«Además, en el anciano la
comunicación entre los centros que coordinan los movimientos y los que los
realizan es lenta; se realiza con la velocidad de un tren de carga, por así
decir, con dudas y paradas. Por eso el ritmo y el tempo[1]
del movimiento en el anciano es lento, perezoso» (p. 208), dice Constantin Stanislavski
en un capítulo de El trabajo del actor
sobre sí mismo dedicado a la
caracterización de un viejo. Y es conocido que el teórico ruso fue un gran observador
de los comportamientos humanos. Por eso, el siguiente consejo tamiza la
afirmación inicial, al sugerir a un actor que ha logrado “reencarnarse” en un
viejo, el paso siguiente: «Lo más difícil ya está hecho. Ahora puede
rejuvenecerse enseguida. Puede volverse más dinámico, enérgico, flexible; casi
como un joven. Pero… sólo dentro de los límites de los quince o veinte grados
de su gesto habitual. No pase nunca de estos límites, y si lo hace, debe ser
con mucho cuidado, en otro ritmo, porque en el caso contrario sentirá calambres»
(p. 210).
Europa es un continente de
ancianos. Y no es necesario recurrir a las estadísticas de Wikipedia para saber
eso. Basta con ver sus películas. Las mejores al menos. Y será porque estuve un
par de años visitando a muchos de ellos en un asilo en el Rímac cada domingo. Será
porque vivo con una desde que nací. O será porque me gusta ese tempo perezoso del que habla
Stanislavski. El punto es que quiero compartir unas cuantas de mis pelas
favoritas sobre gente que “puede rejuvenecerse enseguida” ante la mirada de un
-debo reconocerlo- no tan joven espectador.
Una
tragedia (marzo)
La pela de Michael Haneke es
inapelable. Es un alegato a favor de las prerrogativas éticas del amor. En sus
películas siempre suena desde algún rincón Schubert, y Amour (2012) no podía ser la excepción. Nadie es mejor que él para
dirigir a sus actores. Y su reciente deconstrucción de dos rostros emblemáticos
de la nouvelle vague -Emmanuelle Riva
y Jean-Louis Trintignant- no hace más que confirmar lo anterior. Porque al
saber que un rostro querido ha perdido toda esperanza no queda más que privarlo
de su sufrimiento y naufragar a su lado.
Una
comedia dramática (julio)
El reparto es de primera: Jean
Horton (la diva), Reginald Paget (el esposo engañado), Wilf Bond (el cáustico
libidinoso), Cissy Robson (la cándida) y Cedric Livingston (el director
musical). Dustin Hoffman se luce en la dirección de Quartet (2012) al entregarnos un film con tan bellos detalles. Un
asilo para antiguos músicos y cantantes líricos ingleses. Todos decadentes pero
contentos, como los músicos del Titanic que no quieren abandonar el barco. En
este caso, lo que se está hundiendo es su cuerpo marchito. Citando a Hemingway:
«Un hombre puede ser destruido, pero no…»
Una
animada (noviembre)
Arrugas
(2011), del español Ignacio Ferrera, fue toda una sorpresa. La llegada a un
asilo de un viejo empleado de banco y su lucha contra el Alzheimer. Su
encuentro con un argentino divertido e irónico. La repetición de las palabras,
el olvido de los significados, el terror del segundo piso donde van los que ya
están muertos pero siguen respirando. Basado en el exitoso comic de Pablo Roca. Humor para enfrentar el vacío, nada
mejor.
Como solía decir el maestro de teatro: «Es
difícil conocer y hallar las circunstancias dadas de la vejez. Pero una vez
halladas, no es difícil fijarlas mediante la técnica».
Y quien diga que el invierno no puede darnos imágenes dinámicas, enérgicas y flexibles, está equivocado y no merece llegar a viejo.
[1]
Stanislavski entendía el tempo-ritmo
como la expresión verbal del texto; a diferencia del sentimiento, espontáneo e
interno, relacionado con la experiencia emotiva, es decir, el subtexto. Ambos
eran elementos complementarios para la caracterización de un personaje y la
reencarnación de un papel; aunque reconocía la primacía del segundo porque
«cuando el sentimiento no responde por sí mismo y tiene que recurrir al ritmo
para estimularlo, se encuentran [los actores] en un absoluto desamparo» (p.
180).
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