En 1926, el hidroavión Plus Ultra fue el primero en conectar vía aérea Europa con Sudamérica. Partió de Palos de la Frontera (el mismo puerto al sur de España de donde había zarpado Cristóbal Colón en 1492) y aterrizó en Buenos Aires después de diecinueve días de viaje transatlántico. Aunque en un inicio este acontecimiento no pareció significar un cambio importante (la travesía en barco duraba el mismo tiempo), fue un momento crucial en la aceleración de ese largo intercambio de cuerpos e ideas entre dos territorios con varios siglos de historia común. Los últimos cien años son testimonio de esa aceleración.
Así, por ejemplo, la argentina Lola Arias se ha convertido en la primera teatrista latinoamericana (y la segunda mujer) en ganar el International Ibsen Award. El premio, creado en el 2007 por el gobierno noruego, es entregado a individuos u organizaciones que han “aportado una nueva dimensión artística al mundo de la dramaturgia o del teatro”. Entre los ganadores anteriores destacan los europeos Peter Brook (2008), Ariane Mnouchkine (2009), Jon Fosse (2010) y Christoph Marthaler (2018), el estadounidense Taylor Mac (2020), y los australianos de Back to Back Theatre (2022). La ceremonia de premiación tendrá lugar durante el International Ibsen Festival (octubre), en el National Theatret de Oslo. Sin embargo, el premio recibido por Arias no es únicamente el reconocimiento a una artista multidisciplinaria (escritora, performer, cantante, directora de teatro y cine), sino a la entera tradición teatral de una ciudad, Buenos Aires, incorporada plenamente al circuito económico y cultural occidental desde el s. XVIII debido al comercio de esclavos africanos.
Desde aquel lejano 1926, los teatristas nacidos en el Gran Buenos Aires (denominación que abarca a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y varios municipios cercanos de la provincia homónima) pueden ser agrupados en cinco grandes generaciones. La primera creció bajo la sombra de la Gran Depresión (1929), durante la llamada Década Infame (1930-1943), en la que varios gobiernos conservadores accedieron al poder a través de golpes de estado y fraudes electorales. Fueron los años en los que nacieron artistas como Juan Carlos Gené, Jorge Lavelli, Eduardo Pavlosvsky y Raúl Damonte Botana (Copi). En los años sucesivos, muchos de ellos abandonaron el país y se exiliaron en Europa, en particular en Francia. Una segunda generación corresponde a los nacidos durante la presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1955), gobierno de corte nacionalista-industrializador. De estos años son los maestros Mauricio Kartún, Ricardo Bartis, Vivi Tellas, Daniel Veronese, César Brie y Manuel Ferreira (los dos últimos han trabajado por varias décadas en Italia). Un tercer grupo de teatristas creció durante la autodenominada Revolución Argentina (1966-1973), dictadura cívico-militar que se enfrentó a diversos grupos guerrilleros de izquierda. En esta época se formaron artistas como Alejandro Tantanian, Rafael Spregelburd, Mariano Pensotti y Claudio Tolcachir, los cuales han podido ser reconocidos internacionalmente sin abandonar su propio país. El cuarto periodo, uno de los más sangrientos de la historia argentina, coincidió con el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), otra dictadura militar caracterizada por el terrorismo de Estado (torturas, desapariciones y robo de bebés), y la desastrosa guerra de las Malvinas (1982). En medio de toda esta violencia nacieron dramaturgas y directoras de teatro como Maruja Bustamante, Romina Paula y Lola Arias. Por último, una quinta generación incluye a los teatristas nacidos en los noventa, durante el gobierno neoliberal de Carlos Menem que desembocó en la crisis económica conocida como el Cacerolazo (2001), pero mencionar los nombres más significativos es aún prematuro. En resumen, un siglo convulso como el de tantos otros países de América Latina.
“Creo que es un reconocimiento al arte que se hace en esta región. El arte latinoamericano tiene una potencia inédita. Que un premio escandinavo mayormente otorgado a hombres europeos y estadounidenses ponga la mirada sobre una mujer de Latinoamérica habla de un cambio de foco”, declaró Arias en una reciente entrevista. Y tiene razón. El interés por el teatro de artistas sudamericanas es cada vez mayor como lo demuestra el caso de su compañera de generación, la chilena Manuela Infante (nacida durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, periodo sobre el que Arias hizo un espectáculo: El año en que nací). Pero, ¿qué cosa motiva este interés? “Su principal contribución a la creación teatral radica en su obra de repercusión internacional en el género que ella denomina teatro documental: la creación de espectáculos con (y no simplemente sobre) las personas cuyas vidas y experiencias se presentan en escena. Este trabajo tiene una fuerte dimensión ética, ya que se desarrolla durante un largo periodo de tiempo con personas que pueden optar por no participar en el proceso durante la fase preparatoria”. Estas son las palabras de los miembros del comité que le otorgó el premio. Y añaden: “Arias hace un teatro democrático, diverso y arraigado en la experiencia vivida. Su teatro se relaciona con la sociedad contemporánea sin arrogancia ni dominación intelectual”. Un buen resumen de su propuesta artística: un teatro radicalmente democrático, es decir no solo representativo sino participativo, no solo estético sino político.
Y bien, ¿cómo se manifiesta esta consigna en el trabajo de Arias? Este no es el espacio para describir cada uno de sus espectáculos, por lo que solo mencionaremos un par de casos ilustrativos. Después de estudiar Letras en la Universidad de Buenos Aires y Dramaturgia en la Escuela de Artes Dramáticas de la misma ciudad, y escribir y dirigir seis obras de ficción, Arias estrenó Mi vida después (2009), su primera obra de teatro documental. En ella, seis actores nacidos en la década del setenta y principios del ochenta reconstruyen la juventud de sus padres a través de fotos, cartas, videos, ropa y otros objetos. Cada actor se convierte en un doble de sus progenitores y pone en escena la propia historia familiar. El espectáculo transita así entre la realidad y el simulacro, lo colectivo y lo personal, el pasado y el presente. “Mi vida después es un retrato de mi generación. Una generación nacida bajo la nube de la dictadura militar, cuyos padres lucharon, se exiliaron, desaparecieron, fueron torturados o fueron indiferentes a la política. Una generación poblada por los relatos -a veces épicos, a veces poblados de secretos- de lo que hicieron nuestros padres en ese tiempo del que casi no tenemos recuerdos”, ha escrito Arias sobre dicho espectáculo.
Una obra más reciente que sigue la misma línea, pero con un respiro transnacional y sobre una problemática contemporánea, fue Lengua Madre (2021-2022). Debido a la aparición de corrientes conservadoras en varias partes del globo que ponen en riesgo algunos derechos conquistados como el aborto, Arias decidió hacer un espectáculo sobre ese territorio en pugna actual que es la maternidad. A partir de las historias de madres adolescentes, migrantes, lesbianas, trans, que recurrieron a la fertilización asistida, que adoptaron o de mujeres que abortaron o no quieren tener hijos, la directora argentina construyó una especie de wunderkammer escénico que puso en relación el deseo y la política. La obra tuvo tres versiones, cada una fruto de procesos laboratoriales con performers no profesionales llevados a cabo en Bolonia, Madrid y Berlín. “Lengua Madre es un territorio para pensar la institución de la maternidad presente, pasada y futura. Como un diccionario que se escribe en el escenario, cada entrada le da un nuevo sentido a una palabra muy vieja”, ha comentado la directora. Tal vez sea exactamente eso lo que intenta hacer Arias con el teatro, otra institución antigua que muchas veces se resiste a cambiar: “La potencia del teatro es increíble, es un arte político, es un arte que transforma la vida de las personas, de las que están en el escenario y de los que están abajo, genera comunidad”. De nuevo, emerge en las palabras de Arias la concepción de la práctica teatral como instrumento de democratización y no solo de entretenimiento. Una vocación que parece constante en tantos teatristas latinoamericanos.
¿E Ibsen? Basta decir que la primera traducción directa del noruego al español de sus principales obras ha sido publicada solo en 2019, por lo que seguramente Lola Arias (como muchos otros hispanoamericanos) ha leído sus textos en traducciones de dudosa calidad y llenas de equívocos. Después de todo, hay cosas que se resisten siempre a ser aceleradas. Y eso también está bien.