“... este argumento, como el mío, persigue un
equilibrio sutil
entre la percepción de lo particular y el
reconocimiento de lo común”.
Martha Nussbaum
Primera etapa
En las postrimerías del Estado Liberal (antes del crack financiero del 29 y de la Segunda
Guerra Mundial), convulsionado por las luchas sociales de los obreros, mujeres
y otros sectores marginados de la sociedad que buscaban mejor sus condiciones
de vida -en muchos casos infrahumanas-, se consolidó el “modelo Ford” que
acentuaba su preocupación en el aumento de la producción aminorando el costo
para generar una mayor rentabilidad.
Los seguidores de este modelo suponían que el crecimiento de la oferta
generaría una mayor demanda. La consolidación del capitalismo –o el “libre
mercado”- por las dos Revoluciones industriales, acaecidas entre la Revolución
Francesa (1789-1799) y la República de Weimar (1919-1933), no careció de una
oposición en el seno de las sociedades modernizadas. Así, hacia el final de
este período aparece un nuevo modelo, basado en la propaganda, en el marco del
auge de los fascismos y el comunismo totalitario.
Segunda etapa
La perspectiva cambia después del Holocausto. Con el inicio
de la Guerra Fría y el nacimiento de las Naciones Unidas (1945), el mundo postbélico
vive en un tenso equilibrio entre dos paradigmas distintos: el soviético y el american way. El “modelo Goebbels”
expande su dominio con su lógica basada en la eficacia, es decir, en aminorar el costo de la inversión a través
de la validación constante de la oferta en la mente del consumidor. Aparecen la
publicidad, los estudios de mercado y los focus
groups (1956). El estado asume la responsabilidad derivada de las
exigencias reclamadas por los ciudadanos: educación, salud y demás servicios
básicos. De este lado de la “cortina de hierro”, el Estado de Bienestar aparece
constantemente en nuestros sueños.
Tercera etapa
Estado Neoliberal (década de los ochenta): reducción del estado y políticas económicas
ortodoxas cimentadas en los indicadores económicos (riqueza material). La
crisis del Estado de Bienestar marca una escisión en el seno de la comunidad
europea; se apartan los países nórdicos quienes mantienen sistemas económicos
protegidos y un estado fuerte. En el resto de Occidente, la consolidación del
neoliberalismo (Tatcher, Reagan, Juan Pablo II, Pinochet o Fujimori) trajo
consigo la implantación del “modelo Clausewitz”, en el cual la guerra por
controlar el mercado se centra en estrategias destinadas a desestimar la oferta
de los competidores. La mercadotecnia también se aplica a la forma de conducir
las políticas públicas, que son encargadas a tecnócratas para quienes el
sistema de gobierno es irrelevante: “gobernanza sin democracia”. La competitividad construye nuevos
parámetros de éxito: ya no la satisfacción de los deseos del consumidor o
ciudadano; sino el aumento de las ventas y el rating.
Cuarta etapa
Desde el seno de las Naciones Unidas y su famosa Declaración (1948) –documento algo
olvidado- se hace hincapié en la construcción de un modelo alternativo centrado
en el “desarrollo humano” (Amartya Sen). El Estado de Derecho (duramente
criticado por Rancière), se fundamenta en el concepto de Gobernabilidad democrática.
Con el cambio de siglo, la sostenibilidad es el indicador
priorizado, tanto en el contexto económico (Responsabilidad social empresarial
y la visibilización de los stakeholders),
político (tecnocracia ética), medioambiental (“responsabilidad intergeneracional”
debido al Cambio climático) y religioso (consagración de la Teología de la
Liberación en el seno de la ortodoxia católica y recuperación del espíritu del Vaticano II). El modelo al cual parece virar
el mundo -o los que más nobles intenciones con respecto a él tienen- es el de
la “ética del desarrollo” (Kliksberg, Nussbaum).