Borghetto, diciembre de 2018
para
Sara
I
Administrativamente,
Italia se divide en cinco áreas geopolíticas y veinte regiones (cinco de las
cuales, por razones históricas y culturales, gozan de autonomía). Dichas áreas
son las siguientes: una Noroccidental que comprende las regiones de Valle de Aosta,
Piamonte, Liguria y Lombardía; una Nororiental que incluye a Emilia-Romaña,
Trentino-Alto Adigio, Véneto y Friuli-Venecia Julia; una Central en la que
están Toscana, Lacio, Umbría y Marcas; una Meridional que comprende Abruzos,
Campania, Molise, Apulia, Basilicata y Calabria; y una Insular que engloba a
Cerdeña y Sicilia.
Sin embargo,
para los italianos del mediodía solo existen dos grandes bloques: el Norte y el
Sur. Y con ello, solo dos tipos de hombres y mujeres. Por un lado, están los
que saben qué es una pizza
napolitana, un panzerotti pullés, un pane de Matera, una bruschetta calabresa o un arancino
siciliano. Por el otro, los que no. Para un italiano meridional es la
gastronomía –así como para los europeos del Medioevo lo era la religión– la que
hace de ellos una unidad cultural. Del Lacio hacia arriba –salvo Molise que “no
existe” y Cerdeña en donde “no hay nada” –, viven los otros, los
septentrionales, una especie fría y recelosa que no comparte ni sus costumbres
ni sus dioses.
Así, los habitantes
de este país podrían hacer suyas las palabras que Goethe puso en la boca de
Fausto: “Dos almas, ¡ay de mí!, imperan en mi pecho y cada una de la otra
anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con
garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas
terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe”.
Y, claro, es
fácil deducir quién es quién en esta insalvable oposición espiritual.
II
La poesía de
Italia tampoco es ajena a estas oposiciones existenciales. Así, entre los
admiradores de Dante (1265-1321) y Petrarca (1304-1374), Ariosto (1474-1533) y
Tasso (1544-1595), Foscolo (1778-1827) y Leopardi (1798-1837), o Pascoli
(1855-1912) y D'Annunzio (1863-1938) parece existir desde siempre un irreconciliable
antagonismo. Y estas diferencias se extienden, obviamente, también a las
escuelas o movimientos del siglo pasado, al que los italianos llaman, con una
gracia que para los hispanohablantes resulta arcaizante, novecento.
El reconocido
crítico literario Pier Vicenzo Mengaldo compuso una antología (Poeti italiani del novecento, 1978)
cuyas continuas reediciones son muestra de la acogida positiva que ha recibido
por parte de los estudiantes y lectores italianos. Tomo de su “Introduzione” la
siguiente división del panorama poético de su país (salvo el último periodo,
que él solo anticipa, pero no logra nombrar): vanguardismo (1903-1919), restauración
(1919-1946/50), posguerra
(1946/50-1968/1970), posmodernismo
(1968/70-actualidad). A continuación, colocaré un poema, en la traducción del
poeta peruano Carlos Germán Belli (Espejos
invisibles: poetas italianos del siglo XX, 2018), de los escritores que me
parecen más representativos en cada etapa, sin dejar de mencionar a sus
compañeros de generación o escuela.
Sirvan estos
textos como un espejo de mis inclinaciones personales más que de la vasta
producción de una tierra que tiene en la lírica y el teatro a sus autores de
mayor calidad y renombre.
III
En el
vanguardismo coexisten dos movimientos, uno pascoliano y otro dannunziano, que
son claves para entender el periodo: el crepuscolarismo
y el futurismo. El primero retoma esa
melancolía existencial y pastoril que aprecian tanto los seguidores de Pascoli;
el segundo, ese gusto por lo teatral, lo agitado y lo totalitario del
decadentista. Del primero de ellos, el autor fundamental es el turinés Guido
Gozzano (1883-1916); del otro, el florentino Aldo Palazzeschi (1885-1974). (De
Marinetti no vale la pena leer más que su Manifesto
de 1909). Sin embargo, creo que el segundo, Palazzeschi, homosexual oculto y
escritor de gran sensibilidad, es el que mejor sintetiza la época. Transcribo,
en las siguientes líneas, un poema que me recuerda mucho a Eguren, de su época
previa a su conversión futurista, cuando aún comulgaba con los tonos
crepusculares del ambiente, y que pertenece al libro Cavalli Bianchi de 1905:
“En el palacio
Rari Or”
Por entre los
oscurísimos vidrios
ligera una
niebla viola trasluce:
finísima luz.
Y se oyen las
notas mortecinas
de los bailes
más lentos.
Se ven por
entre los vidrios
pasar volantes
las túnicas
blancas
de parejas
danzantes.
IV
La época de la
restauración es coetánea a ese “retorno al orden” del arte europeo acontecido
después de la Gran Guerra y a la censura impuesta por el fascismo en Italia.
Esto se expresa en los estilos neoclasicistas
del triestino Umberto Saba (1883-1957) y del latino Vincenzo Cardarelli
(1887-1959). Mientras el primero recupera la herencia de Petrarca (Canzionere, 1921); el segundo lo hace
con la del romanticismo contenido de Leopardi (Giorni in piena, 1934). No obstante, es el hermetismo el movimiento más característico del periodo de
entreguerras y que ha recibido el mayor reconocimiento académico (Hugo
Friedrich solo habla de él en su clásico ensayo La estructura de la lírica moderna de 1956) e internacional (dos de
sus representantes han recibido el Premio Nobel). Vinculado a la “poesía pura”
de Valéry, la lista de sus acólitos es infinita y va desde los prehermetistas Dino Campana (1885-1932),
Clemente Rebora (1885-1957), Arturo Onofri (1885-1928) o Camilo Sbarbaro
(1888-1967); pasando por la “trinidad” de la lírica italiana: el “padre”
alejandrino Giuseppe Ungaretti (1888-1970), el “hijo” genovés Salvatore
Quasimodo (1896-1981) y el “espíritu santo” siciliano Eugenio Montale
(1901-1968); hasta los poshermetistas
como Vittorio Sereni (1913-1983), Mario Luzi (1914-2005) o Luciano Erba
(1922-2010). Del florentino Luzi –cuyo estilo se irá haciendo más
interpelativo, pero no por eso sencillo, con el paso de los años–, copio un
poema de 1947, del libro Quaderno gottico.
prolongado del
autillo,
siembra sus
luces en la cuenca,
sube por las
pendientes húmedas, tiembla
un poco. La
fuerza en largos años
adquirida
sufriendo viene menos
y la pequeña
ciencia se desarma,
la sonrisa
viril
no tiene más su
calma.
¿Quién eres tú
que esperabas
invisible, acechada
en un recodo de
la edad
hasta que fuese
tu hora? Te debo
este tiempo de
gratitud
y otro tanto de
dolor.
Y ahora la
inquietud se insinúa,
penetra estas
primeras noches estivales,
invade el muro
aún caliente, sigue
el vuelo de las
luciérnagas sobre eras,
se enselva en
las trochas donde de repente
en el
deslumbramiento de los faros la liebre anda como saeta.
¿Querida, cómo
he podido no entender?
La vida estaba
suspendida
toda como esta
vigilia.
Es de llorar al
pensar
cómo he
estropeado esta larga espera
con tantas
palabras inadecuadas,
con tantos
actos inconsultos, irreparables,
y ahora herido
digo no importa
a condición de
que el suplicio haya terminado.
“La salvación
esperada así no se acuerda
ni a ti, ni a
otros como tú. La paz,
si llega, te
llegará por otras vías
más lúcidas que
esta, más sufridas;
cuando sufrir
no te parecerá vano
porque también
la pena existe y debe vivir
y transformarse
en bien tuyo y de otros.
La fe está en
ti, la fe es una persona”.
Esta canción no tiene más palabras.
V
La tercera
etapa, la de posguerra, está caracterizada por la convivencia de dos
movimientos que, en un inicio, se muestran como radicalmente opuestos. Por un
lado, destaca la poesía social encabezada
por el genial poeta ligur Giorgio Caproni (1912-1990), la cual es heredera del neorrealismo triunfante en la narrativa,
el teatro y el cine. Por el otro, está la neovanguardia
que tiene un lugar y año puntual de nacimiento: Palermo, 1963. Entre los más
destacados miembros del Gruppo '63 se cuentan al genovés Edoardo Sanguineti
(1930-2010), al piamontés Umberto Eco (1932-2016) y al véneto Antonio Porta
(1935-1989). Sin embargo, a partir de los setenta, los seguidores de Elliot y
Pound como Sanguineti comenzaron a escribir sobre la realidad cotidiana (Postkarten, 1978) y artistas con una
gran preocupación por el contexto sociopolítico se fueron haciendo cada vez más
experimentales como el boloñés Pier Paolo Pasolini (1922-1975), quien por
ejemplo en su cine, especialmente desde Teorema
(1968), es ya bastante arriesgado. Precisamente de este último, dejamos un
texto aparecido en La religione del mio
tempo de 1961.
“Mi nación”
Ni un pueblo
árabe, ni pueblo balcánico, ni pueblo antiguo,
sino nación viviente, sino nación
europea:
¿y qué cosa
eres? Tierra de infantes, hambrientos, corruptos,
gobernantes empleados de agrarios,
prefectos retrógrados,
abogaduchos
untados de brillantina y pies sucios,
funcionarios liberales carroñas como
los tíos santurrones,
¡un cuartel, un
seminario, una playa libre, un burdel!
Millones de pequeños burgueses como
millones de puercos
apacientan
empujándose bajo los ilesos palazotes,
entre casas coloniales descostradas
ya como iglesias.
Propiamente
porque tú has existido, ahora no existes,
propiamente porque fuiste
consciente, eres inconsciente.
Y solo porque
eres católica, no puedes pensar
que tu mal es todo mal: culpa de
todo mal.
Húndete en este bello mar, libera el
mundo.
VI
Mayo de 68
agitó las aguas culturales, pero las políticas fueron removidas por el
enfrentamiento entre los grupos terroristas de izquierda y las autoridades
italianas, lo que culminó con el asesinato de Aldo Moro (1978) y el rechazo
general a los comunistas. La aparición de grupos de ultraderecha como los que
atentaron contra la estación de Bolonia (1980) y el destape de los vínculos
entre la democracia cristiana y la mafia (1992) terminó de minar el prestigio
de un sistema de partidos que había gobernado Italia desde el inicio de la
República. En ese contexto, podemos señalar que dos son los fenómenos
literarios que se produjeron en las últimas décadas del siglo XX. El primero
fue la revalorización de la poesía
dialectal, a través del rescate de figuras como el milanés Delio Tessa
(1886-1939), los vénetos Biagio Marin (1891-1984) y Giacomo Noventa (1898-1960)
y el genovés Franco Loi (1930). El otro fenómeno fue la aparición de lo que
Mengaldo llama un neocrepuscolarismo
que se caracteriza por un registro intimista de lo cotidiano. De este último
grupo, me parece que el mejor es el milanés Giovanni Raboni (1932-2004). Sin
embargo, quiero destacar a dos autoras más –la primera muy superior a la
segunda, aunque peca como nuestra Blanca Varela de no ser susceptible a las
lecturas de género–: la romana Elena Clementelli (1923-2019) y la milanesa Alda
Merini (1931-2009). Con la última, cierro este paseo, transcribiendo uno de los
pocos textos que hacen justicia a su popularidad en Italia, tomado de la
antología A tutte le donne de 2013.
“A los jóvenes”
Bella, risueña
y joven
con tu vientre
descubierto,
y una medalla
de oro
sobre el
ombligo,
me dices que
haces el amor cada día
y eres feliz y
yo pienso que tu vientre
es virgen
mientras el mío
es un nudo de
víboras
que ustedes
llaman poesía
y es solamente
todo el amor
que no he
tenido
viéndote yo he
maldecido
la suerte de
ser poeta.
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