Gran parte del cuestionamiento de Carlos Reynoso[1] a los Estudios Culturales (EE. CC.)
tiene como causa principal una operación descalificada por el autor y que,
según él, solo puede generar reificaciones, equívocos y mistificaciones. Nos
referimos a la tendencia de los EE. CC. a subsumir categorías de otras
disciplinas humanísticas y sociales, en conceptos ambiguos e indefinidos, cuyo
valor operacional queda mermado a cambio de una polisemia que pretende dar
cuenta de un complejo objeto de estudio.
Podemos descomponer la crítica de Reynoso partiendo de dicho
objeto de estudio, cuya identificación y aspectualización coherente justifica
la labor de cualquier disciplina o, en el caso de los EE. CC., campo. Se trata
del concepto de “cultura”. Lo primero que señala Reynoso es que
dicho objeto es compartido por otras disciplinas, las cuales, desde diferentes
enfoques, han constituido una tradición particular en la reflexión del mismo. Dos son las áreas académicas sobre las que hace hincapié Reynoso: por
un lado, la sociología; y, por el otro, la antropología. Sin necesidad de
realizar un resumen de los argumentos de Reynoso, se puede sintetizar la
objeción del autor de la siguiente manera: La deconstrucción de la “cultura”,
como categoría eurocéntrica, imperialista y falocéntrica, practicada por los
EE. CC. no es anterior a las reflexiones críticas que se han llevado a cabo en
el seno de la sociología y la antropología; y el hecho de aquellos desconozcan
esto demuestra su provincialismo académico, su falta de rigor intelectual y su
desmedido espíritu triunfalista.
Otro de los
puntos fuertes de su acusación es de carácter metodológico y se refiere a las técnicas
de la “etnografía”, las cuales son empleadas sin el conocimiento necesario de sus mínimos
de aplicabilidad, es decir, sin tomar en cuenta la inmersión prolongada en la
subcultura urbana, segmentando de manera autista la realidad y obteniendo los
registros textuales -testimoniales o semióticas- sin especificar los criterios
de selección de la muestra o sin esclarecer los indicadores que serán evaluados
al final de la investigación para corroborar las hipótesis planteadas. Pero
precisamente, según Reynoso, los EE. CC. se caracterizan por mostrar un
desinterés absoluto por el planteamiento de hipótesis y su corroboración
empírica o, por lo menos, retórica (en esto ayudan esas especies expositivas creadas ad hoc por los culturistas: los working papers). Y esto debido básicamente a dos cosas: i) a
la tendencia general del culturismo de interpretar, más que explicar, la
realidad (giro hermenéutico); y ii) al desfase entre unos estudios que se
enfocan en fenómenos particulares y locales (emic) pero cuya autopercepción
oculta un formalismo y universalismo atroz (etic). La consecuencia lógica de
todo esto es la no-correlación entre un marco teórico ausente y unas
conclusiones y hallazgos que suelen bordear el sentido común, en el mejor de
los casos, y el puro sinsentido, en el peor.
Esto nos
lleva al tercer punto, la “articulación”, categoría que es ensalzada por los
culturistas como original del movimiento. Pero la articulación no es más que
una trampa que simplifica una larga serie de otros fenómenos distintos. Para
Reynoso, la inconveniencia de su utilización estriba i) en que al comprender un
campo demasiado amplio de procesos, no puede aspectualizar la realidad y, por
lo tanto, no puede crear disciplina o campo alguno, siendo natural en ese
sentido que el objeto se torne inmanejable e, incluso, imposible de abordar; y ii)
en que su empleo en los EE. CC. ha sido indiscriminado debido a la confusión
que pulula en ellos, al articular disciplinas, metodologías y fenómenos de
manera indistinta, sin discernir los niveles al momento de hacer las transferencias
entre teorías, categorías y hechos.
Llegados a este punto, podemos analizar el último terreno en
el que opera la subsumisión: el académico. Aquí, para Reynoso, asume otro
nombre: la “interdisciplinaridad”. Este es el dominio más político del debate
porque implica la lucha de los departamentos académicos por el mercado de lectores,
la estetización de la crítica cultural, la espectacularización de sus
manifestaciones (intelectuales, conferencias, instituciones), la inclinación
política de la tendencia hegemónica y su relación con la situación planetaria
contemporánea. Demás está decir que el voto de Reynoso es otra vez en contra.
Los EE. CC., centrándose en los aspectos más controvertidos, llamativos y
populares de la cultura urbana juvenil del Primer Mundo, han desestimado en sus
investigaciones la variable social de clase y la han colocado al lado de un
sinnúmero de otras, relacionadas con fenómenos de carácter cultural, local y
específico, como el género, la raza, o los hábitos particulares de “placer”
propios de las sociedades tecnológicas y consumistas promovidas por el
capitalismo tardío. Desde este ángulo, han buscado rituales de “resistencia”
donde, siendo muy optimistas, pocos casos demuestran tal intuición. Por otro
lado, la confusión de niveles entre teoría, metodología y objetos de estudio ha
sido también una constante en los EE. CC., y los ha llevado a incluir dentro de
su marco teórico, construido como un gran collage posestructuralista,
tendencias tan opuestas y antagónicas como el psicoanálisis lacaniano y el
análisis rizhomático de Deleuze, por poner un ejemplo.
Aunque la crítica de Reynoso encuentra una plena vigencia en el debate latinoamericano actual, debido a la
sempiterna imitación de las modas intelectuales de las metrópolis occidentales
por parte de los investigadores locales, y que esta se aúna a otras similares
contra el pensamiento posmoderno que pretende imponerse en las zonas periféricas
desde los centros hegemónicos, el saldo final sigue siendo desalentador porque
como el mismo autor confiesa, las disciplinas parecen estar tan exhaustas después
de varias olas crítica nacidas desde adentro, como para enfrentar a una corriente que intenta avasallar a la Academia efectuando una de las
operaciones más insólitas de la historia intelectual del hombre, pero practicada
con gran efectividad por las hordas bárbaras de todos las latitudes y tiempos: la tierra arrasada.
[1] Reynoso, Carlos. Apogeo y decadencia de los estudios
culturales. Una visión antropológica. Barcelona, Gedisa, 2000.
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