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jueves, 21 de febrero de 2008

Intento de robo: Fallido

¡Deja que contemple, tierra de Albania,
nodriza severa de hombres salvajes!
Lord Byron, Peregrinaje de Child Harold

Con está cita da inicio el viejo James Fenimore Cooper (que por cierto nació el mismo día que yo, es decir, un 15 de setiembre) al capítulo XX de su más famosa novela The last of the Mohicans (1826). Capítulo que estoy tratando de leer miestras escribo esto. Y es que este voluminoso libro está en camino de romper una marca. Lo empecé el 3 de enero y casi tengo con él mes y medio. El pasado domingo me lo devolvío un compañero del voluntariado que accidentalmente se lo había llevado en la mochila hace más o menos un mes. Fue al terminar la visita a los "abuelitos" del asilo. Al salir, recorriendo las calles de tan colonial distrito, asustamos un poco a las damas del grupo (dada la inminecia del peligro por los carnavales) y les jugamos algunas bromas tontas.
Cuando planeabamos qué hacer, una sombra chinesca, rápida y casi bidimensional se posó a mi lado izquierdo salido de algún teatro de pesadilla -ojo, estoy exagerando, y eso se lo debo a la compañia de D.- y quizó violentar el bolsillo de mi short de scout color tierra. Lamentablemete (afortunada para mí), yo tenía la mano en el bolsillo así que la "marioneta hurtadora" perdió tiempo, primero jalando mi brazo, luego metiendo su mano y finalmente buscando algo en el amplio espacio desocupado. Este intervalo fue suficiente como para yo sujetara su brazo con fuerza -sí, con la poca- y que al momento de retirarlo se viera apresado unos instantes . Creo que los nervios o los efectos de algún narcótico le hicieron perder la concetración y soltó las monedas que tenía en la mano. Antes de irse lo miré y él también lo hizo, a pesar de eso, su rostro no quedo grabado en mi memoria, espero que le haya sucedido lo mismo a él. En fin, recogí el "sencillo" que se había caído, lo conté y me llevé la sorpresa de que no me faltaba nada. La billetera y el reloj los cargaba en el otro bolsillo, por eso no me preocupe demasiado. Sin embargo, cuando ya habíamos llegado a parajes más civilizados, un amigo del grupo me dijo que se había llevado algo verde, que él lo había visto con algo verde entre los dedos. Yo no recuerdo, hasta ahora, haber portado algo verde de importancia, por eso le mentí diciendo que tal vez era un lapicero. ¿Qué extaño me resulta todo este asunto? Bueno, de ahí nos fuimos a jironear un poco, comprar helados y después... calabaza, calabaza cada uno pa' su casa.
Pero, lo que me hizo pensar fue lo que me sucedió hoy. Caminado por una avenida, en la tarde, se me acerco una señora con su hijo y me preguntó donde estaba el paradero, yo le dí las referencias necesarias y continué caminado. Media cuadra adelante, otra persona, una muchacha, me pidió el mismo auxilio. Ahí caí en la cuenta del aspecto tan inofensivo que debo tener para que la gente se me acerca de esa manera (con buenas o malas intenciones) cada vez que le viene en gana. Es cierto eso de que esta tierra es nodriza severa de hombre salvajes... y sin educación.
Poofff.


Nota del día siguiente (viernes 22): Al parecer las cosas continúa igual. Hoy se me acercó otra señora, esta vez con una niña muy inquieta para pedirme 80 centavos porque se había quedado sin pasaje . Horas más tarde, me topé con el señor que me recogía del colegio en mis épocas primariosas . Me retuvo conversando más de media hora, como consecuencia, arribé abatido a mi hogar.

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