El Trípode de Helena es un blog personal. En la parte superior de la columna izquierda, verán mi retrato y debajo una breve biodata. A continuación, están organizadas las entradas según los temas recurrentes y según la fecha en la que fueron publicadas. Si a alguno de ustedes le intriga el título del blog, de click aquí. Si están interesados en descubrir más acerca de la imagén del encabezado, entren aquí.

jueves, 27 de octubre de 2011

Nadia* (o De la repetición)



uno nunca sabe
uno buscará, lleno de esperanzas
los caminos del azar
uno normal I siempre volverá
si uno se mirase desde afuera sin piedad...
Normal I, Fito Páez
I
Gonzalo levantó la mirada y la encontró agazapada detrás de unas enormes gafas. No había duda, acababa de tropezar con un fantasma.
II
Decir que Nadia era una chica cualquiera sería decir una mentira. Tenía el cabello ensortijado, corto y almendrado. Batido por el viento, lo traía sujeto con una banda elástica que cambiaba de color según su estado de ánimo.
Nadia odiaba los pantalones estrechos y los jeans de sus amigas. Usaba siempre faldas largas con estampados que recordaban el forro de los cojines de los casas de las abuelas. De hecho, cuando uno ponía la cabeza entre sus muslos, sabía que podía quedarse dormido sin preocuparse por nada.
Nadia tenía una respiración imperceptible, un olor a shampoo de bebé en el cabello y una piel tan sin marcas que cuando uno abría los ojos, su cuello, apoyado en la corteza de algún árbol, semejaba una pendiente de nieve no hollada.
III
Una de las grandes teorías de Gonzalo consistía en lo siguiente:
- Cada uno carga con alguien siempre. Nadie llega solo.
Entonces se ponía melancólico y pensaba en Nadia, su peso muerto, su propia carga. Nadia lo había dejado después de que él la dejará primero para escribir una novela. Pero, en realidad, no extrañaba a esa, la segunda Nadia, a la que le había reprochado su ninfomanía y sus arranques de histeria, sino a la otra, la anterior, la que tenía los frenos y el cerquillo, la chica a la que una vez también había visto, una mañana en el paradero, al levantar la mirada.
IV
«Cada uno trae una carga siempre. Nadie llega solo».
Nadia Cero era el modelo de todas las Nadias.
Pero, como estructura modélica no había nada de original en ella.
Si uno indaga con paciencia y lee muchos libros se tropezara con algo valioso: Hace mucho tiempo, en un lugar muy remoto, al pie de la costa bretona, esperaba Isolda el retorno de Tristán.
Y sin embargo, ¿qué Isolda? ¿Era la de las blancas manos o la de la rubia cabellera?
Nadia Cero quedó como sustrato, como remanente, dispuesta a no dejarse vencer por las demás.
V
Hace cinco años, Gonzalo decidió escribir una novela.
(Es decir, hace cinco años que Gonzalo existe).
Imagino que su resolución no había sido producto de una detenida cavilación. Tampoco, el resultado de una necesidad expresiva particular. Por el contrario, me resulta fácil pensar en ella como en un gesto espontáneo. Algo que no podía explicar satisfactoriamente a los curiosos.
- No sabía que escribías.
- Hasta donde yo sé, no lo hago.
- Entonces.
- Nada… Escribo.
Lamentablemente, cada vez que pienso en la primera Nadia recuerdo unos inquisitivos ojos pardos, agazapados detrás de unas enormes gafas, y el insólito rocío de flores estampadas.
VI
Al notar la diferencia sin notarla, uno busca una excusa para alejarse de ella.
Nadia Dos fue un paréntesis. Pensó que funcionaría porque le producía reminiscencias de Nadia Uno, pero no fue así porque su modelo era Nadia Cero, con quien era incompatible.
Nadia Dos fue el primer fantasma. Por eso la engañó dos veces:
1) Con una desconocida.
2) Con Nadia Uno, pero no funcionó. Ella también había dejado de ser Nadia.
VIII
Si la señora que dormitaba en la butaca de al lado le hubiera dicho a Gonzalo, como un avatar de Heráclito, «que nadie se baña en el mismo río dos veces»; él no hubiera tenido más remedio que atribuir su error al sueño, y responder cual Tristán:
- Puede que los griegos hayan sido más higiénicos que las mujeres con las que me suelo acostar.
IX
Acaso no te has dado cuenta de que eso a lo que llamamos nuestra vida no es más que el imaginario desvarío de una conciencia ajena y cruel que se empecina en sostener nuestro amor sobre el endeble fantasma de sus deseos insatisfechos y pueriles y que esta voz con la que pretendo romper el hechizo que nos ata a su discurrir enfermo es también por completo otra de sus emanaciones pestilentes el execrable amor que nos tenemos no representa para tal engendro nada más que un eructo un fastidioso tintinear de su cerebro no lo entiendes nadia o es que tú como los otros ya estás sorda a toda luz a toda pasión a todo sueño
un momento
o es que tú no te llamas nadia.
X
Cuando la vio, se enamoró de ella. O mejor dicho, recordó que estaba enamorado desde hacía mucho tiempo.
El reencuentro y el fin de la búsqueda. La felicidad principia… Free hugs time again.
XI
Gonzalo se pasó el verano descansado en casa. Leía por las mañanas, escribía un rato por las tarde y salía exclusivamente por las noches. Los fines de semana cocinaba y limpiaba las habitaciones. No dejaba de salir por las noches. A los pocos meses, Nadia Dos le volvió a hablar. Todos sus mensajes eran insultos que Gonzalo respondía con un eterno «ok».
Con el transcurso del año, dejó de contestar los mensajes; conoció a una tal Ana; volvió a sus antiguas distracciones: pasear por los balnearios, ver películas en los cineclubes y escuchar respiraciones imperceptibles.
XII
En el devenir de Gonzalo, ¿qué fue primero?; ¿su deseo de escritor o su deseo de amante?
XIII
Gonzalo conoció a Nadia Tres en una sala de cine. Iban a pasar una película de la nouvelle vague y Ana lo había dejado plantado porque una reacción alérgica a las fresas del helado del día anterior la había postrado en cama. En aquella salida, Gonzalo había descubierto que Ana podía cambiar de color como la banda elástica de una de las Nadias. La irrupción de aquel recuerdo lo puso melancólico.
Sacudió su cabeza y se topó con una figura conocida. La había visto antes. Era un sujeto de aspecto desaliñado, vestido con una camisa ridícula, que se sonaba la nariz con un pañuelo muy viejo. Asiduo a las salas de arte como se había vuelto, se había encontrado con él varias veces al finalizar las proyecciones. Dicho tipo solía salir al final.
Una vez le había comentado a Ana sus sospechas:
- Creo que lo hace para revisar si algún imbécil se olvidó algo debajo de las butacas.
- ¿En serio?
Casi por reflejo, desplazó su mirada hacia el otro lado de la sala. Se quedo fija en el umbral de la puerta. Su deseo había entrado en escena.
XIV
[John Cage, uno de los más importantes representantes de la música concreta norteamericana, hizo un experimento a mediados del siglo XX. Grabó su voz en una cinta magnetofónica y, a continuación, la reprodujo en un cuarto vacío. La emisión fue grabada en otra cinta y se procedió a repetir la operación reproduciéndola en el mismo ambiente y grabándola de nuevo. Esta secuencia se ejecutó hasta que las palabras articuladas por Cage terminaron convirtiéndose en un murmullo, un ruido indescifrable que parecía no significar nada].
XV
¿Cómo explicar a Gonzalo?
Gonzalo es la parte de otro personaje que quiere escribir una novela.
Ese personaje se resiste a perderlo y le entrega a Nadia, su experiencia de Nadia.
Gonzalo pierde al amor de su vida como si nunca hubiera existido: «Una tal Ana».
¿En qué momento nace Gonzalo?
Cuando el otro personaje se enamora de Abril, y se rehúsa a aceptar su destino.
Uno de los tantos nombres del joven Abril es Nadia Cero.
Por eso, cuando Gonzalo levantó la mirada y la encontró agazapada detrás de unas enormes gafas: «No hay duda, acabo de tropezar con otro fantasma».
El mismo, el de siempre.
Tampoco había ninguna incertidumbre en el hecho de que la chica con la que se besaba Nadia Cero, aprovechando la oscuridad del espacio, era su imagen invertida. Su doble femenino. Ni de que el sujeto repugnante lo estaría esperando a la salida de la sala, porque ahora él era un sustrato, un remanente, dispuesto a dejarse vencer.
Un objeto, una cosa, un algo. Debajo de cualquier butaca, olvidado por los demás.

* En la onomástica de la Europa occidental, existen dos fuentes para este nombre. La primera, derivada del árabe, la emparenta con Nadiyya, que significa “la anunciadora”, “la intermediaria de Dios”; a la vez que “delicado” o “tierno”. La variación persa del mismo nombre en fārsī significa “rocío”. Por otro lado, en las lenguas de la Europa oriental, proviene del antiguo eslavo eclesiástico usado por los evangelizadores bizantinos como traducción de la palabra griega ελπίς cuyo significado es “esperanza”. De este procede el nombre ruso y bulgaro Надежда. Del antiguo eslavo oriental, derivado de la matriz anterior, se originan los nombres Надзея (bielorruso) y Надія (ucraniano). También el polaco Nadzieja. Todos con idéntico significado.

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