Hacia el año 1241, después
de haber arrasado Hungría, hordas de jinetes tártaros golpearon los muros de una villa apenas
convertida en ciudad. Durante su infancia, el pequeño Michael escuchaba ensimismado
la historia de la defensa desesperada de su patria adoptiva, Wienner Neustadt,
por un grupo improvisado de artesanos, burgueses y nobles católicos llenos de
pavor con quienes no podía dejar de identificarse. (“Nueva Austria” era el poblado
principal del desaparecido ducado de Estiria y había sido fundada por el duque
Leopoldo V de Babenberg en 1194 con el dinero pagado por el rey Ricardo I de
Inglaterra, capturado cuando volvía de sus aventuras en Tierra Santa). Puerta
de entrada a Europa Central, Haneke debía saber que la antigua urbe fronteriza
había conocido su momento de esplendor allá en las postrimerías del Medioevo,
cuando Federico III de Habsburgo se había instalado en ella, después de haber
convertido a Austria en un archiducado.
El recuerdo de todo
esto quedó grabado en su memoria por una sencilla razón: la ciudad de su niñez
era la que amaba su madre. Durante el largo invierno nazi, Beatrix había
iluminado sus noches con la narración vívida de aquellos acontecimientos. Y las
palabras de la actriz seguían sonando, con la misma mezcla de angustia, en sus
adormecidos oídos: “Querido Micha, no olvides esto nunca; cada cierto tiempo los
bárbaros retornan a las puertas de este rincón hermoso de nuestra espiritual
Europa como un castigo por aquel nacimiento espurio, producto de tan deshonroso
rescate”.
La trascendencia de
Michael Haneke (Munich, 1942) para el cine finisecular de Occidente radica en
que, quizás, convirtió esta probable escena en una vocación. Una de singular
belleza.
Resumir la obra de
Haneke sería reducir su importancia. Su fracaso temprano en la música clásica,
su incursión en el teatro que lo tornó tan meticuloso en la dirección de
actores, sus inicios audiovisuales en la televisión, la teatralidad de su
cinematografía, el disturbio que consigue en la sensibilidad de los
espectadores, el tratamiento de la belleza de forma “pura y dura”, la defensa
de los valores de la alta cultura europea, Austria y ese afán políglota de sus
últimas cintas, son solo unas pincelas del universo de este interesante
creador.
Para conocer más
del mismo, los dejo con una entrevista realizada por Serge Toubiana en el 2005
sobre una de sus más polémicas películas, Funny
Games (1997), cuya versión norteamericana salió en el 2007 con Naomi Watts.
1 comentario:
Certamente, non ГЁ umano
enigmaet
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