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martes, 1 de marzo de 2016

De la metonimia a la metáfora: Dos visiones del cóndor en los cuentos «La venganza del cóndor» (1924) de Ventura García Calderón y «El forastero» (1964) de José María Arguedas




La venganza del cóndor [leer cuento]


Ventura García Calderón construye un narrador autodiegético, lo que le permite ofrecer una perspectiva interna de la historia. Estamos ante un narrador fidedigno, que se ajusta a la visión que pretende establecer el autor implícito del texto. La objetividad, sin embargo, se plantea desde una omniscencia selectiva del narrador, dado que el protagonista/bachiller, funciona como único reflector, en la terminología de H. James, de la historia. Por otro lado, en el caso de la frecuencia, nos encontramos ante una narración singulativa, en la que los hechos de la historia son contados una sola vez en el relato. La distancia entre el narrador y los hechos hace que el relato tengo el tono de un largo recuerdo, eso sí, exento de anacronías internas,y rememorado por su capacidad cognitiva práctica: «aprendí que es imprudente algunas veces afrentar con un lindo látigo la resignación de los vencidos».
La intencionalidad del cuento parte, como señala J. Valenzuela, de la construcción del sujeto exótico/indio, en base a la imposibilidad de aprehenderlo como objeto de captación sensible o cognoscible, lo cual se manifiesta en las frases que repite el narrador:

Nunca he sabido despertar a un indio a puntapiés.
                …
Nunca he sabido si nos miran bajo el castigo con ira o con acatamiento.

La voz del otro no penetra en el tejido narrativo del cuento, por lo que el texto mantiene un monologismo que en el plano del contenido se manifiesta en el silenciamiento de la voz del otro:

Servicial y humilde, como siempre, mi compañero se detenía con demasiada frecuencia en la puerta de cada choza del camino, como pidiendo noticias en su dulce lengua quechua.

La disforia del protagonista no se produce ante la crueldad del destino esclavizado del indio, sino ante la ferocidad del paisaje: «Sin querer confesarlo, yo comenzaba a estar impresionado». El procedimiento de la especialización del paisaje mediante la descripción de adjetivación insólita modernista lo enfrenta a la figura amenazante del cóndor:

Ya los cóndores familiares de los altos picachos pasaban tan cerca de mí, que el aire desplazado por las alas me quemaba el rostro y vi sus ojos iracundos.

Punto culminante, por metonimia irrumpe la voz del indio en estilo directo, quien con su desaparición/reaparición enmarca la muerte del explotador.

-Tú esperando, taita –murmuró de pronto el guía y se alejó en un santiamén.
…          
-Tú viendo, taita, al capitán.

La explicación no incriminatorias, sin embargo, no la da el indio, sino que aparece en estilo indirecto libre, mediante la afectividad expresiva de determinadas expresiones:

… como yo quisiera saber muchas cosas a la vez, me explicó en su media lengua que a veces, taita, los insolentes cóndores rozan con el ala el hombro del viajero en un precipicio. Se pierde el equilibrio y se rueda al abismo.

Lo que permite aventurar que parte de la subjetividad del narrador/protagonista ha sido contaminada por la interferencia de la lógica del indio; como manifiesta la conjetura final del mismo: «Tal vez entre ellos y los cóndores existe un pacto obscuro para vengarse de los intrusos que somos nosotros». Un atisbo de heterofonía sin desarrollo posterior en los demás cuentos del libro.


El forastero

José María Arguedas en cambio, apuesta por un narrador heterodiegético, que brinda una perspectiva externa de los hechos narrados. Y aunque el narrador también es fidedigno, parte de su visión no parece coincidir de manera tan orgánica ni con el autor implícito, ni con el protagonista. Al contrario del caso anterior, se el narrador está elaborado desde una omniscencia multiselectiva, centrada en el protagonista/forastero y hacia el final del cuento, en María. Por otro lado, en el caso de la frecuencia, nos encontramos ante una narración reiterativa en el plano de las composiciones poéticas que giran en torno al eje temático del nido del cóndor,

El forastero iba repitiendo mentalmente la letra de un canto de su pueblo:

Solitario cóndor de los abismos,
helado cóndor negro;
me dijeron que yo nací en tu nido
triste
sobre la aguja de roca que nace
de la gran nieve, triste.

y una narración iterativa en el plano de la causalidad lógica de los hechos manifiesta en la fragmentación del relato en pequeños episodios. La distancia entre el narrador y los hechos es más profunda en este caso, porque al no pertenecer al universo intradiegético de los personajes, se pierde el efecto autobiográfico del cuento anterior. El texto presente anacronías, sobre todo analepsis, pero presentadas desde la voz del protagonista, lo que lo convierte en un paranarrador escueto, y revela un nivel más profundo -hipodiegético- de la acción, ubicado más allá del presente:

-Eres bella –le dijo él.
-Pero sucia.
-Del rostro, un poco de tus cabellos. Así son ellas, las indias de mi pueblo.
-¿Qué es eso, y qué es el cóndor?
-India es una hembra que sufre, las que me criaron; cóndor es un animal negro, de alas grandes, que sufre más.
-No eres mexicano, no eres cubano, menos gringo que no habla. Creo no eres nadie.
-Al revés. Ahora estoy bailando. Soy alguien. Todos los cóndores son helados y grandes. Aquí se ahogarían.

A diferencia del cuento anterior, la figura simbólica del cóndor se manifiesta como presencia eufórica, que conecta metafóricamente las figuras de la mujer y del ave..

Él percibió, por primera vez, que la parte irregular de su boca no le permitía pronunciar las palabras con toda claridad.
“Felizmente no concluye, no perfecciona la voz humana”.


La incapacidad de articular la voz, es lo que los une; y no la contigüidad espacial. Por eso, en el emparejamiento metafórico que se produce, sus escenarios, vinculados por la desesperanza de la muerte, son equiparados: «El forastero tuvo que despedirse de ella. El inmenso hospital era peor que todo nido helado de cóndor donde si alguien nace marchará triste sin remedio hasta la muerte». El nido, hospital del cóndor que es la mujer, es resemantizado no como lugar para la vida, sino como lugar para la muerte. Intencionalidad de un autor implícito en el que las huellas del pensamiento existencialista, y el quiebre en la fe en el progreso, propios de la postguerra resultan evidentes.