Hace unos días, asistí a la
inauguración de una muestra colectiva de arte en la Casa Juan Parra del Riego (Pedro
de Osma # 135, Barranco) que reúne a una serie de pintores y fotógrafos de
varias generaciones, pero todos procedentes del sur del Perú.
El curador de la exposición es un
compañero de la maestría de Historia del Arte en la PUCP, Nilton Vela, un joven
pintor y diseñador gráfico puneño, de quien puedo dar fe de su preocupación por
el estudio y la puesta en valor de los artistas del siglo XX del sur andino. Es
por eso que no me sorprendió cuando me enteré de que había estado organizando
esta muestra, de manera casi paralela al final del semestre (y a pesar de que a
muchos de nosotros apenas nos quedaban fuerzas para terminarlo).
Como dice el propio curador en el
catálogo, las obras seleccionadas pueden ser divididas en dos estaciones: “la primera abarca con
acierto el reflejo del típico habitante que preserva sus costumbres, su
folklore y la mirada que amalgama el retrato del momento”, mientras que la
segunda “imprime las formas y texturas del espacio ocupado donde se sumergen
figuraciones alegóricas de paisajes oníricos casi surreales intervenidos por la
sensibilidad del artista en complicidad de herramientas que permiten intervenir
el proceso final”. Pues bien, creo que el polo más interesante de la creación
artística de esa región transcurre por esta última dirección.
En ese sentido, es notorio el
trabajo de los fotógrafos de Arequipa, Cuzco y Puno, herederos de una rica
tradición que se remonta más de un siglo atrás, pero que han sabido actualizar
con los nuevos medios tecnológicos a su disposición para elaborar un discurso
que pretende dar cuenta de las diversas tensiones que afrontan esos espacios en
las últimas décadas.
Así, por ejemplo, los montajes en
blanco y negro de Omar Urday, de un sobrio acabado y gran rigor, contraponen la
aparente impenetrabilidad de la naturaleza (Farallones)
contra la fragilidad domesticada de las construcciones urbanas (Ciudad). Sin embargo, en una operación
magnífica de inversión, el lente de la cámara se acerca a las canteras de
sillar para develar sus propios resquebrajamientos (Fisuras) con lo que el artista parece poner en entredicho la
omnipotencia de lo telúrico.
Por otro lado, apelando a un
registro más teatral, con la inclusión de elementos escenográficos y una iluminación
dramática, Uriel Montúfar nos muestra cómo emerge salvíficamente la naturaleza
en medio de la ruindad de lo humano, representado por un entorno arquitectónico
que combina patrones andinos con reminiscencias occidentales y clásicas (Corre Pachamama… Abraza al ser humano).
Finalmente, con la serie Cinética, Renzo Núñez Melgar exhibe un
tríptico doble: las tres obras están compuestas, a su vez, por tres fotografías
intervenidas a partir de la velocidad de la cámara. La tesis (Lo natural) se opone a una antítesis (Lo urbano), cuya síntesis (Lo rural) cambia los patrones usuales de dicotomía entre la urbe letrada y tecnológica y la aldea oral y arcaica. En
este caso, ese espacio intermedio, a medio camino entre la fuerza de los
desplazamientos animales y la violencia de los humanos (y de sus
representaciones metonímicas: los perros), está signado por el trabajo y el
tránsito, como metáfora de la vida dura y en constante lucha del hombre del
campo contra la naturaleza y la ciudad.
Antes de terminar, quisiera
señalar que, en la pintura, destaca Pablo Huamaní Buleje quien, con una paleta
cromática intensa y cargando de textura el lienzo, sugiere a través de formas
circulares superpuestas la eclosión de algo nuevo, como planetas o células que
burbujean en medio de una saturación pop (Transiciones opuestas).
Ya lo saben, si van por Barranco,
dense una vuelta por esta muestra que estará hasta el sábado 30 de julio, de 10
am. a 8 pm. (y de pasada se pueden tomar unas cervezas en el Victoria Bar).
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