En un libro excepcional sobre el arte del siglo XX, Arthur
Danto se pregunta: «¿Cómo se distingue un objeto que resulta ser discontinuo con
la realidad, y como tal, reconocido por un público, de un nuevo elemento de la
realidad?» (2002: 57). En otras palabras, en qué momento aparece la propiedad
que separa a esos objetos que denominamos “artísticos” del resto. Para
responder a esta interrogante, Danto se vale de la filosofía de la acción de
Wittgenstein: «La diferencia entre una acción básica y un mero movimiento
corporal tiene muchos paralelismos en las diferencias entre obra de arte y mera
cosa […] Una acción sería un movimiento del cuerpo más x […] una obra de arte sería un objeto material más y. Y el problema, en cada caso, es
resolver x e y de un modo filosóficamente aceptable» (2002: 25-26). Sin embargo,
la propuesta de una perspectiva institucional[1]
de su validación no satisface a Danto como tampoco lo hacía, hace casi dos mil
años, al autor de Sobre lo sublime.
Como sabemos, el texto que nos
ocupa es una de esas respuestas epistolares[2]
que intercambiaban los filósofos en la Antigüedad, en el marco de lo que
Cicerón llamaba la humanitas, y que no
era otra cosa que la «telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en
medio del lenguaje escrito» (Sloterdijk 2006: 19). Aunque el emisor concreto de
la epístola no ha sido identificado, en el libellus
sí se menciona explícitamente al destinatario, Postumio Terenciano, y el motivo:
un comentario complementario de una obra de Cecilio, posiblemente de Caleacte,
un liberto de origen judío[3].
Este Cecilio pertenecía a una de las corrientes retóricas más importantes del primer
siglo de nuestra era, la aticista, que pregonaba una imitación de los modelos
de oratoria clásicos (fundados por Lisias en el s. V a.C.) y de cierta
propensión intelectual en el modo de argumentar. Contraria a esta escuela estaba
la de los oradores asiáticos, cuyo estilo florido había sido iniciado por
Hegesias de Magnesia (s. III a.C.) y que, para la época en que fue escrito
nuestro tratado, gozaba de gran popularidad.
En esta coyuntura, el texto es una
toma de posición frente a ambas tradiciones retóricas, una tercera vía que
señala sus defectos y excesos, respectivamente, y que, a partir del método
comparativo, establece un canon o tradición propia (Homero, los trágicos,
Platón, Demóstenes) para, desde un estoicismo platonizante[4],
proponer un arte de lo sublime o, como el autor mismo lo define, “elevado y
excelente en el lenguaje”. Para ello, opone la técnica a las cualidades del
poeta, un giro innovador en la formulación del acto creativo. Su tono polémico
radica en que privilegia la “grandeza de los conceptos” a la “materialidad de
la expresión”, con lo que termina por colocar las disposiciones innatas
(talento o la pasión) por encima de las adquiridas por el oficio (la
figuración, la dicción y la composición). Además, hace del artista el ente
catalizador de una vocación humana universal, pero impensada para él con
anterioridad: «un amor invencible por lo que es siempre grande y sobrenatural»
(fol. 35, par. 2, 10). Es decir, la constante superación de los límites de
su naturaleza: lo sobrehumano.
Desde esta perspectiva, parecería que
Sobre lo sublime puede ser
interpretado como un alegato contra la técnica artística. Sin embargo, el
propio autor llama “técnico” a su tratado, es decir, hecho mediante
determinadas fórmulas, pero no para persuadir al lector, como lo harían
aticistas y asiáticos, sino para moverlo al éxtasis. Así, su ataque no está
dirigido hacia las fórmulas -que describe y aprueba con ciertas salvedades-,
sino hacia su uso no-sublime o “convencional”. Contra la sanción institucional
del arte y sus excesos, representados por las escuelas retóricas del siglo I y
por los mercaderes del arte en el siglo XXI, aquella de la que desconfiaba
tanto Danto, parece haber sido escrito este tratado.
Bibliografía
Danto, A.
2002 La transfiguración del lugar común: una
filosofía del arte. Barcelona: Paidós.
Longino.
1979 Sobre lo sublime. Madrid: Gredos.
Sloterdijk, P.
2006 Normas para el parque humano. Madrid:
Siruela.
[1]
«Un objeto material (o artefacto) se dice obra de arte cuando así se considera
desde el marco institucional del mundo
del arte» (Danto 2002: 26).
[2]
Peter Sloterdijk llama así a las obras de este tipo: «Desde que existe como
género literario, la filosofía recluta a sus adeptos escribiendo de manera
contagiosa acerca del amor y la amistad» (2006 :19).
[3]
Esto hecho parece justificar la inclusión de los pasajes del Génesis en el tratado y no el origen del
autor.
[4]
Especialmente patente en la sección final, en la cual se condena la esclavitud
moral de la época, especialmente, la codicia y la lujuria.
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