¡Oh, Abdero!
¡Abdero dime!
(Hermano en la desgracia de Acteón).
(Hermano en la desgracia de Acteón).
¿Qué se siente perder la carne entre las fauces de hermosos
corceles?
Hijo de la batalla,
favorito de Heracles,
¿a quién le suplicaste cuando te consumían vivo?
¿a qué dios del Olimpo?, ¿qué antiguo lamento
recordaste?
¿Qué se rompió antes
tu alma o tu corazón,
tu corazón o tu sexo,
tu sexo o tú?
(Los celos de Yolao condujeron las bridas a tus manos).
(Los celos de Yolao condujeron las bridas a tus manos).
¿Hermes lloró tu perdida
o prefirió entregar los mensajes
de los curiosos que en la cima de un monte
se entretenían con tu desgracia?
Dime Abdero,
cómo se siente perder las uñas
trazando surcos en los lomos
de siete -nunca cuatro- yeguas furiosas,
que paladeaban con sus lenguas
el tuétano de tus huesos blancos
-perlas que adornaron el jardín de Diómedes-
librados al fin
a la intemperie, las lluvias y el sol.
(Ninguna metamorfosis te libro del dolor).
(Ninguna metamorfosis te libro del dolor).
Dime Abdero, ¿cuál es el privilegio
de que un par de poetas malos
te piensen constantemente
desfigurado y muerto?
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