El Trípode de Helena es un blog personal. En la parte superior de la columna izquierda, verán mi retrato y debajo una breve biodata. A continuación, están organizadas las entradas según los temas recurrentes y según la fecha en la que fueron publicadas. Si a alguno de ustedes le intriga el título del blog, de click aquí. Si están interesados en descubrir más acerca de la imagén del encabezado, entren aquí.

lunes, 29 de septiembre de 2014

"Opus nigrum" o ¿por quién votar?




Una de mis escritoras favoritas, Marguerite Yourcenar, publicó en aquel convulso año de 1968, la novela L'oeuvre au noir (traducida al castellano como Opus nigrum). La historia está centrada en la vida del alquimista flamenco Zenón, durante otro periodo convulso de la historia europea, el reformista siglo XVI. Yourcenar, nacida en Bélgica, quería retratar una época en la que el deseo de investigar en los pasajes secretos de la naturaleza y la curiosidad intelectual, mezclada con  ciertos rezagos del pensamiento mágico de finales de la Edad Media, eran castigados y perseguidos por la iglesia tridentina. Después de treinta años dándole vueltas al proyecto, lo concretó a través de una extensa ficción. Inventó a un compatriota (anacronismo mío) y lo hizo peregrinar por una Alemania arruinada debido a las guerras de religión hasta que, cansado, retorna a casa para trabajar en eso que los tipos como él solían llamar Opus magnum, es decir, la Gran obra. Esta consistía en la trasmutación de los metales sencillos, como el plomo, en sustancias valiosas y poderosas, como el oro o la plata. Las propiedades especiales de estos metales se conseguían mediante una técnica cuidadosa y secreta de separación química llamada, precisamente, nigredo. El objetivo de tales prácticas era conseguir la célebre piedra filosofal, un objeto capaz de preservar la juventud de los seres vivos y hacerlos inmortales.

Pues bien, aunque Lima no es Innsbruck ni París, y no está dividida entre luteranos y católicos o radicales maoístas y conservadores nacionalistas, nuestra situación también se ha tornado tensa y polarizada. Las elecciones municipales que se realizarán el próximo fin de semana han generado un clima de enfrentamiento entre una mitad de la población que no quiere la reelección de la actual alcaldesa de Lima y otra que se debate en medio de un mar de propuestas plagadas de generalidades e improvisaciones, y en las que se extraña una conexión entre los planes de gobierno municipal y los ofrecimientos de última hora dictados por el afán de obtener algunos puntos porcentuales a costa de los otros liliputienses candidatos. Así, el voto de los ciudadanos se mueve pendularmente entre una seguridad negativa y una dispersión vacilante. El problema, es obvio, es que no existe un grupo del electorado que conozca conscientemente las razones por las que marcará alguno de los, en muchos casos jocosos, símbolos que adornarán las cartillas de la ONPE el próximo 5 de octubre. Pero lo que sí ha revelado una reciente encuesta es que a todos parece importarles, incluso por encima de las  probadas prácticas poco éticas de algunos competidores, una misma palabra, casi tan mágica como el objeto que quitaba el sueño a los alquimistas, las “obras”.

Según el DRAE, el vocablo ‘obra’ (del lat. opus, operis) posee doce acepciones. Sin embargo, la mayoría de los electores parece haber concentrado su atención (y esto es responsabilidad de nuestras propias autoridades municipales) únicamente en tres de ellas: 4. Edificio en construcción; 5. Lugar donde se está construyendo algo, o arreglando el pavimento; y 6. Compostura o innovación que se hace en un edificio. Las tres están relacionadas con aspectos materiales, y específicamente, con infraestructuras. Lo curioso es que aunque se ha restringido la polisemia del término, nuestros candidatos, al menos algunos de ellos, pretenden conseguir, con esas pálidos objetos de acero y concreto, los mismos fines que los barbudos y solitarios investigadores del Renacimiento retratados por Yourcenar: la vida eterna, la inmortalidad del nombre propio, la Fama. Castañeda, Villarán, Heresi, Cornejo y tantos otros no han seguido el ejemplo de nuestro amigo Zenón, probablemente por falta de instrucción adecuada o porque, como empiezo a creer, los políticos han dejado de ser políticos, enfocados en la reflexión sobre la res publica, y se han convertido en técnicos, expertos en el hacer puro e, incluso, demagogos cuando pierden todo sentido común, se mecanizan y empiezan a hacer por hacer (los meses anteriores a los comicios son un claro ejemplo de esto). Han olvidado que cualquier obra, es decir, cualquier cosa hecha o producida por un agente, como reza la primera definición del diccionario, atraviesa por un momento inicial de concentración y planificación, por un opus nigrum, que se realiza en silencio y a oscuras. En toda gran tarea, antes de la proliferación en cantidad (multiplicación), debe existir la multiplicación en virtud (exaltación). Por eso rescato la décima acepción de esta palabra, la que entiende “obra” como “acción moral”. Pero para ello debe haber un sujeto que responda por esa acción, un agente pleno y no vacío; alguien a quien se le pueda juzgar por lo que dijo o hizo (he aquí porque la palabra gestor es más débil que la de gobernante, porque hace referencia más a un mediador que a un autor) y que no zafe tan penosamente como hemos visto que hicieron nuestros candidatos en el debate del pasado domingo.

Opus nigrum, señores, porque de lo contrario preferiría convertirme en un perseguido por la Inquisición o en un argelino colonizado a vivir en Lima durante los próximos cuatro años.

martes, 2 de septiembre de 2014

Bosquejo testimonial


Monólogo

El día en que, por cuarta vez consecutiva durante una semana, almorcé arroz con huevo, me di cuenta de que algo extraño estaba pasando en casa.
Mi padre, que llegaba tarde del trabajo, no se había percatado de nada. Así que mi hermana y yo fuimos los primeros en notar que nuestra madre no era la misma. Por aquellos días, yo grababa muchos casetes de música con una radio y me había enganchado con las canciones de los trovadores catalanes y rosarinos. Recuerdo que no paraba de escuchar una canción que llegué a identificar con esa época de mi vida y que hablaba de una niña a la que le había crecido un cuerno bajo el corazón. Antes del anochecer, a esa hora en la comienza el día para los judíos, yo solía imaginarla de pie e inmóvil en el umbral de la puerta de mi cuarto con los ojos pintados de un raro ámbar violeta. La última vez que observé a mi madre de frente, noté que ella guardaba la misma mirada, enfebrecida por el ocaso. Entonces supe que eso que estábamos esperando ya había pasado y algo se había instalado en casa en reemplazo de la mujer que nos había abandonado. Convencí a mi hermana para que habláramos con mi papá esa noche. Cuando llegó, lo retuvimos un rato en la cocina, antes de que saludara a su esposa, y le dijimos:
-          Hombre, o mamá ha perdido el sentido del gusto o se ha vuelto fanática del sabor a huevo.
A lo que él respondió:
-          Queda otra opción: puede que, simplemente, haya dejado de querernos.
Sin embargo, con el transcurrir sincero del tiempo, los tres descubrimos que nuestras hipótesis habían fallado y que a ella, al igual que a la niña de los ojos incendiados por la memoria de una insólita visión, un cuerno le había detenido el corazón.

Diálogo
      
  
-          ¿Cuando fue la primera vez que copiaste un texto?
      Escribir es repetir.
-          No te hagas el pendejo.
-          ¿Qué edad tienes?
-          Un cuarto de siglo.
-          No, como lector, que es la que vale y marca, realmente, nuestro nacimiento.
-          Un cuarto de siglo.
-          Estás aprendiendo.
-          Siempre se aprende de los viejos.

Monodiálogo

Esa tarde estábamos solos porque mamá ya se había ido de casa y papá trabajaba más de la cuenta para cubrir con su sueldo los recibos. Pero, en realidad, siempre pensamos que el verdadero motivo por el que trabajaba tanto era para llegar exhausto y olvidar que faltaba alguien en su cama. El Hombre –así siempre lo hemos llamado– había dejado el arma en esa cómoda que ahora está en tu habitación. En ese cajón que tenía una chapa y que solo se podía abrir con una llave pequeñita que llevaba al final de la delgada cadena que pendía de su placa. Pero, esa medida de precaución se había vuelto inútil, porque él mismo había roto la chapa cuando se enteró de que lo que le pasaba a Madre era irreversible. Huyó de casa con la pistola bajo el brazo, sin decir a dónde ni dejar una nota en la refrigeradora, como siempre hacía para avisarnos de algo. ¿Te acuerdas? La abuela pensaba que encontrarían su cuerpo frío e hinchado en los acantilados de la Costa Verde y tú, que le dispararía a mamá para que no lo pasase tan mal, sola, lejos de casa. A los tres días apareció. Estaba un poco ojeroso, pero no había hecho nada malo. Al menos, eso es lo que siempre hemos querido creer. Desde aquella vez, cesó de preocuparse por esa cosa que dejaba todas las mañanas a merced de un par de niños. Pues bien, esa tarde, una tarde usual como todas, yo la saqué y te apunté con ella a la cara. Tú pensaste que estaba jugando, me creíste cuando te dije que la cacerina estaba vacía y que solo te estaba asustando. Pero debes de saber que cuando giré la boca de la pistola para apuntar al escritorio y presioné el gatillo con calma y sonó la detonación y mi brazo se dobló un poco y fingí sorprenderme y tú me miraste aterrada como si el azar te hubiera librado de la muerte. Debes de saber, querida hermana, que estaba seguro, tan seguro como cuando te eché la culpa de que mamá se fuera de casa, de que en todo momento, el arma tenía una bala.