Hace poco, pude asistir a una retrospectiva del
pintor italiano Giovanni Boldini (Ferrara, 1842-París, 1931). La muestra estaba
llena de referencias a ese periodo histórico en el que Boldini ganó fama como
retratista de las mujeres de la aristocracia y la alta burguesía europeas: la Belle
Époque. Entre los escritores con los que se comparaba al Little Italian (Boldini
medía poco más de metro y medio) como lo llamaban los ingleses, destacaban el
francés Marcel Proust (París, 1871-1922) y el italiano Gabriele D’Annunzio
(Pescara, 1863-Gardone Riviera, 1938). De este último se mencionaba en
particular su primera novela, Il Piacere (1889). Sin embargo, indagando
un poco más en la producción de il Vate, me llamó la atención una obra
teatral suya, La città morta (escrita en 1896), la cual además me
recordó inmediatamente un título de una novela corta de Abraham Valdelomar
(Ica, 1888-Ayacucho, 1919), La ciudad muerta (escrita a fines de 1910). He
tenido la oportunidad de leer recientemente ambos textos y, a continuación, me
centraré en mostrar cuáles son las similitudes y diferencias que he encontrado.
1. Los contextos
En 1895, D’Annunzio hizo un viaje a Grecia para
visitar las ruinas de la ciudad de Micenas, “rica en oro”, recientemente
redescubiertas por Heinrich Schliemann. Esta experiencia, aunada a la lectura
de Die Geburt Der Tragödie (1872) de Friedrich Nietzsche y del teatro
simbolista de Henrik Ibsen (Et dukkehjem, 1879) y Maurice Maeterlink (Pelléas
et Mélisande, 1892) motivaron al hasta entonces poeta y novelista a
incursionar en el teatro. Otro factor importante fue la relación amorosa que
mantuvo con la célebre actriz italiana Eleonora Duse (Vigevano, 1858-Pittsburgh,
1924) desde 1894, para quien en un inicio había pensado escribir la obra. Sin
embargo, por inconvenientes de diverso tipo, el texto fue estrenado en París (1898),
traducido al francés, por la rival de la Duse, la diva Sarah Bernhardt (Paris,
1844-1923).
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A partir de 1909, Valdelomar comenzó a publicar
sus primeros poemas y cuentos en diversas revistas de Lima. En 1910, reanudó
sus estudios en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos (los había dejado en 1906 para trabajar como caricaturista) y se
incorporó al ejército ante el peligro de una conflagración con el Ecuador. En
setiembre, realizó un extenso viaje por el sur del país (Arequipa, Cuzco y
Puno). Fue durante esta época que escribió sus dos novelas cortas: La ciudad
muerta y La ciudad de los tísicos, las cuales aparecieron publicadas
por entregas, en 1911 (año en el que también incursionó en el teatro con El vuelo), en las revistas La Ilustración Peruana
(abril-mayo) y Variedades (junio-setiembre) respectivamente. En ambas es
patente el influjo de Edgar Allan Poe a través de Clemente Palma (Cuentos
malévolos, 1904) y del decadentismo dannunziano.
2. Los géneros
La obra de D’Annunzio es un drama trágico, es
decir, un texto construido principalmente a partir del recurso literario del
diálogo. Está estructurado en cinco actos y escrito en prosa. Los modelos
principales son las piezas del realismo simbolista nórdico, caracterizado por
exponer los hechos nefastos con crudeza; y las tragedias griegas, en
particular, Agamenón (458 a. C.) de Esquilo y Antígona (441 a.C.)
de Sófocles, las cuales son citadas en la obra.
“Siamo la
preda d'una forza oscura e invincibile. Tu senti, Anna, tu senti che un orrendo
nodo s'è stretto ormai e che bisogna reciderlo. Abbiamo evitato di parlare,
fino a questo momento, perché a me come a te ogni parola è parsa inutile e solo
il silenzio è parso un modo di accettare le necessità degno di noi e di quel
che noi fummo. Ora tutto precipita. È venuto per ciascuno di noi il momento di guardare
in faccia il Destino…”.
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En el caso de Valdelomar, se trata de una
novela epistolar, un texto narrativo construido como si se tratara de una
extensa carta escrita por el protagonista y cuyo destinatario es el personaje
que aparece en el subtítulo del libro: Por qué no me casé con Francinette.
La misiva está dividida en nueve capítulos e intercala entre sus páginas un
tríptico de poemas modernistas que aparecieron publicados luego en la antología
Las voces múltiples (1916). El modelo principal de la obra es, sin lugar
a duda, la novela Cartas a una turista (1905) de Enrique A. Carrillo
(Lima, 1877-1936), aunque en este caso se abandona el tono frívolo, sin dejar la
preferencia por los personajes extranjeros.
3. Las historias
En La città morta, se nos muestra a
cinco personajes italianos. El arqueólogo Leonardo y su hermana Bianca Maria (imagen
de Antígona); su amigo, el poeta Alessandro y su esposa ciega Anna (imagen de
Cassandra); y la anciana ama de pecho de esta última. Las escenas ocurren en
tres espacios distintos: una habitación amplia con una balaustrada que se abre sobre
las ruinas de Micenas, donde Leonardo trabaja buscando las tumbas de los
Atridas; el estudio del arqueólogo; y la fuente Perseia, una cisterna
subterránea. Los tres primeros actos parecen ocurrir el mismo día; los dos
últimos, al día siguiente.
La historia es muy sencilla: Alessandro se ha
enamorado de Bianca Maria, Anna es consciente de ello y está dispuesta a dar un
paso al costado, pero Leonardo también ama a Bianca, a pesar de que es su
hermana. El desenlace es ominoso: Presa de los celos, Leonardo ahoga a Bianca
en la fuente y es descubierto por Alessandro y Anna, la cual recupera la vista
frente al cadáver. La Argólide y sus mitos repletos de incestos y asesinatos ha
terminado por contaminar a los protagonistas hasta llevarlos a reproducir en
sus propias vidas el destino de los héroes trágicos.
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En La ciudad muerta, el protagonista, un medico que trabaja como oficial de sanidad en un puerto de la costa peruana (llamado C“”), le escribe, desde un barco que está a punto de arribar a Río de Janeiro, una carta a su ex novia francesa “Francy”, a quién ha abandonado poco antes del matrimonio. La razón es bastante simple: un tiempo atrás, él había conocido a Henri d’Herauville, novelista y anterior novio de Francinette, que había realizado un viaje a Sudamérica para conocer las misteriosas ruinas de una ciudad colonial ubicada unos tres kilómetros tierra adentro del puerto de C“”; su guía en esta excursión había sido el narrador, quien lo perdió de vista mientras el escritor se internaba por unos corredores subterráneos en medio de la vetusta villa y presa de la culpa decide interrumpir su relación con Francy.
“Llegaba hasta nosotros el vaho fresco
del río, el aire terroso, de las cosas olvidadas de esa ciudad muerta, y la luz
divina y verde de la luna que dibujaba esa arquitectura colonial, encantadora,
vieja y rica entre la que éramos como dos almas de esos tiempos”.
Aquí también es el aire viciado del pasado el
que enajena a los personajes, pero en este caso ese pasado no es el de la polis
micénica sino el de la urbe virreinal con sus inquisidores y oidores. Una década después, Valdelomar trasladó las ideas de D’Annunzio, recodificándolas
a las exigencias de su propia tradición literaria e histórica, para componer
una obra que muestra la ambigüedad de una herencia cultural que es, como el
mundo mediterráneo para los europeos, todavía difícil de asimilar.
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