En una de las escenas de la película, uno de los personajes dice: “La televisión es la retina del ojo de la mente”. Este comentario, tomado como simple justificación de la demencial trama que nos propone el director canadiense (y que resulta una constante en su filmografía) no pasaría de ser una línea más del guión, pero si la analizamos con mayor detenimiento, podremos encontrar otras implicancias mucho más interesantes. El filósofo esloveno, Slavoj Žižek, en un sugerente artículo sobre el film The Matrix[1] (otra cinta cargada del escepticismo postmoderno de la realidad), señala: “Lo real es también y primordialmente la pantalla misma, concebida ésta como el obstáculo que desde un principio siempre distorsiona nuestra percepción del referente, es decir, de la realidad exterior”. Pues bien, mi acercamiento al filme parte del tratamiento de dicho problema por Cronemberg.
Durante la hora y media de metraje, el espectador es sometido a la contemplación de su propia enajenación como consumidor voraz de los medios de información y de entretenimiento. El planteamiento propuesto para esto es sumamente premonitorio: el televidente, insaciable consumidor de imágenes y sonidos, desea abandonar su pasividad e interactuar con el catalizador de la realidad que tiene enfrente (la pantalla).
El sujeto, así, llega a creer que su existencia sólo se limita a los confines del rectángulo de vidrio. Es, por tanto, un ataque contra la virtualidad del mundo contemporáneo. Sin embargo, esa virtualidad escabrosa -la de la televisión- que expulsa la luz, repele y enceguece, puede ser subvertida por otra –la del cine- que atrae, ensombrece y curiosamente es capaz de clarificar esos códigos para crear, como Videodrome, una obra de arte.
[1] The Matrix, o las dos Caras de la Perversión. En Acción Paralela. Nº 5.
Durante la hora y media de metraje, el espectador es sometido a la contemplación de su propia enajenación como consumidor voraz de los medios de información y de entretenimiento. El planteamiento propuesto para esto es sumamente premonitorio: el televidente, insaciable consumidor de imágenes y sonidos, desea abandonar su pasividad e interactuar con el catalizador de la realidad que tiene enfrente (la pantalla).
El sujeto, así, llega a creer que su existencia sólo se limita a los confines del rectángulo de vidrio. Es, por tanto, un ataque contra la virtualidad del mundo contemporáneo. Sin embargo, esa virtualidad escabrosa -la de la televisión- que expulsa la luz, repele y enceguece, puede ser subvertida por otra –la del cine- que atrae, ensombrece y curiosamente es capaz de clarificar esos códigos para crear, como Videodrome, una obra de arte.
[1] The Matrix, o las dos Caras de la Perversión. En Acción Paralela. Nº 5.
1 comentario:
oh si muy interesante, incluso concuerdo con tu idea, aunque yo creeria mejor que aclaras el porqué te has puesto signorrello y nose que cosas más jajajaja
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