Però un avís per a navegants
Fes-me cas els dies senars
I els parells fes com qui sent
Que a la platja hi xiula el vent.
Un año en Garamond siempre se ve mejor. Un año en letras rosadas. Tengo un aviso para los navegantes. Que son varios y que siguen en el mar. Como las palomas que no encuentran tierra firme. Vuelan muy bajo en compañía de su reflejo. Sus plumas huelen a sal y alquitrán. Ahora mismo no tienen nada que perder. Como un millón de profesores europeos. Y los cuatro costados de un año par. Algunos nacen en el día que le sobra a todos los bisiestos. Entonces crecen más lento. Y su vida es larga e infantil. Como el sonido de las flautas y el olor de los membrillos.
(No se puede captar la luz que acaricia una fruta en verano con un pincel. Se pone madura y se desprende del árbol. O la estación avanza y la sombra es otra. Cada doce meses uno pierde el sentido. Cada trescientos cincuenta y tantos días uno recobra lo que ha perdido. Los amigos. E irrumpe el ciclo estacional del intercambio de presentes. En el lugar ideal, el jardín de los senderos que nunca se bifurcan. Un juego de significados del retorno eterno).
Los marineros son trovadores que cantan pareados y creen en el santelmo. No tienen una mujer en cada puerto, sino una vida, una continuidad. Las escamas de los peces muertos las cargan en el corazón. Junto con la fotografía de su primer y dulce desamor. Es que las palabras son un río que apenas rebasa los bordes de una hoja en blanco. Pero inundan el blanco de los ojos que se despiden para siempre. Una hemorragia incontenible de galeras fúnebres. Por eso algunos queman las naves al desembarcar. Son los que esperan no retornar de su propia ínsula extraordinaria.
Un año en Garamond se ve mejor. Pero un año en Times es claro, es especial. Como el tiempo que necesita todo marinero para salir a la mar.
P.D.: Como un millón de profesores europeos, es decir, tengo la impresión de que en el panorama de la teoría literaria actual existen dos posturas muy marcadas: la primera está caracterizada por un recrudecimiento, una esclerosis, un vaciamiento de su fin aplicativo que la ha convertido en mero ejercicio discursivo; la segunda, por una falta total de modelos, por el impresionismo, por el gusto solipsista. Y he notado esto en varias universidades limeñas por diferentes motivos. Si la Católica presenta una disputa entre colonialistas y culturalistas, San Marcos la tiene entre andinistas e hispanistas (distinción anterior porque se asume desde la perspectiva sanmarquina que todos los católicos son hispanistas en una), y los de la Villarreal están fragmentados en medio de todas las variantes de estudio de la literatura alternativa o marginal: amazónica, afroperuana, de género, queer. Todos simulacros de verdad. O ejercicios de terror. En algún caso, una traición. Porque el endurecimiento ciego de la estructura no es más que una copia de lo que podría ser un acontecimiento pleno en la vida del teórico. Y el ejercicio de la impresión como criterio es similar al del terror. Parece que nadie quisiera pasar de ese único a ese todo. Parece que el millón no fuera suficiente.
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