Roland Barthes, Crítica y verdad, traducido por José Bianco, Siglo XXI, Buenos Aires, 7ª edición, 1985, pp.82. [Título original: Critique et verité, Éditions du Seuil, 1966].
Roland Barthes (1915-1980), crítico y semiólogo francés, fue uno de los primeros en aplicar a la crítica literaria los conceptos surgidos del psicoanálisis, la lingüística y el estructuralismo. En 1946 comenzó a colaborar en Combat, un periódico de izquierda, y sus artículos se recopilaron en El grado cero de la escritura (1953). A partir de 1948 fue lector en las universidades de Bucarest y Alejandría, y posteriormente trabajó como investigador en lexicología y sociología en el Centre National de
Con la publicación de Sobre Racine (1963), desencadenó un escándalo literario en Francia, enfrentándolo con los catedráticos universitarios tradicionales para quienes
Crítica y verdad es, en ese sentido, un ataque y una defensa. Un cuestionamiento de lo que Barthes denominó el verosímil crítico y una propuesta metodológica que privilegia el estudio del lenguaje. Esto determina la estructura del texto, la función de sus dos secciones y la lógica de su razonamiento. La obra, de corta extensión, fue terminada en febrero de 1966 y publicada ese mismo año por Éditions du Seuil. La traducción española apareció en 1971, en la editorial Siglo XXI, y ha tenido más de una decena de ediciones, lo que manifiesta su relevancia en el ámbito iberoamericano desde muy temprano.
En la primera parte, Barthes señala que la descalificación de
En la segunda sección, Barthes empieza poniendo de relieve la doble función de la escritura: poética y crítica; anticipada por los escritores simbolistas como Mallarmé. El autor tiene desde ese momento «cierta conciencia de habla […] el lenguaje le crea un problema»; la verdad de la palabra misma. Se descubre entonces, a partir de los aportes estructuralistas del psicoanálisis lacaniano y la antropología social, la naturaleza simbólica del lenguaje. El símbolo, a diferencia de la imagen, otorga una pluralidad de sentidos a la estructura de la obra literaria, eliminando la búsqueda de uno fijo, canónico; lo que distancia a la lingüística de la filología. Sin embargo, la ambigüedad del lenguaje práctico es contingente, situacional, mientras que la del lenguaje literario es citacional, no puede apelar a un marco contextual y, por lo tanto, tampoco puede protestar contra el sentido que le otorga el lector/intérprete. Los grados de sentido de la obra dan lugar a dos discursos diferentes: uno que apunta al sentido vacío en que se basan todos; y otro, a uno solo de esos sentidos.
Casi medio siglo después de la publicación de este libro, resulta interesante comprobar que sea la primera sección, signada por una disputa superada hace varias décadas, la más actual de la obra. La razón parece ser la posición inaugural que establece la respuesta de Barthes ante el academicismo esclerótico de Francia. Es la liquidación de la tradición crítica decimonónica que se había decantado en el historicismo o el determinismo más absurdos. Con esto, Barthes inicia una nueva forma de pensar el rol del lenguaje dentro la obra literaria y fundamenta una condena que bien puede funcionar en el presente contra todo intento de un acercamiento ingenuo a cualquier obra estética. El pensamiento regresivo, el código de la letra, la trasparencia del lenguaje y lo corriente son vicios que aquejan aún a la mayoría de críticos literarios no especializados y empíricos. Sin embargo, es en la segunda parte en la que los planteamientos de Barthes tambalean ante el nuevo escenario de los estudios literarios; su clasificación se basa aún en una distinción entre el lenguaje corriente y el lenguaje literario o poético, como lo hacían los formalistas rusos en sus primeros escritos de los años veinte. El modelo lingüístico, del que él mismo provee los límites, ha sido superado por el postestructuralismo: no se puede hablar de un sistema de la lengua del que se desprenden los productos textuales como casos particulares (en cambio sí de procesos de significación como lo recalca Kristeva), la simbolización no es una caracterización intrínseca del lenguaje sino de su uso (como lo determino el segundo Wittgenstein), la categoría de escritura ha sido ampliada por Derrida, y el análisis discursivo ha superado la noción de texto a dimensiones que sobrepasan las literarias y que identifican a corpus ideológicos completos. El autotelismo de la crítica también se presenta desfasado, y se enfrenta a la reacción casi contemporánea de la semiótica de
A pesar de lo anterior, la obra de Barthes resulta todavía estimulante porque propone una visión de la praxis crítica como contestataria y autorreflexiva. No hay crítica si no se discurre sobre el mismo fin de dicha práctica y se está comprometido con ella. La crítica es una acto ético y estético, no un juicio que equipara ambas dimensiones de la vida; de lo contrario, toda interpretación se convierte en mera lectura y, como tal, en universalización errónea, en «pastiche».
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