Introducción
A mediados del 2010, la Asamblea General de las
Naciones Unidas creó ONU Mujeres, la Entidad de la ONU para la Igualdad de
Género y el Empoderamiento de la Mujer. Este fue un avance significativo de los
países miembros para alcanzar uno de los Objetivos del Milenio: Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.
Una distinción fundamental
Cabe distinguir dos
conceptos para poder entender la labor de este organismo en el contexto actual.
A partir de las
investigaciones en la Polinesia de la antropóloga estadounidense Margaret Meed
(Adolescencia, sexo y cultura en Samoa,
1928 y Sexo y temperamento en tres
sociedades primitivas, 1972) se inició el debate en torno a la relación
entre sexo y género, a través del estudio de roles, como la maternidad, que
respondían más a factores culturales que biológicos.
En primer lugar, el género es «el modo de ser hombre/mujer
dentro de una cultura determinada», se trata de patrones de comportamiento
aprehendidos socialmente, construidos culturalmente y respaldados
históricamente. Por otro lado, el sexo
se refiere a «las características fisiológicas propias de hombres y mujeres»;
sin embargo, algunos aspectos vinculados tradicionalmente al sexo pueden ser
moldeados por razones de género.
Brechas y
discriminación
Existe en el país cuatro dimensiones en las que es evidente la
distancia que separa, por razones de género, a la población: educación,
violencia, ciudadanía y trabajo. Las cifras en ese sentido son claras.
La tasa de analfabetismo en el Perú hacia el 2001 era de 6,1% en
los hombres y 17,9% en las mujeres.
Según el Ministerio Público (2010) el 38,4% de las mujeres ha
sufrido algún tipo de violencia de parte de su pareja y existen 10 casos de
feminicidio al mes. De las 4910 denuncias de violación a nivel mundial al año,
93% fueron sufridas por mujeres y en 55% se empleó la violencia física, lo que
hace de esta problemática una pandemia global.
El uso del lenguaje también reproduce la discriminación al
connotar negativamente la apertura a la vida ciudadana de la mujer (“mujer
pública”=prostituta) circunscrita tradicionalmente a la vida privada del hogar.
Por último, en cuanto al campo laboral, el 67% de las mujeres
trabaja en el sector informal (a diferencia del 53% en el caso de los hombres)
y tienen un ingreso promedio de S/. 828,8, lo que representa un 65% del sueldo promedio
de los hombres (S/. 1323,3). Además, trabajan semanalmente unas 9 horas más que
estos.
Todo lo anterior demuestra que existe una discriminación por
género en el Perú, debido a una concepción de la mujer como objeto y no como sujeto autónomo.
Herramientas de
análisis
El análisis de género
permite identificar las condiciones de vida, según esta variable, en cada
sociedad y representa una superación de la perspectiva anterior que afrontaba
está situación como una “problemática” exclusiva de la mujer.
Existe una distribución disímil del conocimiento, la propiedad,
los ingresos, las responsabilidades y los derechos entre los hombres y las
mujeres. Esto afecta a la población marginada en dos dimensiones.
La dimensión de la
distribución que implica la división sexual del trabajo
(reproductivo/productivo) y los roles tradicionales (mantenedor/proveedor) con
problemáticas propias como la segregación ocupacional y salarial (feminización
de una profesión) y el uso inequitativo del tiempo.
Y la dimensión del
reconocimiento en la que existe una diferente valorización de lo masculino
y lo femenino vinculados simbólicamente a lo civilizado y la naturaleza,
respectivamente. Las principales problemáticas de género en este caso son las
relaciones de poder-violencia y el control de la sexualidad de las mujeres.
Perspectiva de
cambio
La perspectiva de género
asume un papel importante, porque se trata de
«un proceso de
cambio estructural en las instituciones, la cultura y hasta la forma de pensar
y vivir diariamente».
El Gobierno debe
ahondar, a la hora de elaborar las Políticas Públicas, en la transversalidad de género (mainstreaming),
un proceso técnico y político que engloba tanto a los objetivos como a las
estrategias para conseguirlos (“normalización”).
Para eso, debe analizar
si sus propios proyectos de desarrollo asumen o no una perspectiva de género, y
así evitar caer en el esencialismo,
el cuantitativismo, la masculización, el familismo, la falsa igualdad
de las oportunidades o el enfoque
limitado en la mujer sin considerar sus relaciones sociales.
Conclusiones
La solución a esta situación de exclusión y marginalidad de la
mujer en nuestro país debe plantearse desde la búsqueda de nuevas formas de
construcción de la masculinidad y la feminidad, combatiendo los roles
establecidos tradicionalmente para crear relaciones igualitarias que atiendan a
identificar las necesidades de cada colectivo.
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