¿Qué decir? ¿Cuántas cosas de que hablar y de las que escribir? Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar… y yo pase más de dos semanas entre amigos, haciendo caminos para andar. Voy a rememorar sin mucha ilación los recuerdos. Como las fotografías de los álbumes o como las pinturas de las iglesias; así serán más espontáneos los comentarios, más sinceros y más míos.
Mientras dormitaba incómodo en el bus, junto a Lito, caí en la cuenta de que volvía a la capital con el mismo compañero de viaje con el que había partido hacia Jaén. Recordé nuestros primeros diálogos, tan serios y plagados de monosílabos. También me acordé de aquellos gestos medidos que debieron ser misteriosos para ambos. Estábamos conociéndonos. Estábamos. Luego, el seminario de El huito: los almuerzos, las cenas y los desayunos. El paulatino “animarse” de la conversación, día tras día, hora tras hora. Vuelvo a sentir lo afectuosos que se iban haciendo los estrechones de mano durante la Paz de las liturgias. Inmediatamente me invaden imágenes del TAU, las figuras humanas, las películas, las máscaras, los ríos, las cascadas, la autobiografía que aún pienso continuar. Los tres días de silencio durante los Ejercicios. Los murmullos en el pasillo de las habitaciones de los hombres, los chistes de Pavel, las canciones de Giacomo, los estigmas de Kurt, la ropa tendida… secándose. Las picaduras, el repelente, los “Buena oración” del Carloncho, la contemplación y la capilla. Ese compartir con las Clarisas una misma afición: Dios. La noche de talentos, la visita al Marañón, la balsa y el barro en el cabello, el ficticio cumpleaños de Alicia, la persecución de los perros que protagonizó una mañana el Eduardo. Los dos seminaristas, los partidos al pito de los gallos, las conversaciones con el Davichin en alguna banca de carrizo. La falta de Niels, Ulises, y Juanca cuando se fueron. La división en grupos, la expectativa por comenzar el peregrinaje, la despedida de las religiosas, Puerto Ciruelo, otro cruce en balsa pero esta vez sobre el Shinshipe (?), la combi musical que arribó a Huarandoza con nosotros dentro, el CEO y sus habitaciones para siete, el comprar botas con Homero y Pierre cerca de la plaza. La misa del Jose en la noche, la caminata al día siguiente, la garúa, el hundirse, el resbalarse y el seguir caminado. Cruce Narajo y el primer estandarte de San Francisco Javier. La semilla pegajosa, las gentes, los saludos, la epifanía del silencio. Sábanas, don Juan y doña Uba. El “Panzas” y sus amigos, la derrota con los lugareños en el fútbol. Los tamales, las humitas, el cuy y el queso. Los “sonsos” del Josomor, el killer, las “cucharas”, el ludo, las damas y el ajedrez. La separación, Gonzalo y su puerilofobia, Samaniego y su “No, loco/No, compadre”. El comer la pulpa de la caña, el ordeñar las vacas, el amarrar los tamales, el dormir en el suelo, el Homerohomerohomero…, los ronquidos, la espalda del “Eminen”, las inyecciones del padre Recharte. El Andrés, Jaime, Sebastián, Harry, Eusebio, Falopio, Prudencio… etc, etc, etc. Y la capilla, el rosario de Homero y Pierre, las cruces para el Vía Crucis del Sama, las oraciones del Gonza, la cruz grande de Josomor y Lito. Las dinámicas del Homerístico, las discusiones entre el amigo de la selva y el limeñito. Las cuitas sentimentales del piurano causadas por Shirley. Los problemas de identidad del muralista. Los rosarios, los bautizos y el empate ansiado. La despedida, el doble desayuno, la peregrinación con dirección a La Laguna, el reencuentro, las zambullidas, y la vuelta a Huarandoza. El partido de voley, la tribuna, los agradecimientos, la llegada del Beto y el yonque. El final, otra separación con los chicos de vocación, el sueño y la vuelta a Jaén, las fotos, el colegio San Luis Gonzaga, la evaluación, el restaurante, las cremoladas, el apuro del Carloncho. La partida dejando a los norteños con el Davichin. El bus, las malas películas y nuevamente, ese dormitar incómodo del inicio. Qué más. Saber que hay otro adiós al final del camino, pero tener la esperanza y el ánimo como para afrontarlo con alegría. Porque todos somos parte de todos… la sutil melancolía, el momento cuando piras, los espacios donde miras y las gotas de tu lluvia se irán, tus regalos, […] deberían de llegar.
¡Gracias Grandote, porque no se hicieron esperar!
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