista, una ventrílocua enana y un colegial vicioso. En el undécimo, de los perfumes y como crea nuevas formas olorosas. En el duodécimo, de su hipotético viaje a Inglaterra, que casi se concreta hasta que se dio cuenta de que podía evadirse con la fantasía y nada más. En el décimo tercero, de la literatura religiosa francesa del siglo XIX. En el décimo cuarto, del progreso de su enfermedad que lo lleva hasta permanecer en cama. En el antepenúltimo, de la literatura secular francesa del siglo XIX. En el siguiente, de sus refinadas inclinaciones musicales, que prefieren el canto gregoriano sobre la orquestación y la pompa, y sus lavativas nutricionales, peculiar forma de absorber el alimento desde el ano. Y en el último, de su forzoso regreso a Paris, en pro de su minada salud y de eliminar la terrible neurosis que lo persigue.
Ese es Des Esseintes… el mejor amigo espiritual que conozco. Un hombre que ha pasado por la lujuria y el satanismo de las misas negras y que, sin embargo, ruega al Señor perdón y fe en el párrafo postrero del libro. No sorprende que unos años después de la publicación, el autor (Joris-Karl Huysmans) se haya pasado al lado cristiano también. Solo en Dios se puede soportar la repugnancia real del mundo contemporáneo, privado del genio clásico y de la ingenuidad medieval.
1 comentario:
Interesante, curioso el dato de los jesuitas, andan en todas, jeje.
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