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sábado, 12 de noviembre de 2022

El cine de terror sobre la violencia de género


No existen géneros más violentos que el de las películas bélicas, las de vaqueros y de samuráis, y el cine de terror. Ahí es donde se manifiesta ese poder que solo tiene el cine para mostrar lo que más queremos ocultar (además obviamente del sexo, pero para eso está el cine erótico y la pornografía): el cuerpo, los instintos y el dolor. No quiero proseguir en esta línea mi reflexión, sino más bien centrarme en el último de estos géneros, que en los últimos años ha vivido un renacimiento en los Estados Unidos con directores como Jordan Peele (1979), Robert Eggers (n. 1983) o Ari Aster (n. 1986), quienes han decidido ampliar el espectro de los temas usuales del mismo (leyendas urbanas y conflictos adolescentes) con otros nuevos como los provenientes del folclore, el racismo y los problemas intergeneracionales. Sin embargo, en el seno mismo de la rica tradición cinematográfica de ese país ha comenzado a despuntar otros nombres que han apostado por el terror para expresar preocupaciones de una generación con una fuerte militancia feminista desde el destape de movimientos como Ni una menos (2015) y Me Too (2017). En este texto, quisiera recomendar tres películas que se encuadran en ese horizonte, es decir, que abordan el problema de la violencia de género desde el punto de vista de las mujeres (aunque solo heterosexuales y con patrones de belleza hegemónicos). 


La primera película es Ready or Not (2019) de la dupla formada por Matt Bettinelli-Olpin (n. 1978) y Tyler Gillett (n. 1982). A continuación, copio la primera sinopsis que encuentro en internet: “Durante la noche de su boda, una mujer recibe la invitación por parte de la rica y excéntrica familia de su marido para participar en una tradición ancestral que se convierte en un juego letal de supervivencia”. La razón de la cacería se debe a que un tiempo atrás, el viejo patriarca hizo un pacto con un ser demoniaco y, a cambio de la prosperidad económica de su descendencia, le prometió el sacrificio de aquellos que ingresarán a su familia. Más allá de la cuestión sobrenatural, la verdadera denuncia de la película radica en el sadismo de los parientes del novio y en la mentira de este, quien no informa a su prometida de dicha “costumbre”. Aquí, la violencia contra la protagonista es de género y de clase: una combinación bastante común. 


El segundo trabajo es Watcher (2022) de Chloe Okuno (n. 1987). Procedo de la misma manera que en el caso anterior: “El film sigue a Julia, una actriz que recientemente se mudó a Bucarest con su esposo Francis, quien descubre que un vecino la está observando del otro lado de la calle, al mismo tiempo que se declara a un asesino serial suelto por el barrio”. En este caso, el aislamiento de la protagonista se debe a su condición migrante (ella es estadounidense, mientras el esposo tiene ascendencia rumana), una experiencia traumática sobre todo si se pasa a un contexto en el cual no se conoce el idioma ni las costumbres. Así, lo que realmente es un acto de acoso no es tomado en serio ni por su pareja ni por las autoridades locales, mientras su única amiga le aconseja llevar un arma consigo. Como en muchos casos, se termina responsabilizando a la victima a la que se acusa de distorsionar los hechos debido a una emotividad exacerbada o a un cuadro depresivo. 


Finalmente, no me gustaría cerrar este recuento sin mencionar Fresh (2022) de Mimi Cave. El argumento, bastante general, es el siguiente: “Los horrores de las citas durante la modernidad se examinan a través de los ojos de una joven mujer que debe luchas contra los inusuales antojos de su nuevo novio”. Pero, en este caso, la película es más que una crítica del “amor líquido”. De lo que se trata es del secuestro, tortura y intento de asesinato de la protagonista por parte de un psicópata caníbal que además lucra con la carne de las mujeres que captura vendiéndolas a través de internet a un selecto grupo de acaudaladas personas que comparten su misma “debilidad” por el sexo femenino. La película es una sutil alegoría del proxenetismo. Pero, además de eso, afirma claramente que la salvación no vendrá del sexo masculino sino de la solidaridad entre las propias mujeres y, por ello, condena la complicidad de personas como la esposa del feminicida.

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