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miércoles, 13 de noviembre de 2019

La poesía italiana del siglo XX: un paseo personal



Borghetto, diciembre de 2018

para Sara

I

Administrativamente, Italia se divide en cinco áreas geopolíticas y veinte regiones (cinco de las cuales, por razones históricas y culturales, gozan de autonomía). Dichas áreas son las siguientes: una Noroccidental que comprende las regiones de Valle de Aosta, Piamonte, Liguria y Lombardía; una Nororiental que incluye a Emilia-Romaña, Trentino-Alto Adigio, Véneto y Friuli-Venecia Julia; una Central en la que están Toscana, Lacio, Umbría y Marcas; una Meridional que comprende Abruzos, Campania, Molise, Apulia, Basilicata y Calabria; y una Insular que engloba a Cerdeña y Sicilia.

Sin embargo, para los italianos del mediodía solo existen dos grandes bloques: el Norte y el Sur. Y con ello, solo dos tipos de hombres y mujeres. Por un lado, están los que saben qué es una pizza napolitana, un panzerotti pullés, un pane de Matera, una bruschetta calabresa o un arancino siciliano. Por el otro, los que no. Para un italiano meridional es la gastronomía –así como para los europeos del Medioevo lo era la religión– la que hace de ellos una unidad cultural. Del Lacio hacia arriba –salvo Molise que “no existe” y Cerdeña en donde “no hay nada” –, viven los otros, los septentrionales, una especie fría y recelosa que no comparte ni sus costumbres ni sus dioses.

Así, los habitantes de este país podrían hacer suyas las palabras que Goethe puso en la boca de Fausto: “Dos almas, ¡ay de mí!, imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe”.

Y, claro, es fácil deducir quién es quién en esta insalvable oposición espiritual.

II

La poesía de Italia tampoco es ajena a estas oposiciones existenciales. Así, entre los admiradores de Dante (1265-1321) y Petrarca (1304-1374), Ariosto (1474-1533) y Tasso (1544-1595), Foscolo (1778-1827) y Leopardi (1798-1837), o Pascoli (1855-1912) y D'Annunzio (1863-1938) parece existir desde siempre un irreconciliable antagonismo. Y estas diferencias se extienden, obviamente, también a las escuelas o movimientos del siglo pasado, al que los italianos llaman, con una gracia que para los hispanohablantes resulta arcaizante, novecento.

El reconocido crítico literario Pier Vicenzo Mengaldo compuso una antología (Poeti italiani del novecento, 1978) cuyas continuas reediciones son muestra de la acogida positiva que ha recibido por parte de los estudiantes y lectores italianos. Tomo de su “Introduzione” la siguiente división del panorama poético de su país (salvo el último periodo, que él solo anticipa, pero no logra nombrar): vanguardismo (1903-1919), restauración (1919-1946/50), posguerra (1946/50-1968/1970), posmodernismo (1968/70-actualidad). A continuación, colocaré un poema, en la traducción del poeta peruano Carlos Germán Belli (Espejos invisibles: poetas italianos del siglo XX, 2018), de los escritores que me parecen más representativos en cada etapa, sin dejar de mencionar a sus compañeros de generación o escuela.

Sirvan estos textos como un espejo de mis inclinaciones personales más que de la vasta producción de una tierra que tiene en la lírica y el teatro a sus autores de mayor calidad y renombre.

III

En el vanguardismo coexisten dos movimientos, uno pascoliano y otro dannunziano, que son claves para entender el periodo: el crepuscolarismo y el futurismo. El primero retoma esa melancolía existencial y pastoril que aprecian tanto los seguidores de Pascoli; el segundo, ese gusto por lo teatral, lo agitado y lo totalitario del decadentista. Del primero de ellos, el autor fundamental es el turinés Guido Gozzano (1883-1916); del otro, el florentino Aldo Palazzeschi (1885-1974). (De Marinetti no vale la pena leer más que su Manifesto de 1909). Sin embargo, creo que el segundo, Palazzeschi, homosexual oculto y escritor de gran sensibilidad, es el que mejor sintetiza la época. Transcribo, en las siguientes líneas, un poema que me recuerda mucho a Eguren, de su época previa a su conversión futurista, cuando aún comulgaba con los tonos crepusculares del ambiente, y que pertenece al libro Cavalli Bianchi de 1905:

“En el palacio Rari Or”

Por entre los oscurísimos vidrios
ligera una niebla viola trasluce:
finísima luz.
Y se oyen las notas mortecinas
de los bailes más lentos.
Se ven por entre los vidrios
pasar volantes
las túnicas blancas
de parejas danzantes.

IV

La época de la restauración es coetánea a ese “retorno al orden” del arte europeo acontecido después de la Gran Guerra y a la censura impuesta por el fascismo en Italia. Esto se expresa en los estilos neoclasicistas del triestino Umberto Saba (1883-1957) y del latino Vincenzo Cardarelli (1887-1959). Mientras el primero recupera la herencia de Petrarca (Canzionere, 1921); el segundo lo hace con la del romanticismo contenido de Leopardi (Giorni in piena, 1934). No obstante, es el hermetismo el movimiento más característico del periodo de entreguerras y que ha recibido el mayor reconocimiento académico (Hugo Friedrich solo habla de él en su clásico ensayo La estructura de la lírica moderna de 1956) e internacional (dos de sus representantes han recibido el Premio Nobel). Vinculado a la “poesía pura” de Valéry, la lista de sus acólitos es infinita y va desde los prehermetistas Dino Campana (1885-1932), Clemente Rebora (1885-1957), Arturo Onofri (1885-1928) o Camilo Sbarbaro (1888-1967); pasando por la “trinidad” de la lírica italiana: el “padre” alejandrino Giuseppe Ungaretti (1888-1970), el “hijo” genovés Salvatore Quasimodo (1896-1981) y el “espíritu santo” siciliano Eugenio Montale (1901-1968); hasta los poshermetistas como Vittorio Sereni (1913-1983), Mario Luzi (1914-2005) o Luciano Erba (1922-2010). Del florentino Luzi –cuyo estilo se irá haciendo más interpelativo, pero no por eso sencillo, con el paso de los años–, copio un poema de 1947, del libro Quaderno gottico.

La noche viene con el canto
prolongado del autillo,
siembra sus luces en la cuenca,
sube por las pendientes húmedas, tiembla
un poco. La fuerza en largos años
adquirida sufriendo viene menos
y la pequeña ciencia se desarma,
la sonrisa viril
no tiene más su calma.

¿Quién eres tú
que esperabas invisible, acechada
en un recodo de la edad
hasta que fuese tu hora? Te debo
este tiempo de gratitud
y otro tanto de dolor.

Y ahora la inquietud se insinúa,
penetra estas primeras noches estivales,
invade el muro aún caliente, sigue
el vuelo de las luciérnagas sobre eras,
se enselva en las trochas donde de repente
en el deslumbramiento de los faros la liebre anda como saeta.

¿Querida, cómo he podido no entender?
La vida estaba suspendida
toda como esta vigilia.
Es de llorar al pensar
cómo he estropeado esta larga espera
con tantas palabras inadecuadas,
con tantos actos inconsultos, irreparables,
y ahora herido digo no importa
a condición de que el suplicio haya terminado.

“La salvación esperada así no se acuerda
ni a ti, ni a otros como tú. La paz,
si llega, te llegará por otras vías
más lúcidas que esta, más sufridas;
cuando sufrir no te parecerá vano
porque también la pena existe y debe vivir
y transformarse en bien tuyo y de otros.
La fe está en ti, la fe es una persona”.

Esta canción no tiene más palabras.

V

La tercera etapa, la de posguerra, está caracterizada por la convivencia de dos movimientos que, en un inicio, se muestran como radicalmente opuestos. Por un lado, destaca la poesía social encabezada por el genial poeta ligur Giorgio Caproni (1912-1990), la cual es heredera del neorrealismo triunfante en la narrativa, el teatro y el cine. Por el otro, está la neovanguardia que tiene un lugar y año puntual de nacimiento: Palermo, 1963. Entre los más destacados miembros del Gruppo '63 se cuentan al genovés Edoardo Sanguineti (1930-2010), al piamontés Umberto Eco (1932-2016) y al véneto Antonio Porta (1935-1989). Sin embargo, a partir de los setenta, los seguidores de Elliot y Pound como Sanguineti comenzaron a escribir sobre la realidad cotidiana (Postkarten, 1978) y artistas con una gran preocupación por el contexto sociopolítico se fueron haciendo cada vez más experimentales como el boloñés Pier Paolo Pasolini (1922-1975), quien por ejemplo en su cine, especialmente desde Teorema (1968), es ya bastante arriesgado. Precisamente de este último, dejamos un texto aparecido en La religione del mio tempo de 1961.

“Mi nación”

Ni un pueblo árabe, ni pueblo balcánico, ni pueblo antiguo,
sino nación viviente, sino nación europea:
¿y qué cosa eres? Tierra de infantes, hambrientos, corruptos,
gobernantes empleados de agrarios, prefectos retrógrados,
abogaduchos untados de brillantina y pies sucios,
funcionarios liberales carroñas como los tíos santurrones,
¡un cuartel, un seminario, una playa libre, un burdel!
Millones de pequeños burgueses como millones de puercos
apacientan empujándose bajo los ilesos palazotes,
entre casas coloniales descostradas ya como iglesias.
Propiamente porque tú has existido, ahora no existes,
propiamente porque fuiste consciente, eres inconsciente.
Y solo porque eres católica, no puedes pensar
que tu mal es todo mal: culpa de todo mal.
Húndete en este bello mar, libera el mundo.

VI

Mayo de 68 agitó las aguas culturales, pero las políticas fueron removidas por el enfrentamiento entre los grupos terroristas de izquierda y las autoridades italianas, lo que culminó con el asesinato de Aldo Moro (1978) y el rechazo general a los comunistas. La aparición de grupos de ultraderecha como los que atentaron contra la estación de Bolonia (1980) y el destape de los vínculos entre la democracia cristiana y la mafia (1992) terminó de minar el prestigio de un sistema de partidos que había gobernado Italia desde el inicio de la República. En ese contexto, podemos señalar que dos son los fenómenos literarios que se produjeron en las últimas décadas del siglo XX. El primero fue la revalorización de la poesía dialectal, a través del rescate de figuras como el milanés Delio Tessa (1886-1939), los vénetos Biagio Marin (1891-1984) y Giacomo Noventa (1898-1960) y el genovés Franco Loi (1930). El otro fenómeno fue la aparición de lo que Mengaldo llama un neocrepuscolarismo que se caracteriza por un registro intimista de lo cotidiano. De este último grupo, me parece que el mejor es el milanés Giovanni Raboni (1932-2004). Sin embargo, quiero destacar a dos autoras más –la primera muy superior a la segunda, aunque peca como nuestra Blanca Varela de no ser susceptible a las lecturas de género–: la romana Elena Clementelli (1923-2019) y la milanesa Alda Merini (1931-2009). Con la última, cierro este paseo, transcribiendo uno de los pocos textos que hacen justicia a su popularidad en Italia, tomado de la antología A tutte le donne de 2013.

“A los jóvenes”

Bella, risueña y joven
con tu vientre descubierto,
y una medalla de oro
sobre el ombligo,
me dices que haces el amor cada día
y eres feliz y yo pienso que tu vientre
es virgen mientras el mío
es un nudo de víboras
que ustedes llaman poesía
y es solamente todo el amor
que no he tenido
viéndote yo he maldecido
la suerte de ser poeta.

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