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domingo, 21 de diciembre de 2014

Haneke: una singular belleza



Hacia el año 1241, después de haber arrasado Hungría, hordas de jinetes tártaros  golpearon los muros de una villa apenas convertida en ciudad. Durante su infancia, el pequeño Michael escuchaba ensimismado la historia de la defensa desesperada de su patria adoptiva, Wienner Neustadt, por un grupo improvisado de artesanos, burgueses y nobles católicos llenos de pavor con quienes no podía dejar de identificarse. (“Nueva Austria” era el poblado principal del desaparecido ducado de Estiria y había sido fundada por el duque Leopoldo V de Babenberg en 1194 con el dinero pagado por el rey Ricardo I de Inglaterra, capturado cuando volvía de sus aventuras en Tierra Santa). Puerta de entrada a Europa Central, Haneke debía saber que la antigua urbe fronteriza había conocido su momento de esplendor allá en las postrimerías del Medioevo, cuando Federico III de Habsburgo se había instalado en ella, después de haber convertido a Austria en un archiducado.

El recuerdo de todo esto quedó grabado en su memoria por una sencilla razón: la ciudad de su niñez era la que amaba su madre. Durante el largo invierno nazi, Beatrix había iluminado sus noches con la narración vívida de aquellos acontecimientos. Y las palabras de la actriz seguían sonando, con la misma mezcla de angustia, en sus adormecidos oídos: “Querido Micha, no olvides esto nunca; cada cierto tiempo los bárbaros retornan a las puertas de este rincón hermoso de nuestra espiritual Europa como un castigo por aquel nacimiento espurio, producto de tan deshonroso rescate”.

La trascendencia de Michael Haneke (Munich, 1942) para el cine finisecular de Occidente radica en que, quizás, convirtió esta probable escena en una vocación. Una de singular belleza.

Resumir la obra de Haneke sería reducir su importancia. Su fracaso temprano en la música clásica, su incursión en el teatro que lo tornó tan meticuloso en la dirección de actores, sus inicios audiovisuales en la televisión, la teatralidad de su cinematografía, el disturbio que consigue en la sensibilidad de los espectadores, el tratamiento de la belleza de forma “pura y dura”, la defensa de los valores de la alta cultura europea, Austria y ese afán políglota de sus últimas cintas, son solo unas pincelas del universo de este interesante creador.

Para conocer más del mismo, los dejo con una entrevista realizada por Serge Toubiana en el 2005 sobre una de sus más polémicas películas, Funny Games (1997), cuya versión norteamericana salió en el 2007 con Naomi Watts. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Certamente, non ГЁ umano
enigmaet