Marguerite
Cleenewerck de Crayencour (Bruselas, 1903-Maine, 1987) nunca fue al colegio. Educada
por su padre –que las “malas lenguas” afirman era bisexual– en latín y griego
clásico, y por otros preceptores particulares, esta mujer de fina sensibilidad
supo, como muy pocos escritores, retratar con gran maestría las vicisitudes del
alma humana, especialmente, cuando ha encarnado en el cuerpo de un hombre. De
su pluma, he leído tres novelas. Las tres protagonizadas por agudos espíritus,
inclinados al arte y las humanidades, escrupulosos en extremo con sus propios
pensamientos y acciones, pero dispuestos siempre a decir la verdad, que alejada
de los excesos del relativismo contemporáneo; se sabe, al mismo tiempo, singular
y universal.
Alexis o el tratado del vano combate (1929) es una
larga misiva en la que el protagonista, Alexis, un pianista privado metafóricamente
de la palabra como lo revela la etimología de su nombre, decide confesarle a su
mujer, Monique, el motivo de su abandono: su secreta homosexualidad. Memorias de Adriano (1951) es otra
carta, más extensa aún que la anterior y dividida en siete partes, dirigida por
el emperador enfermo a su nieto adoptivo, el futuro filósofo estoico Marco Aurelio,
una especie de testamento ético que justifica la independencia intelectual y
moral del ser humano. Si en la primera, es manifiesta la influencia de las
novelas de André Gide; en esta última, lo son las Memorias de ultratumba (1848) del vizconde François-René de
Chateaubriand.
La tercera novela que
he podido revisar de esta autora y que es el verdadero objeto de este artículo
es La obra al negro (1968). Se trata
de una historia cuyo antecedente estaba en uno de los tres cuentos de La muerte conduce la carreta (1934),
titulado “A la manera de Durero”. En ella, Yourcenar –que es nombre inventado
por la propia escritora belga a partir de su apellido paterno, menos una “c”– retrata
las vicisitudes de Zenon, fruto bastardo de la hija de un comerciante flamenco
y un prelado italiano, nacido en Brujas en 1510 y muerto en ese mismo lugar, en
una celda y por su propia mano, el día previo a su ejecución en la hoguera, a
mediados de febrero de 1569. Ese mismo texto, revisado casi tres décadas
después, fue ampliado y dio origen a los tres capítulos de la novela: “La vida
errante” (básicamente el cuento original), “La vida inmóvil” y “La prisión”. Es,
en especial, la segunda parte la que da pie al nombre de la novela, porque así
como la Gran obra –la conversión de los metales impuros en nobles– requiere de
tres fases: la luminosa, la negra y la roja, cada una con un producto distinto
(la piedra negra, la piedra blanca y el triunfo); así, es en el autoconfinamiento de Zenon en una abadía de
franciscanos en su ciudad natal, y bajo el nombre falso de Sébastien Theus, donde
él opera los progresos más arriesgados y sutiles de su espíritu.
Su figura está basada,
como lo indica la misma autora en las notas finales que acompañan al libro, en
la de varios sabios e intelectuales del Renacimiento y representa una
conciencia que busca sobrevivir a ese quiebre del mundo que significó el paso
del Medioevo a la Edad Moderna; así como Adriano había encarnado a ese hombre
solo y sin preceptos que vivió entre la caída del Paganismo antiguo y la
victoria del Cristianismo. De ese cúmulo de personalidades, son cuatro los
principales modelos en la construcción de Zenon: Leonardo (Vinci, 1452-Amboise,
1519) por la visión mecanicista del mundo y por sus audaces experimentos
técnicos; Erasmo (Róterdam, 1466-Basilea, 1536) por esa constante dubitación
entre el catolicismo ortodoxo y la “herejía” protestante; Paracelso (Einsiedeln,
1493-Salzburgo, 1541) por la mezcla de magia y ciencia, de astronomía y medicina,
de cabalística y alquimia; y Campanella (Stilo, 1568-París, 1639) por el ardor
en la defensa de las propias ideas, la vida en cautiverio y cierta soberbia
intelectual. Sin embargo, lejos esta vez de tocar a un personaje histórico real,
Yourcenar se anticipa a la microhistoria
de Carlo Ginzburg (su célebre libro El
queso y los gusanos se publicó en 1976), y nos relata el proceso inquisitorial
de un imaginario ensayista y cirujano del siglo XVI.
Quiero cerrar este artículo sobre la novela
proponiendo una hipótesis de lectura. Al final de la fábula, de los cinco
frutos que se desprenden del árbol familiar de Zenon, solo sobreviven dos. El camino del poder representado por su
primo, el soldado y poeta Henri-Maximiliam Lingre queda truncado con su absurda
muerte fuera de combate. El camino del
misticismo de Bénédicte Fugger también, a causa de la peste. El camino del conocimiento emprendido por Zenon
termina con su suicidio. En cambio, el del
dinero y la hipocresía, representado por el matrimonio entre su otro primo
Philibert Lingre y su media hermana Martha Adriansen, es el único que continúa.
De esta manera, según mi parecer, de un periodo tan fructífero, Yourcenar insinúa
que solo ha sobrevivido el espíritu de la burguesía y, con ello, han naufragado
todos los demás.
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