Hoy día, me he dado cuenta, de que soy como diría mi abuela, una "cosa impresentable". Un atado de pequeñas frustraciones e insignificantes conquistas. Y que he vivido, durante más de veinte años, cabalgando sobre el peludo lomo, de una jodida mosca. Hoy día me he dado cuenta tambien de una cosa curiosa, de que ser insolente es no corresponder como se debe tanto al buen trato, como al malo. Hoy, la vida me ha tratado como me trata siempre, es decir, no tan mal. Pero al parecer me he portado por eso de lo más insolente.
Hoy día me han dejado, bajo la sombra de un árbol, con las manos en los bolsillos, y un perro meando al lado. Y yo ni siquiera he abofeteado a alguno de los dos animales. Yo me he quedado colgado de la forma graciosa de una nube, de los ojos almendrados de un fantasma, de los charcos que inundaban el parque a sus espaldas. Porque yo ya estaba vencido desde el inicio; y desde el inicio, me había ido. Y el fantasma se habia dado cuenta de lo ridículo que era inquietar al vacio.
Tal vez la definición esencial de la insolencia sea esta, un lugar vacio, un espacio yerto: un árbol, su sombra y un perro. Y tal vez, esta sensacion tan antigua, esta dolencia de la que apenas me quejo, no sea más que una vacuna eficaz, y muy pendeja, para paliar los errores acumulados de un viejo. Un viejo que solo desea permanecer echado, junto a un olivo, por mucho tiempo.
Atención, busco novia, para un muerto.
sábado, 3 de abril de 2010
Los frutos tardios (o Busco novia)
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