Durante mucho tiempo, el
principal y más popular apunte biográfico de Baltasar Gavilán[1]
ha sido el pequeño texto de carácter ficcional[2]
aparecido en la “Tercera serie” (1875) de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma (1833-1919), que lleva por
título “La trenza de sus cabellos”. Esta tradición está dividida en tres
partes. La primera tiene como subtítulo “De cómo Mariquita Martínez no quiso
que la llamasen Mariquita la Pelona”, está ambientada en 1734 y es,
básicamente, el retrato de una joven limeña muy atractiva y el misterioso
episodio que la dejó sin parte de su cabellera.
La segunda, “De cómo la trenza de
sus cabellos fué[sic] causa de que el Perú tuviera una gloria artística”,
empalma con la anterior y devela el misterio: el ataque había sido un acto de
venganza, porque la muchacha había dejado en bancarrota a un mestizo, “hijo de
un español y de una india” (Palma 1958: 107), llamado Baltasar Gavilán de 26
años de edad y que, en consecuencia, habría nacido hacia 1708. Según Palma, se
trataba de un joven huérfano de padre, cuyo padrino era un fraile franciscano
que para librarlo del castigo de las autoridades lo confinó a la vida
monástica. Para ocupar el tiempo en su solitaria celda, el mozalbete comenzó a
labrar la madera. Así, hizo “los bustos de la Virgen, el niño Jesús, los tres
Reyes Magos y, en fin, todos los accesorios del misterio de Belén”, aunque su
“obra más aplaudida […] fué[sic] una Dolorosa”
(1958: 108). De esta manera, el mismo marqués de Villagarcía (1667-1746),
vigésimo noveno virrey del Perú, le encomendaría la escultura ecuestre de
Felipe V[3],
terminada en cinco meses, que sería erigida encima del arco del puente en donde
había ocurrido el incidente con Mariquita, como parte de una gran celebración
en la Ciudad de los Reyes. En este punto, Palma indica tangencialmente la única
fuente de lo que está contando: una “descripción que de estas fiestas hemos
leído”[4]
en la que se alaba al responsable de la obra. Finalmente, lamenta que dicha
escultura desapareciera con el terremoto de 1746.
La última parte, “De cómo una
escultura dio[sic] la muerte al escultor”, deja sin cubrir el vacío biográfico
entre 1738 y 1753, año en el que se menciona que Gavilán terminó una obra
encomendada por los agustinos[5],
que estos sacarían en procesión todos los Jueves Santos hasta el primer cuarto
del siglo XIX, en medio de una veintena de andas: una “imagen de la Muerte con su guadaña y demás menesteres” (1958: 109, cursivas nuestras). Es
en esta parte donde la imaginación de Palma parece cobrar mayor vuelo, porque
no solo compara a Gavilán con Edgar Allan Poe (1809-1847) y Alfred Musset
(1810-1857), ambos escritores decimonónicos aquejados por el alcoholismo[6],
y le adjudica similar vicio; sino que construye un desenlace de un patetismo
trágico, que redondea la imagen romántica del artista, al morir enloquecido a
medianoche asesinado por la impresión tenebrosa de su propia obra.
A partir de lo reseñado líneas
arriba, no podemos desconocer algunas elementos que en primera instancia
parecen inverosímiles o no guardan correspondencia con la obra cuya imagen está sobre estas líneas. Un aspecto importante es la imagen del artista que construye
Palma. Él está pensando en un creador individual, ajeno a la dinámica de los
gremios o cofradías, poseedor de un talento excepcional, el cual le permite
dominar la técnica de la escultura por sí mismo, mientras permanece confinado
en su celda franciscana. Por lo tanto, la imagen que tiene de su trabajo está
más relacionada con la dinámica del artista moderno, propia de la segunda mitad
del siglo XIX, que con la labor artesanal de los imagineros y ensambladores del
virreinato. Así, Gavilán encuentra su inspiración en una subjetividad
atormentada por el alcohol y no en la dinámica de los modelos o encargos de
terceras personas.
Otro aspecto importante tiene que ver con la concepción de la obra que está detrás de los juicios estéticos de Palma. Para él, se trata de un objeto artístico, es decir, de una manifestación de “las Bellas Artes”, antes que de un producto cuya finalidad no sea la contemplación. Con un sesgo de este tipo, su acercamiento a la intencionalidad de la obra cae en el anacronismo. Finalmente, tal vez la discrepancia más importante sea la más obvia: la descripción de la obra a la que Palma llama una “imagen de la Muerte” no es la misma que se conserva en la antesacristía del Convento de San Agustín, ya que para él porta “una guadaña y demás menesteres” (Palma 1958: 109, cursivas nuestras), lo que nos deja a medio camino entre dos alternativas: o se trata de una obra distinta a la que accedió Palma o el tradicionalista nunca la contempló en persona y solo hizo eco de la tradición popular.
Otro aspecto importante tiene que ver con la concepción de la obra que está detrás de los juicios estéticos de Palma. Para él, se trata de un objeto artístico, es decir, de una manifestación de “las Bellas Artes”, antes que de un producto cuya finalidad no sea la contemplación. Con un sesgo de este tipo, su acercamiento a la intencionalidad de la obra cae en el anacronismo. Finalmente, tal vez la discrepancia más importante sea la más obvia: la descripción de la obra a la que Palma llama una “imagen de la Muerte” no es la misma que se conserva en la antesacristía del Convento de San Agustín, ya que para él porta “una guadaña y demás menesteres” (Palma 1958: 109, cursivas nuestras), lo que nos deja a medio camino entre dos alternativas: o se trata de una obra distinta a la que accedió Palma o el tradicionalista nunca la contempló en persona y solo hizo eco de la tradición popular.
Bibliografía
PALMA, Ricardo
1953 “De cómo una escultura
dió muerte al escultor”. En PALMA, Edith (editora). Tradiciones peruanas completas. Madrid: Aguilar, pp. 593-594.
1958 “La trenza de sus
cabellos”. En Tradiciones peruanas.
Volumen dos. Madrid: Espasa Calpe, pp. 105-109.
WUFFARDEN, Luis
2004 “La plenitud barroca y
el arte mestizo”. En Enciclopedia
temática del Perú. Arte y Arquitectura. Tomo quince. Lima: El Comercio, pp.
39-50.
[1]
Luis Wuffarden ha identificado a este personaje con Baltasar Meléndez,
“escultor documentado de la misma época” y autor de la “estatua orante del
virrey-arzobispo fray Diego de Morcillo y Rubio de Auñón (1743), en la capilla
catedralicia de la Purísima, cuyo retablo-sepulcro corrió a cargo del maestro
Felipe Santiago Palomino” (2004: 45). Para nosotros, ese tipo de obras tienen
una clara impronta barroca romana como la observada en la
tumba de Alejandro VII de Bernini (1598-1680).
[2]
El género creado por Palma, que conocerá una gran fortuna en el ámbito
hispanoamericano, e incluso será imitado en nuestro contexto por Clorinda Matto
de Turner (1852-1909), es un híbrido entre el cuento y la historia, anclado en
la estética del romanticismo costumbrista y en un registro que recrea
literariamente la oralidad popular.
[3]
Según Wuffarden (2004), hecha de madera policromada y no en bronce. Más allá del material, resulta una pieza clave porque inaugura la
estatuaria civil en este lado del continente.
[4]
Todavía no hemos podido encontrar la relación a la que hace referencia el
autor.
[5]
La referencia de este año, 1753, aparece entre paréntesis en la edición
elaborada y prologada por la nieta del autor (Palma: 1953), quien agrupa todas
las tradiciones siguiendo un orden cronológico y crea, por lo tanto, un nuevo
libro.
[6]
Palma confiesa que la comparación le surge después de leer el artículo de Román
Ballesteros “El alcoholismo en la literatura”, aparecido el 2 de octubre de
1874 en el periódico El Siglo XIX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario