A pesar de que he muerto más veces que nunca en esta campaña de Calabozos y Dragones, dado que fui un ladrón hindú, un necromante blanco y un paladín oscuro; ahora les presento al personaje que más me llama la atención y por eso le hice una pequeña historia, al estilo de Toshiro del año pasado.
I
El bisabuelo de Charlotte, al que los demás criados habían puesto el nombre de el “Alucinado”, murió perseguido por los lobos de su amo y señor, el Barón de Zelkarias. El Alucinado le había robado la querida.
El Barón dio orden de que lo condujeran a la fría estepa, más allá de Erator y le dejaran que se sentase junto al lago. Luego, se dirigió allí con sus lobos y gritó a la jauría: ¡A él! ¡Cogedle! El Alucianado se echo a correr, pero quedo demostrado una vez más que correr no es un buen remedio para librarse de los lobos.
Al abuelo de Charlotte le dieron, no sé sabe de donde, una pequeña herencia. Se marchó con su familia a la capital de Asberion, y pronto adquirió fama de ser un célebre ladrón. Unos dos años después lo detuvieron mientras saqueaba los tesoros de un templo del interior del país. Ante el Tribunal fue tal su conducta que durante mucho tiempo se citaban sus respuestas a los jueces: gesticulaba descaradamente, moviendo sus ojos y confesando respetuoso y, finalmente, hasta las más leves de sus innumerables hazañas: ¡Sí, señor! ¡Sí… señor!
El padre de Charlotte era un mesero que durante un tiempo viajo por toda la provincia hasta asentarse en la antigua villa de la que había partido su padre. Ahí abrió una taberna y una tiendecita, pero se arruinó, empezó a beber, volvió a la capital y poco tiempo después murió.
II
El padre verdadero de Charlotte no provenía de esta insigne familia de salteadores y truhanes. Pare ser más exactos, lo más probable es que ni siquiera proviniera de este mundo. Una broma macabra se había cernido sobre el destino de estos insignificantes individuos.
Todo se inició el último día de la vida del bisabuelo.
Cerca al lago, a las afueras de Erator, el viejo exhausto se sentó a recuperar el aliento. En esos precisos instantes lo distrajo su memoria con recuerdos infantiles. Uno en especial: un niño que escucha un cuento sobre los seres que desde siempre habitaban el lago. Entonces, medio loco como estaba, les suplicó a aquellos seres misteriosos con todas sus fuerzas restantes una única cosa: la Venganza.
Una hora después su sangre teñía las gélidas aguas de la orilla y una reverberación fugaz se desprendía de aquel pulido espejo de su muerte.
III
Cuando el “padre” de Charlotte, aquel grosero rufián, decidió abandonar a su mujer para probar suerte en las noches más movidas de la capital, la desdichada comenzó a soñar con aquel estanque. Cada noche mientras dormía, se veía a sí misma levantarse sonámbula de la cama, abandonar la choza y aproximarse hasta el borde del lago. Luego se desnudaba y se sumergía lentamente en sus profundidades oscuras. Un día, el trigésimo de aquellas visiones, se despertó así como en su sueño, sin sus ropas y húmeda. En ese instante supo que estaba en cinta.
Y Charlotte nació casi sin ningún problema, excepto uno: tenía unos rasgos muy peculiares. Sus dedos de las manos y los pies poseían una especie de membrana que los unían entre sí, y tenía unas extrañas cicatrices a ambos lados en el cuello. Además, su piel había adoptado una palidez mortal, tanta que sus venas saltaban a la vista. Por último, sus pupilas eran azules, y el iris muy grande y tan negro como un abismo.
Oculto en casa pasó los primeros siete inviernos de su vida.
Una tarde, mientras terminaba de cocer un encaje para la venta, la madre de Charlotte tosió y se cubrió la boca con la labor. Sobre el blanco de la tela unas gotas escarlatas advertían la futura tragedia. Cuatro meses más tarde falleció. Antes de expirar, la mujer le había dicho a Charlotte que si estaba en peligro fuera al lago:
-Él te protegerá.
IV
Charlotte trató de sobrevivir en las calles mendigando, pero su aspecto provocaba el rechazo de las personas. Nadie le tenía un poco de lastima ni le brindaba su caridad. Así que decidió ir hacia la estepa. Aprendió a encontrar refugio en las cuevas, a distinguir sus huellas de las de los animales y, lo más importante, a camuflarse para mantenerse a salvo de los depredadores.
Sin embargo, mientras prendía una fogata para asar la carne de animales muertos recolectada en la mañana, un dragón azul lo avistó desde el aire. Como estaba a gran altura se dirigió directo hacia él, entonces Charlotte miró a todos lados y descubrió un pequeño lago. Sin pensarlo aguanto la respiración y se lanzó en él. Bajo el agua veía como la bestia sobrevolaba la superficie esperando que saliera. Suponiendo que era su fin, Charlotte retuvo el aire en sus pulmones lo más que pudo hasta que fatigado, prefiriendo morir ahogado que triturado en las fauces de aquel monstruo, abrió la boca y tragó el agua cristalina. De repente, se toco el cuello instintivamente y sintió como el agua fluía hacia su interior por sus cicatrices. Podía respirar agua. Sin timidez, se movió cada vez más rápido hasta ser parte del agua del lago. Y notó algo más: podía controlar ese fluido líquido a su antojo. Se pasó mucho tiempo buceando y contemplando a los animales del fondo. Cuando levanto la vista de nuevo, el dragón había desaparecido.
Al salir, distinguió junto a un árbol seco, una fuente pequeña, medio derruida, en la que parecía haber escrito algo. Como no podía descifrar los extraños caracteres, miro el dibujo que había encima de ellos. Era la cabeza de un caballo muy hermoso con un largo cuerno que le crecía de la frente en línea recta. Se arrodilló y juró ante ese altar proteger al lago y a las criaturas que vivían en él. Desde aquel día comenzó a entrenar bastante en el dominio del elemento que era afín a su cuerpo: el agua, se hizo un rudimentario arco con ramas y raíces y algunas flechas silvestres, y practico su puntería cazando.
Y así pasaron más inviernos…
V
Pero un día, desde la punta de la torre más alta del imponente y temido castillo de Zelkarias, al que sólo había entrado el cadáver de su bisabuelo, ascendió un rayo de luz tan estrepitoso que hizo temblar la tierra austera de Asberion. Charlotte, dormido junto a la fuente, se despertó asustado. La piedra se había agrietado y algo brillaba en su interior. Metió ambas manos y saco dos hermosas espada curvas del color de la luna. Entonces el lago volvió a reverberar y desde el centro de sus ondas, una voz familiar, gutural e imperiosa, le dijo:
-Ve.
Y Charlotte se puso en camino.
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