Sábado por la mañana. Una casona barranquina, varios espejos, una chimenea y un bar al fondo. Un perrito
chiquito y un balcón con luz blanca.
Tercio de varas
El estiramiento es distinto en el
flamenco.
Parte de los hombros y va descendiendo
por el tronco, en forma envolvente, hasta que alcanza los muslos y las
pantorrillas que suben y bajan. Toca los tobillos y los pies, cuyo ritmo
termina por contagiar a las muñecas y, luego, se prolonga en las palmas abiertas
y los dedos crispados.
Manos como palomas.
Solo cuando el cuerpo ha tomado
consciencia de sí mismo es posible empezar a bailar.
Suerte de capote: Un, dos,
tres, un, dos, tres, un, dos, tres, paramparampapam. Hay algo de aguante en el
ritmo. Es la calma que precede a la tempestad.
Tercio de banderillas
Lo más difícil parece ser
mantener la concentración sin perder la postura ni salir de los tiempos. Cada
paso dibuja una figura en el suelo.
Pisar, pisar fuerte, levantar la
rodilla y dar una vuelta. Contenerse. Parar con el cuerpo para mantener en vilo
el alma del espectador. Y pisar de nuevo. Una secuencia completa es como una
marcha que estremece la tierra.
«La música une todo».
Las palmas tocan los tacos como
para acariciarlos. El flamenco es una mezcla de zapateo y natación. Las caderas
acompañan a los hombros. Las manos a los pies.
«¡Ala!».
Recoger la falda como una sábana
para mostrar la desnudez. Hacerla volar, suave y aleve.
Unas sevillanas. Más populares,
menos estilizadas.
Los dedos no están desposados hasta
que salen las castañuelas y el cuerpo se vuelve una estampa morisca.
«Los puños cerrados expresan los
sentimientos más tristes».
Los brazos son como banderillas
que se desenvainan alternativamente.
Cuarta derecha, el brazo en alto
siempre está a punto de atacar; el izquierdo, las defiende del peligro. Cuarta
izquierda, intercambio y espejo. Cuando se cruzan, pausa y salto.
Después del giro, una palmada. Los dedos se extienden longitudinalmente como
lanzas.
«La única manera de aprender es
repasando».
Otra vuelta, los brazos se convierten
en alas que cubren el cuerpo para exponerlo al instante a las miradas.
Tercio de muerte
Después de los ensayos, la
música. La euforia de las gargantas destempladas por el dolor y la ausencia.
Las castañuelas azabaches, los tacos furiosos, las muñecas cimbreantes, las
mejillas coloradas y los cabellos húmedos. Cante, toque y baile.
Contar con algo que no sea el
cerebro.
Las palmas y el martillo de las
pisadas sobre las campanas de las faldas. Rojo
y negro, como la novela de Stendhal y las corridas de toros. Cada
revolución con la tela recogida en la cintura es como un pase de capote; cada
salida de las manos, un estoque, un disparo. Si los hombres tienen un traje de
luces, las mujeres pueden ser gitanas. Ambos buscan la manera de vencer a la
muerte mientras bailan.
Suerte de muleta: Ante el
peligro, un diafragma tenso, un tronco erguido y un final retumbante.
La suerte parece estar echada.
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