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lunes, 13 de agosto de 2012

La vocación imperfecta

Todos los Hijos de Adán tienen dos tipos de vocación.

Una vocación es eufórica porque nace de la identificación de uno consigo mismo. La otra, en cambio, es disfórica porque para realizarla plenamente es necesario identificarse con un ser ajeno. La primera es natural, es placentera y se funda en la capacidad creadora de los seres humanos. La segunda es adquirida, causa cierto desasosiego y requiere de una actitud de servicio y entrega hacia los demás y hacia Dios.

La vocación recibe otras denominaciones como “llamado” o “deseo de Dios”. En realidad, la vocación no es más que el nombre secular del Espíritu. La vocación perfecta puede ser esbozada como aquella relación que desde la Eternidad de los Tiempos une al Padre con el Hijo. Es el Conocimiento que Dios tiene de sí mismo a través del ejercicio continuo de la Creación. Por eso, su símbolo primordial es el Árbol del Saber, el cual era irrigado y germinaba en el Paraíso Terrenal. Esta vocación es connatural al hombre porque este fue creado a “imagen y semejanza” de Dios. Dada su condición de creatura, el hombre ha sido siempre libre de ejercer dicho llamado, con la condición irrestricta de que no olvide el lugar que ocupa en la relación que establece con su creador.

El otro Espíritu corresponde a aquel que envió el Padre a los primeros convocados en la Fe. Este llamado reclama de cada creatura la aceptación de su Ser, de su condición de “sierva”. Es la Gracia la que permite que dicha aceptación sea más sencilla, aunque no es suficiente, pues el asumir la “vocación de servicio” solo se da una vez es interiorizada la Voluntad que ha concebido a los seres humanos. Esta vocación imperfecta al incluir como instrumento necesario la libre elección del hombre puede -y de hecho lo hace- incurrir en el error. Gracias a la imperfección humana, él participa de la voluntad divina mediante su propia voluntad.

Adán y Eva, siendo libres de pecado, decidieron desconocer la voluntad de la Creación y asumieron su propia naturaleza partiendo de la apropiación del Espíritu del Conocimiento. La vocación perfecta los hizo padres del género humano, pero los desterró de la Gracias plena de la que gozaban en el Paraíso. Como compensación del Saber que adquirieron, limitado debido a su propia imperfección, perdieron la Vida eterna.

María, como Madre de Dios, a través de Jesús, y Cristo, Hijo del Padre, Dios en sí mismo, repararon el Pecado del Hombre. El Dios encarnado aceptó la vocación imperfecta como una forma de conciliar al Creador y a la Creatura, cuya falta era, precisamente, producto de una operación inversa.

Y todo esto debe ser recordado perpetuamente porque lo hizo el Dios que amaba infinitamente al Hombre y que condenándolo, lo salvó.

Amén. 

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