Primero estuvo la energía y sobre sí misma se creo la materia. La materia fue el contrapeso de la energía. Si la tesis era la energía, entonces y solo entonces, la antítesis es la materia. Pero no se produjo una síntesis, o mejor dicho, no una adecuada. De esa confrontación inicial, la primera de las peleas encaradas, nació el universo. Por eso el universo es la síntesis de la materia y la energía. Es donde ambas se funden, donde quisieron encontrarse en equilibrio. Pero el equilibrio no fue posible. Porque solo en equilibrio acaba la dialéctica. Así, el movimiento dialéctico de las cosas, el inexorable orden continuó en beneficio de la materia, la cual se hizo superior a la energía, la aplastó lentamente hasta dominarla. Hasta hacerse una fuerza independiente (codependiente) de ella. Por eso y desde ese instante la madre energía se convirtió en hermana de su hija, la materia. Pero en el universo material que empezó a crearse faltaba una fuerza impulsora. Ya no era la materia y la energía las que tenían que solucionar ese problema. Ese fue un trabajo para el hijo directo del universo: la muerte. Al principio solo había muerte… el nacimiento del universo fue el nacimiento de la muerte. Pura materia y energía muertas, sin vida. Pero la vida apareció. La segunda confrontación tuvo un claro ganador. Los hechos se repetían nuevamente. La tesis fue mortal, la antitesis vital y la síntesis fue el instante ígneo de la biogénesis. Y el equilibrio se rompió otra vez, para variar. Ahora la materia vivía. Pero la materia viva perdía propiedades ancestrales ya en esos tiempos, como el control de la energía o el de la muerte. La materia viva se arriesgo a perder eso por un capricho. El comienzo de una serie infinita de los mismos. Volviose codependiente de la energía y de la muerte pero ya no las pudo dominar. Ambos tornáronse un alimento que a la larga termina envenenado. La materia viva acepto ese precio y se glorificó en su victoria. Aun no tenía temor. Al romperse de nuevo el equilibrio, la línea primera de la vida fue el aconsciente. La materia viva vivía sí, pero de manera aconsciente. Es decir, no se percataba de dicho suceso. Es por eso que hasta este punto no tenía toda la culpa del camino recorrido. La materia viva apareció por impulso cósmico. Por un orden general, por la distribución celeste, por la emanación del maná, por el plan magno de la cosas. Solo con la génesis de la materia viva se puede hablar de evolución y, sí, aquí comienza el trecho evolutivo de la materia. Aquí sí tenemos un culpable: la evolución como proceso fue la responsable del nuevo contrincante. Si la aconsciencia era la tesis, la consciencia se transformó en la antitesis y la síntesis que resulto fue la psicogénesis o el nacimiento del alma. El espíritu o la consciencia, como se la prefiera denominar, crearon al hombre. Y desde ahí hablamos de él, pero no solo de él, sino de la inteligencia, en general, de cualquier ente consciente que pueble el universo y que este vivo y que sea material de alguna forma o en alguna medida. Es decir, esto le compete a todo ser material, vivo y consciente. Así, lo aconsciente, al igual que lo mortal y lo energético, se vio sometido a su vencedor. Cuantas posibles combinaciones hubieran salido si solo se hubiera escogido un camino distinto en algún punto del viaje. Y la hija del nacimiento del hombre fue lo femenino, en nuestro caso… Pero por el lado general también podría ser llamado lo verdadero, la naturaleza de las cosas, la consciencia plural del universo, el culto antiguo, la raíz del hombre y la especie. El amor. A lo que se le opuso la fe… lo masculino, lo rígido y erecto contra lo dilatado y profundo. Lo cavernoso de lo femenino es terreno, es color oscuro, es humedad, es cavidad y es protección, es mirar hacia adentro, es actitud dadora porque nada espera, se congracia en su belleza y eso le basta. Mientras que lo erecto y anhelante de lo masculino, lo vuelto hacia fuera, lo mirando el cielo proyectándose hacia arriba. Esa actitud generó la cuarta batalla y esta sí fue entre individuos de nuestra especie en un tiempo en el que se peleaba por ideologías, nada más. Y ganó algo y eso marco el origen de la civilización humana. Así como la cultura apareció con el primer hombre consciente, la civilización apareció con el primer hombre consciente masculino y desde ahí no ha dejado de existir igual. Con la síntesis a la que llamamos tecnología, es decir, con la materia, viva, consciente y civilizada, nacería otro enfrentamiento. Por un lado inmediato a este hombre prehistórico que con el comienzo de la civilización se vuelve histórico, porque así de embebidos por lo masculino están los historiadores, aparece el impulso dionisiaco y místico, ritualista todavía del universo, hombre civilizado fundamental que nació con esos deseos, con esas ansias. Luego, a toda una palabra de distancia se irguió lo apolíneo, es decir, el ideal de perfección que no había sido preocupación humana antes. Antes lo que se buscaba era el roce con la divinidad y no la perfección, sino simplemente la utilidad, la técnica párale contacto con los dioses celestes. En contraposición a la diosa madre de lo femenino. Lo más útil, lo que mejor les gustase a ellos, eso es lo importante. Actitud Que se refleja tardíamente en el medioevo pero no totalmente por culpa de la moral y la religión establecidas. De repente, el hombre se volvió el centro y a él le debió gustar todo o sino no servía. Así nació la actitud clásica, y con esto, la civilización occidental. Pero la dialéctica no acabó. Por el contrario, el proceso dialéctico se hizo cada vez más periódico y vertiginoso. Y los periodos se hicieron más cortos, por eso pasamos del clasicismo a la edad media y de ahí al renacimiento y luego al barroco y de ahí a la ilustración y luego al romanticismo y después al realismo, al modernismo y la vanguardia, a la modernidad y al posmodernismo y todo lo que lamentablemente sabemos.
Todo es dialéctica pura, pero no de ideas o de materia, ni de Hegel ni de Marx. Es una dialéctica estética de posturas, de actitudes. Todo lo demás no es bello, ni mucho menos.
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