El autor
«La obra trata sobre la aparición de la humildad en la
naturaleza humana y lo vital que es», confesaba en una entrevista el dramaturgo
y guionista californiano Jon Robin Baitz (1961) a propósito del inicio de la
temporada, en el circuito de Broadway, de Otras
ciudades del desierto (Other Desert Cities), en noviembre de 2011, en el Booth Teather de Nueva York. La
obra había sido estrenada el 13 de enero del mismo año, en el Mitzi E. Newhouse
Theater del Lincoln Center, y había recibido la unánime aclamación de la
crítica. Robin había pensada titularla originalmente Amor y compasión (Love and Mercy);
pero, felizmente, encontró un mejor título en uno de los parlamentos de su
protagonista: «A veces veo un cartel que dice que si sigo de frente, llego a
otras ciudades del desierto y quiero continuar hacia allá».
La obra es un drama familiar que trata sobre el retorno de
una hija pródiga, Brooke Wyeth, a casa de sus padres en Palm Spring, durante las
fiestas navideñas, después de varios años de ausencia debido a su internamiento
en un centro de rehabilitación psiquiátrico. Ella ha escrito un libro de
memorias, Amor y compasión, luego de seis años de bloqueo creativo, sobre el suicidio de su
hermano mayor, un episodio tabú de su familia, y va a visitarlos para
prepararlos por su próxima publicación. Allí se encuentra con su padre, un
antiguo actor de películas de serie B de la época dorada de Hollywood, quien
luego fue secretario general del Partido Republicano y embajador durante el
gobierno de Bush padre; su madre, una mujer de temperamento fuerte y
autoritario, guionista de las películas en las que actuaba su futuro esposo; su
tía, antípoda de la anterior a pesar de ser su hermana, alcohólica y liberal; y
su hermano menor, joven productor de un exitoso reality en la televisión, despreocupado y hedonista.
«Para perdonarte a ti mismo, tienes que reconocer todas las
cosas que no conoces y todas las suposiciones que en base a esa ignorancia, has
hecho», comenta Robin. El centro de la obra está contenido en esa sentencia. Otras ciudades del desierto nos muestra
la madurez dramatúrgica del autor, que ya había trabajado los conflictos
familiares en piezas anteriores; pero que, además, había sido uno de los
productores de Brothers & Sisters (2006-2011),
exitosa serie producida por la cadena ABC, y que trataba sobre los secretos guardados
por un padre muerto. Por ello, esta obra tiene una significación especial en su
carrera. Con ella, Robin retorna al mundo de las tablas, y lo hace con una
fuerza y urgencia contundentes.
El director
«Son cinco actores en escena todo el tiempo. Después de
tantos proyectos complicados quería hacer algo con pocos actores y en un espacio»,
dice Juan Carlos Fisher, responsable de la próxima puesta en escena de la obra
de Robin, a partir del 29 de enero, en el Teatro La Plaza de Larcomar. Fisher
es uno de los directores artísticos de Los Productores, aunque esta vez ha
decidido trabajar solo; y suele estrenar una obra al año por invitación de
Chela de Ferrari, a quién conoce desde hace varios años.
La vinculación de Ficher con la escena local comenzó cuando
era un adolescente. Se inició como asistente de dirección, a los 15 años, de De
Ferrari y, a los 24 años, dirigió su primera obra de teatro. Ha dirigido más de
una veintena de obras y ha formado un repertorio que, en perspectiva, adquiere
una consistencia cada vez más sólida y coherente. Dentro del mismo, ha dejado
de lado las obras espectaculares y los musicales de Broadway para otros escenarios
y ha consagrado las tablas del teatro La Plaza para dramas cargados, que tocan
temas espinosos y conflictivos, de autores, en su mayoría, contemporáneos y anglosajones.
Entre las obras que ha estrenado ahí se encuentran El hombre almohada (The Pillowman) y El teniente de Inishmore (The Lieutenant of Inishmore) del irlandés Martin McDonagh,
en el 2006 y 2008, respectivamente; Las
brujas de Salem (The Crucible) del estadounidense Arthur
Miller, en el 2009; Agosto (Condado de Osage) (August: Osage County) del estadounidense Tracy Letts, en el 2010; Los últimos días de Judas Iscariote (The
Last Days of Judas Iscariot) del estadounidense, con ascendencia egipcia, Stephan
Adly Guirgis, en el 2011; Rojo (Red) del estadounidense John Logan, en
el 2012; Corazón normal (The Normal Heart) del estadounidense Larry Kramer, en el 2013; y la estremecedora
Incendios (Incendies) del líbano-canadiense Wajdi Mouawad, el año pasado. Cabe
agregar que varias de estas obras han sido llevadas al cine.
Como es notorio, Fisher prefiere las obras que abordan situaciones familiares, sexuales, judiciales y bélicas, en los cuales los personajes se enfrentan a la revelación de un gran secreto que destruye sus propias convicciones y relativiza sus acciones. El público que ha formado sabe que no es un director experimental, que su trabajo se ampara en las normas clásicas de la representación; pero eso no hace que sus propuestas no dejen de cuestionarnos, ya que siempre escoge textos sólidos, como el de Robin.
Los temas
Otras ciudades del
desierto toca varios
aspectos de la historia reciente de los Estados Unidos. El primero de ellos es
el republicanismo como una especie de religiosidad civil de un sector
importante de la sociedad norteamericana. Es decir, como una muestra palpable
del respeto por el status quo, la marginación y el racismo hacia
los inmigrantes, y la homofobia e intolerancia religiosa, defectos encarnados
en la madre de Brooke. El segundo tema, vinculado a la problemática anterior, y
solo posible por su existencia, es el del miedo al terrorismo. De hecho, el
padre de Brooke trata de convencer a su hija de que deje Nueva York y vuelva a
la Costa Oeste porque es más “segura”.
Otro tema importante es el relacionado con el mundo del
espectáculo y la política. El hermano menor dirige un programa que parodia a un
juzgado y cuyo tribunal son esas efímeras estrellas de la farándula gringa que
buscan permanecer, incluso a costa de su amor propio, en el negocio. Ese afán
por consumir simulacros de realidad es explicado por el muchacho como una
respuesta al miedo, a la posibilidad de morir en cualquier momento, lo que ha
fomentado ese deseo de los estadounidenses por sentirse “ligeros”. Pero la obra
nos habla, además, de cómo esa espectacularización ha afectado también otros
ámbitos, como a los partidos. Cabe recordar que los conservadores republicanos
hicieron presidente a un exactor de cine y televisión, como Ronald Reagan; y el
padre de Brooke es un eco ficcional de aquel.
El mundo del arte es eficazmente tocado por el autor. Brooke
escribe una memoria, un testimonio sobre la muerte de su hermano mayor y, para
ello, expone las miserias de su propia familia. Pero su versión de la historia
es insuficiente y ella lo descubre al final de la obra. Quiere explicar lo
que les pasó, por qué la violencia penetró en un hogar acomodado y feliz; y, en
el camino, retomar su carrera como escritora, truncada tras el divorcio con su
esposo inglés. En el fondo, ella también es una exhibicionista. Apela a su
intimidad como último recurso, aunque le cueste el amor de sus seres más
cercanos. ¿Es una crítica a este tipo de literatura, en auge en la última
década? La respuesta queda como tarea para el espectador.
Finalmente, la metáfora del desierto, como espacio de
peregrinación y prueba representa un acierto de la imaginación del autor.
Brooke se encamina a él para afrontar los sentimientos y temores de sus padres
porque ella ha removido el pasado. La sombra del fracaso la persigue. Su madre
la descalifica ante los demás, porque ve en ella la fragilidad de su hermana. Y
la señala como una carga para el hermano menor, que tendrá que cuidarla cuando
ya no estén ni ella, ni su padre. Sin embargo, lo que en realidad es incapaz de
perdonar es el hecho de que se haya atrevido a desenterrar las ruinas de una tragedia que todos han sido obligados a olvidar.
La puesta en escena
La obra está dividida en dos partes, con un intermedio. La
primera, de una hora y diez minutos, contiene dos secuencias: una por la
mañana, brillante y ligera; otra en la noche, pesada y tensa. La segunda parte,
de cincuenta minutos, también se encuentra dividida en dos secuencias: una que
transcurre en el amanecer del día siguiente y en el que se revela la verdad, y
otra que transcurre mucho tiempo después, durante la presentación de la obra de
Brooke. Esta última me resultó innecesaria, aunque sé que es más un defecto del
texto y no de la dirección.
El escenario es ampuloso; las paredes altas y repletas de
adornos, libros y fotografías de estrellas y políticos muestran la vinculación
con el poder y el dinero de la familia Wyeth. Los personajes se mueven en él
como pequeños muñecos, como peces en medio de una inmensa pecera dorada, incapaces
de respirar en medio del desierto.
En líneas generales, el espacio está distribuido de manera
eficiente y permite que los personajes den vueltas en círculos alrededor de una
sala hundida como los lazos que unen a esa familia. Sin embargo, en el medio,
al fondo, una puerta corrediza de vidrio muestra un paisaje pintado de manera precaria
y que representa las formaciones arenosas de la playa. Habría que mejorar ese
aspecto de la escenografía. En cuanto a la iluminación, en la función a la que
asistí aún se estaban afinando la disposición e intensidad de las luces. En lo
referente al vestuario, el estilo representaba claramente el temperamento y la
personalidad de cada personaje.
Por último, con respecto a las actuaciones, Alberto Ísola, el
padre, y Rodrigo Palacios, el hermano menor, estuvieron convincentes; Wendy Vásquez,
la joven escritora, mostró algunos rezagos de la dicción de su personaje de
Dora en Las neurosis sexuales de nuestros
padres; tal vez por ello, Martha Figueroa, la madre, y Sofía Rocha, la tía,
fueron las que destacaron en ese duelo silencioso que las tenía a ambas como
verdaderas protagonistas.
Posdata: Otras
ciudades del desierto me recordó mucho otra obra de una dramaturga peruana.
Me refiero a El Sistema Solar (2012) de
Mariana de Althaus, que también ocurre en Navidad.