Desdoblado, se vio en medio de una polvareda inmensa, las zapatillas sucias y las medias blancas ennegrecidas. Sus dos rodillas aguantaban un peso escurridizo y quejumbroso. De entre los muslos de Ale una viscosa sustancia era la goma que brotaba para unir tan peculiar constructo. La gravedad parecía querer destruir el precario edificio. De las cuatro columnas agrupadas por pares, dos empezaron a tambalear frenéticamente. Algo escocia en lo profundo de ese pozo húmedo que se esforzaba por drenar sus propios efluvios. Entonces él, fatigado por el creciente peligro del colapso, desabrochó con contenida violencia el botón grande del pantalón verde e introdujo la mano derecha mientras que depositaba la otra en tierra para conseguir mantener el equilibrio. Palpó certeramente el epicentro del sismo que al tacto se mostró sensible y tibio.
Las puertas exteriores estaban abiertas de par en par.
Un leve espasmo arreció como una advertencia y una suplica. Con una pericia apenas adquirida alargó los dedos bajo la ropa interior y los flexionó hacia arriba. Eran dos dedos. Intentó introducir uno más pero comprobó que aún no era suficiente el grado de dilatación y que los murmullos se tornaban lastimeros. Ella lo tenía abrazado contra su pecho, sentada como estaba casi sobre sus caderas. Se había desplazado poco a poco desde sus rodillas hasta acercarse intencionadamente dejando una especie de camino de caracol sobre la tela del pantalón beige. Claro que él no notó esto último pero lo supuso. Lo único que los iluminaba eran dos patéticas estrellas.
En la cima de la torre no había lugar para mayores lujos.
El frío los atería sin que les importara demasiado. Concentrados cada uno en una labor delicada no tenían tiempo para distracciones tan prosaicas. Así que motivado por el despliegue de anteriores operaciones y convencido de que una segunda carga tendría mejores resultados, volvió a intentar penetrar en el recinto velado.
Esta vez fue más violento. Y disfrutó de aquella violencia.
Se irguió, la sujetó del brazo izquierdo por un instante. Luego, su mano rodeó interiormente esa extremidad hasta escurrirse bajo la abertura formada por el espacio axilar para poder correrla hasta la espalda y así envolverla con todo el brazo. La agarró de la nuca con la palma extendida retirándola así atrás con cuidado. Calculó el espacio suficiente y cuando sintió que sus piernas hacían balanza entre su peso y el de ella liberó el otro brazo del suelo, lo elevó, y lo depositó sobre el hombro contrario de Ale. Ella tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Era, pensó, el Delirio. La noche se estremeció con un estornudo. Ella abrió los parpados y nadie en este mundo la hubiera podido reconocer en el momento en el que se transfiguró y dijo:
- Salud.
E inmediatamente, los volvió a cerrar con una blanca sonrisa.
Fabro levanto ambos brazos y la abrazó con fuerza perdiendo el equilibrio.
El impulso que no calculó, la gravedad con la que no contó, el centro que no midió ni pesó, le impusieron su estado. Y aunque se fue de bruces con ella adelante, tuvo el tiempo exacto para proteger lo que más le importaba desde ahí-y-para-siempre. Al abrir los ojos, estaba polvoriento y ridículo, recostado en una playa desierta y perdida. Huérfano de mundo como un náufrago rescatado por la más virginal de las criaturas.
- Era el Delirio y yo –se dijo en silencio– un dichoso delirante.
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2 comentarios:
Que agradable fue encontrar tu blog, tienes un gran talento Cesar. Es increíble el descubrir que aquel niño que alguna vez conocí ya es todo un hombre. Éxitos y felicitaciones.
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