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domingo, 14 de agosto de 2011

El peso leve...

(A continuación, copio el texto que escribí para la clausura del JALLAE-2011, y que fue leído el 13/08/11 en la Casa Riva-Agüero de la PUCP).

Buenos días a todos los presentes, amigos latinoamericanos y de Latinoamérica:

Cuando pensaba anoche, con ánimo académico, en las palabras adecuadas para dar por concluidas las XIII Jornadas Andinas de Literatura Latinoamérica de Estudiantes, realizadas este año en la ciudad de Lima, descubrí una cosa: que lo que terminaba hoy representaba para mí mucho más que un evento académico. Entonces, revisé las fotos, y ante ellas, mi mirada, se fue despojando de una vieja costumbre, la de leer siempre aventurando hipótesis como apuestas del intelecto y cuya comprobación es más un placer cognitivo que sentimental.

Por eso me presento ahora en calidad de testigo, uno como cualquiera de ustedes, para referir algo, que creo, hemos vivido estos días, juntos. Pero antes les quiero presentar a un amigo, a alguien a quien de seguro ustedes ya conocen. En parte, la historia de mi relación personal con él es la historia del largo camino que he recorrido, de la mano con valiosas personas, para encontrarlos a ustedes que están aquí conmigo, espero, en una de las tantas ocasiones en la que nuestra inquietud por la literatura y por Latinoamérica nos volverá a congregar.

Como todo adolescente verdaderamente inquieto, mi curiosidad era equiparable a mi impaciencia. Por lo tanto, era lógico pensar como lo hacían mis padres, que con tales características no había nada más incompatible con aquel niño que la lectura y los libros. En ese divorcio trascurrió más de una década de mi vida. Pero al cabo de ella, la serenidad me había alcanzado lo suficiente como para que le otorgará un espacio a la contemplación más solitaria y más fecunda, la de la página en silencio. Desde aquel momento supe que ese fuego, aunque oscilará por algún viento frío, jamás dejaría de quemarme desde adentro. Lo que siguió es algo que ustedes conocen bien. La bibliofilia se tornó en vicio, selectivo e imposible de abandonar. Y ocurrió lo que nos ocurre a menudo, los libros me fueron presentando a los futuros amigos, la literatura me privó de estar realmente solo.

En octubre del año pasado, ya en la universidad, y con otra década encima, la literatura operó otra vez, con sus viejos mecanismos, y a través de mis amigos de la Red Literaria Peruana, una muestra de su inagotable capacidad de sorpresa. Una delegación de peruanos había conseguido en Santiago, que la sede del siguiente JALLAE fuera en la capital de nuestro país. Inmediatamente, una idea pasó por nuestra cabeza, que lo que queríamos hacer implicaba una gran dosis de creatividad y de esfuerzo. Sin embargo, teníamos algo que en los momentos de duda, cuando las ráfagas momentáneas del desaliento parecían obstruirlo todo, nos indicaba el norte, el objetivo final de tantas reuniones hasta tarde en la oficina de la Red, de tantos correos enviados a profesores, condiscípulos y conocidos, de tantas puertas tocadas, de tanta agitación.

La primera vez que vi al «aguayo» no sabía cómo se llamaba. Para mí, era una tela multicolor que usaban las mujeres de los andes peruanos en la espalda. Lo sentí en un primer momento como un objeto ajeno en el espacio moderno de la ciudad. Aquel corte había sido llevado por la delegación de Bolivia a Chile, como una especie de presente, un símbolo de confraternidad. Con el correr de los meses, todos los miembros de la Red, nos fuimos acostumbrando a él, a su presencia y su cotidianidad. Yo supe después que dentro de sus usos, el aguayo les sirve a las mujeres de mi país para transportar a sus hijos de un lado a otro. Objeto intercultural, quechua y aimara, fue cobrando una dimensión metafórica para nosotros, porque íbamos sintiendo al JALLAE, cada vez más nuestro, como al hijo común de múltiples deseos que había sido depositado para que lo atendamos y lo carguemos a cuestas, sobre nuestras espaldas, por un año, sin sentir la carga, o sintiéndola menos, como el peso leve de un sueño.

Si Latinoamérica, como quisimos representarlo en el afiche de estas jornadas, es en parte una construcción discursiva en cual los propios latinoamericanos hemos depositado, a través de las novelas de Jorge Issacs, Nataniel Aguirre, Clorinda Matto, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Carlos Onetti, Arturo Uslar Pietri y Roberto Bolaños; de los cuentos de Estaban Echeverría, Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges y Joao Guimaraes; o de los ensayos de José Martí, José Carlos Mariátegui, Octavio Paz, Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar y Antonio Candido; de los poemas de Rubén Darío, Gabriela Mistral, Alejandra Pizarnik y Jorge Eduardo Eielson; los elementos constitutivos que han marcado nuestra forma de autopercibirnos e imaginarnos como distintos dentro del panorama mundial; las manifestaciones literarias, y la cultura en general, adquieren un importancia mayor debido al peso político que esas imágenes de nosotros, construidas por nosotros, pueden ostentar para el futuro de nuestro países en el siglo que se inicia. Y como su continuo examen es la materia principal del quehacer crítico entonces no podíamos sino ahondar en el estado en que dicha praxis discursiva, tan creativa como la otra, se encuentra dentro de nuestros propios límites territoriales.

No queda sino agradecerle a cada uno de los presentes, y de los que a lo largo de estos cinco días nos han acompañado, con su participación como organizadores: Red Literaria Peruana, Pontificia Universidad Católica del Perú, Universidad Nacional Federico Villareal y Universidad Nacional Mayor de San Marcos; auspiciadores: Casa de la Literatura Peruana, Nescafé, PromPerú; ponentes; asistentes; y especialmente a nuestros conferencistas magistrales George Yúdice, Juan Vitulli, Rosa Ostos, Ricardo Bedoya y Susana Reisz quienes no solo nos brindaron los alcances de sus investigaciones en diferentes aspectos de los estudios literarios sino que también nos permitieron establecer la camaradería de los cómplices que se saben embarcados en esta tarea por la misma pasión. Para todos ellos, un fuerte abrazo. Los que nos quedamos en Lima, sin el aguayo, entregamos la posta con un júbilo secreto. Sabemos que el milagro de la significación, es producto de una ausencia, de lo que el signo remite, de lo que no está pero ha quedado, escrito sobre nuestra piel.

(Los esperamos de vuelta... en el JALLAE-Arequipa 2013).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

la forma en la que escribes me desconcierta, porque pretendes demasiado teniendo tan pocos recursos para hacerlo.

César Ernesto Arenas Ulloa dijo...

La "memoria" y la "actio", partes que no pueden ser reproducidas en un discurso transcrito, son los elementos que suelen jugar a mi favor estimado censor.

Anónimo dijo...

Es un envi-o-dioso. No le creas. :-)