El Trípode de Helena es un blog personal. En la parte superior de la columna izquierda, verán mi retrato y debajo una breve biodata. A continuación, están organizadas las entradas según los temas recurrentes y según la fecha en la que fueron publicadas. Si a alguno de ustedes le intriga el título del blog, de click aquí. Si están interesados en descubrir más acerca de la imagén del encabezado, entren aquí.

jueves, 13 de enero de 2011

La historia de Emma Iver

(Muchos notaran cuáles son mis fuentes: dos películas, un libro, un videojuego y una canción).


La noche anterior a la mañana en la que el médico del pueblo volvió a su casa, su esposa tuvo un horrible sueño. Soñó que alguien, a pedido de ella, le rascaba la espalda frotando con unas sucias uñas hasta ensangrentar su piel. Entonces una purulenta llaga con dientes se abría entre sus omoplatos y devora al sujeto que buscaba aliviarla, dañándola. Al día siguiente, el caballo del señor Iver pisó una trampa para osos que apareció accidentalmente en la entrada del jardín posterior de su casa. La trampa causó que el corcel trastabillara quebrándose las piernas y que el jinete saliera proyectado hacia un árbol. El señor Iver fue llevado al hospicio más cercano para ser atendido por colegas suyos. Había sufrido la fractura de una clavícula y varias costillas. Entretanto, Emma y Bon se quedarían al cuidado de su madre.


Al mediodía, la señora Iver se encerró en su cuarto y no se volvió a abrir esa puerta en los siguientes tres meses que estuvo ausente su esposo. Emma se hizo cargo de Bon. Cuando la carreta que traía al viejo médico lo dejó en su hogar, el recién llegado preguntó a sus hijos por su madre. Ellos miraron en dirección a la planta alta y no supieron qué responder. El señor Iver sacó el juego de llaves que tenía y buscó la de la cerradura de su recámara. Al abrir la puerta estaba a oscuras, todas las ventanas habían sido cerradas por dentro. Iluminado el cuarto comprobó lo que suponía, que no había nadie en su interior.

Al cabo de tres años el señor Iver se sintió solo y empezó a caminar de noche por las habitaciones de la casa. Dos años más tarde, una de esas noches, Bon bajo a tomar agua a la cocina. Cuando estaba de regreso, al salir del baño notó que la luz del cuarto de su hermana estaba prendida. Se acercó en silencio y vio a su hermana arrodillada ante su padre. Emma tenía el rostro pintado y los aretes de su madre. Se parecía tanto a ella. Desde ese momento comenzaron sus pesadillas.

Después de seis meses, su hermana tuvo las primeras náuseas. Bon, consciente del delicado estado de Emma, le hecho la culpa al señor Iver y decidió vengarse. Recordó la trampa para osos guardada en el desván del tejado y fue por ella. Nunca se había descubierto quién la había colocado en medio de su propiedad. Bon lo agradeció de verdad. De madrugada, la puso en un lugar oscuro del corredor de la planta superior. Antes había dicho a Emma que no saliera de su habitación por nada. En medio de la noche, un grito rasgó las paredes de madera de la casa. Bon abrió su puerta y fue tras el bulto que se arrastraba por el suelo en dirección a las escaleras. Se acercó a él, y lo patio varias veces. Luego lo cogió de un brazo y lo arrastró en dirección a la recámara matrimonial. Una vez dentro, cerró la puerta con llave. Al amanecer, Emma y Bon eran huérfanos.

Bon dejó se asistir a la escuela parroquial del pueblo y buscó un trabajo en la zona del mercado. Pronto se tornó alcohólico y mujeriego. Al cumplir dieciséis años ya había matado a varios tipos y embarazado a dos meretrices. Por aquellos años, el hijo de Emma había cumplido tres años y no se parecía a su abuelo. Por otro lado, Bon casi no asomaba por casa de los Iver. En realidad, salvo por eso, la vida de Emma era feliz.

Una tarde, alguien tocó la puerta. Los golpes eran violentos. Emma se asustó y el niño rompió en llanto. Ella se acerco a ver por la mirilla y la puerta se desplomó encima de ella tumbándola en el suelo. Un hilo de sangre le cruzaba el rostro. Lo último que alcanzó a ver antes de perder el sentido fueron varias manchas negras que entraban a su casa como fantasmas de la muerte.

Dos días más tarde despertó. Estaba en un burdel. Con el tiempo se enteraría de la estúpida muerte de su hermano. Borracho había caído desde el puente al río. Al menos eso fue lo que le contaron. La habitación era roja y tenía una chimenea encendida. Desesperada, gritó pidiendo que la dejaran ir. O que le trajeran a su hijo Sam. Incontables horas después entró un tipo en la habitación. Era uno de los acreedores de Bon. Tenía que pagar las deudas de su hermano. El sujeto regentaba el local y había pagado a los otros acreedores por el muerto a cambio de Emma. Se acercó más y la obligó a que hiciera lo mismo que le gustaba al señor Iver. Ella le suplicó piedad por el indefenso Samy. Pero, mientras la forzaba, él proxeneta le contó como lo habían lanzado a los perros para que se divirtieran un rato como harían otros perros con ella. Fuera de sí, ella lo castró con los dientes. El tipo gritó de dolor y fue cojeando a la chimenea, mientras pedía auxilio. Inmediatamente entraron los tipos que invadieron su casa y la sujetaron. El ensangrentado eunuco cogió el atizador del fuego y se lo clavó en el ojo izquierdo. Y quedó negro e inservible para siempre.

Emma fue condena a prestar servicio con los criminales, deformes y enfermos. Durante largo tiempo la sometieron a todo tipo de vejaciones y violencias. Sin cumplir todavía dos décadas ya estaba completamente desfigurada. Ante la imposibilidad para ejercer de prostituta por lo espantoso que se había tornado su rostro, fue conducida por encargo del proxeneta al interior de un bosque. Embarazada por décimo tercera vez, con las uñas largas y sucias como un animal, casi calva y con el vientre abultado, caminó en silencio hasta un claro profundo. El sujeto que la condujo la ató a un árbol y sacó un hacha. La iba a decapitar. De pronto, un gemido infrahumano salió de la garganta de Emma. Era todo lo que podía hacer. Uno de sus clientes le había cortado la lengua hacía un año.

El tipo se compadece y la deja en medio de la naturaleza. La embarazada se resigna a ser devorada por las fieras salvajes. Lo desea. Pero un sonido la saca de ese trance. Alguien se acerca. Al despertar se encuentra en una especie de rustica cabaña construida en el interior de un arce real. Ha dado a luz. Piensa en que la han descubierto. Junto a ella hay un frasco con un líquido ambarino. Están a salvo. Sus once fetos. Fue un buen escondite entre sus piernas. Se trata de incorporar. Algo le dice que anda mal una cosa. No escucha los llantos del recién nacido. Baja por lo que parece ser la entrada a una cueva oscura. Por todos lados hay velas y unos muñecos colgando del techo. Coge un puñal que está sobre el suelo. Lo huele, es sangre. Al fondo parece que alguien está cocinando. La luz difusa de la candela no le permite distinguir más que a un anciano semidesnudo. Este voltea y le sonríe. No tiene dientes y de su boca, sale un pequeño brazo.

Lacrimosa. Así se llama la casa en la que vive y da cobijo a sus hijos. A los recogidos, deformes y enfermos. Todos bellos niños. Y ella es su única madre. E. Y al primero de todos los que comieron juntos, en la cena caliente, fue al maestro de los muñecos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel

Anónimo dijo...

Je t'aime, Da-Daniel.