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domingo, 6 de septiembre de 2015

Diez tesis sobre la enseñanza de la redacción



                          
I

Dos son los conceptos más importantes en la enseñanza de la redacción: proceso y estructura; y lo son porque han sido la causa de incontables extravíos.


II

En términos estrictos, la noción de “proceso de redacción” es una fábula pedagógica que sirve, entre otras cosas, para tranquilizar el ánimo de los profesores. Como en la vida, no existen “principios” ni “fines” en este tipo de menesteres. Así, uno puede redactar un texto sin haber realizado un esquema previo o concluirlo sin dedicar un tiempo específico para su corrección. Lo importante no son las etapas, sino las competencias (analíticas, técnicas y críticas) que se deberían poner en acción en cada una de ellas y simultáneamente.


III

Aristóteles nunca llamó “lógica” a la ciencia de la demostración e inferencia válidas. Él usó el término analítica, cuyo significado era “desatar”. Por lo tanto, el discurso coherente y ordenado, el logos, no aparece como creación del individuo, debido a que sus insumos lo anteceden históricamente. El redactor no inventa, desenreda; y, para ello, toma prestadas palabras ajenas. Pero conseguir esas palabras requiere tiempo. Tiempo para conversar cuando quienes las pronuncian están cerca y son contemporáneos; tiempo para leer cuando vienen de lejos o del más allá.


IV

Es obvio entonces que sería más fácil -y menos infructuoso- que en lugar de enseñarle a alguien a escribir, se le orientara a escoger con estilo a sus futuros interlocutores.


V

Debemos distinguir entre técnica, propedéutica y método. La técnica es, simplemente, un saber instrumental, un saber-hacer. En ese sentido, uno puede saber-escribir, pero no por ello estar capacitado para trasmitir ese conocimiento. La propedéutica, por otra parte, es la enseñanza preparatoria para el estudio de una disciplina. La enseñanza de la redacción no es una propedéutica porque no es antesala de ningún saber, es un fin en sí misma. Uno no aprende a escribir para ser mejor politólogo, administrador o ingeniero, uno aprende a escribir para hallar una verdad y compartirla con alguien. Esto último se llama método.


VI

Todo texto es perfectible. O, lo que es los mismo, ninguno es más que un “borrador”. Cada “versión definitiva” es fruto de una derrota, ya que la intención comunicativa del redactor es constantemente traicionada por la escritura. Solo la voluntad es capaz de hacer menos evidente dicho fracaso. La voluntad es esa resistencia contra la naturaleza misma del lenguaje. Hay que enseñar esa resistencia.


VII

Algo podemos rescatar de la noción de proceso: su circularidad. Cada vez que alguien vuelve a colocar una letra detrás de otra, retoma la escritura de un único texto, cuya última oración coincide siempre con su propio final.


VIII

Una estructura es, al mismo tiempo, un apoyo y un lastre. Como una fotografía, es una prótesis de la realidad.


IX

Primera prótesis: el “esquema de comprensión”. El verdadero contenido de un organizador gráfico no es el tema que ha servido de excusa para su elaboración sino la cartografía mental levantada por quien lo hizo. Hacer evidente para el mismo sujeto la arquitectura de sus ideas es más útil que corregir un par de errores de diseño. Segunda prótesis: el “esquema de redacción”. Sea una secuencia numérica, un cuadro o un diagrama de flujo, la intención es una: retrasar la textualización con la esperanza de que la distancia permita observar con mayor objetividad nuestras ideas. Sin embargo, la solución podría ser otra: convertir al neófito escritor en su más crítico y confiable lector. "Autoevaluación", le dicen los entendidos.


X

Sí se puede evaluar la escritura. De hecho, a cada instante se la "(co)evalúa". La metodología es sencilla y no consiste en comprobar el uso de reglas gramaticales, ortográfica o de puntuación. Si un texto tiene un estilo propio, si su estilo atrapa lectores, si los lectores lo incluyen en sus conversaciones y escriben otras cosas a partir de él; entonces sí, ha logrado su cometido, ha encontrado su cauce y, probablemente, ha justificado un poco nuestra labor. 


Coda

Un texto que no circula es como un aborto. Ninguno de los involucrados (docentes o aprendices) quiso responsabilizarse, sinceramente, de él. 

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